«Yo sí te creo» es el epígrafe que hoy acompañaba a una charla sobre la tortura sufrida por las mujeres en Euskal Herria organizada por el Foro Social en Donostia. Revivir lo sufrido en los calabozos de Madrid no ha sido sencillo para Miren Azkarate, Kristina Gete y Leire Gallastegi. Viven con ello en lo más profundo de sí mismas, son ejemplo de la capacidad de superación de aquellas personas que han sido torturadas en este país. Seguramente nunca podrán desprenderse de esa mochila pero sí hay algo que necesitan: ser reconocidas. Un derecho que todavía hoy se les niega oficialemente.
Laura Pego, coautora del Informe sobre la Tortura (1960-2014) encargado por el Gobierno de Lakua ha desgranado las conclusiones extraídas en el trabajo en relación a la cuestión de género. «¿Qué pasa cuando negamos esa diferencia de género? Podemos caer en dejar de lado a una parte de la sociedad, invisibilizamos a una parte de las afectadas en este caso», ha expresado para destacar la necesidad de dotar de perspectiva de género también a la tortura. El informe dirigido por el forense Paco Etxeberria constata la existencia 4.113 casos de tortura en el periodo estudiado. De ellos, el 83% corresponden a torturas denunciadas por hombres y el 17% a casos de mujeres.
Del total de casos, 651 corresponden a mujeres y afectan 581 mujeres, pues algunas de ellas han denunciado ser torturadas más de una vez. 49 personas han sido condenadas por estos hechos, de ellos 48 hombres y una mujer. «Los que dicen que la verdad judicial es la verdad, según nuestros datos solo podríamos decir que las mujeres afectadas son cuatro», ha señalado. Los casos, según ha expuesto Pego, reflejan patrones de tortura diferentes según el género de la persona torturada. Así por ejemplo, las mujeres denuncian haber sufrido técnicas de tortura en mayor medida como empujones, estirones de pelo, el plantón (mantener a alguien quieto y en una postura concreta durante muchas horas), la bolsa, humillaciones, violencia sexual y peores condiciones de detención.
Las amenazas y comentarios de carácter sexual figuran como una constante en muchos de los testimonios recabados por los autores del informe. «En el caso de las mujeres estamos hablando más de tortura sicológica, que no deja rastros y es más difícil luego de probar», ha explicado. Asimismo, ha incidido en el uso que se ha hecho de la mujer para humillar el hombre detenido: «muchos detenidos denuncian coacciones contra su mujer, su hija, su madre, su hermana…». Ante todo ello, Pego ha manifestado la necesidad de explorar vías para el reconocimiento y reparación teniendo en cuenta esa especificidad de la mujer.
Tres miradas, un dolor común que perdura
Miren Azkarate fue detenida por la Guardia Civil en 2002. Tenía 18 años cuando irrumpieron a la fuerza en su casa y recuerda que la violencia contra ella empezó desde ese primer momento. Amenazas, empujones, gritos, asfixia…. «Cuando llegamos a Madrid me dijeron que ellos habían sido buenos y ahora quedaba en manos de los malos. Ahí empiezo la pesadilla de cuatro días». Sufrió diferentes tipos de tortura y recuerda exactamente que le practicaron varias veces la bolsa y en un momento escuchó a los agentes hablar de que «se habían pasado». Pero le dio la vuelta y la tortura continuó.
Lo que vino supuso ahondar en la pesadilla. «Me hicieron creer que mi hermano estaba en la celda de al lado y le estaban haciendo lo mismo. Creo que ese fue el momento en el que mi cabeza hizo clac». A ello se suma la violencia sexual: tocamientos, pellizcar los pezones con un alicate o tener que masturbar a uno de sus torturadores. «Me dijeron que en esos días desearía morir y recuerdo que ese momento llegó. Quería salir de allí y en ese deseo me pusieron una pistola en la mano. Apreté el gatillo pero no tenía balas. Ellos se rieron, yo hoy en día me alegro pero en ese momento deseaba morir».
Todo ello en medio de la inacción del forense, ante el que acudía en presencia de la Guardia Civil. Cuando pasó ante el juez me amenazaron con un día más en sus manos si no declaraba lo que ellos le habían forzado a expresar. Azkarate ha querido hacer hincapié en todo lo que la tortura y la violencia sexual sufrida ha supuesto en su vida: «En un primer año tras aquelló no deje que nadie me acariciara o tocara, me daba asco tocarme a mi misma, no he llegado a recuperar bien el sueño, determinados olores o ver a la Guardia Civil me produce pánico… pero sigo adelante. Solo pido una cosa: que reconozcan lo que han hecho. No los policías, todos los que han sido cómplices y han tenido responsabilidad política en esto».
Kristina Gete fue arrestada con 27 años, en 1998, por la Guardia Civil, cuando vivía con sus padres. Solo la hora y el ver a la Guardia Civil le produjeron un escalofrío que todavía hoy recuerda. «Cuando me metieron en el ascensor empezó el infierno. ‘Estás en manos de la Guardia Civil de Intxaurrondo y ahora vas a saber lo que es bueno’, me dijeron».
El patrón se repite también en su caso: golpes, amenazas, empujones… hasta que llegó a Tres Cantos y siguieron con la tortura. «Todavía recuerdo el olor de aquel lugar, no puedo desprenderme de el», expresa. Estuvo los cinco días desnuda y oía gritos constantemente, era algo que le producía una gran presión por lo que podían estar pasando otras personas. «Me bajó la regla y me obligaron a vestirme, porque permanecía desnuda constantemente. Me llamaron cerda. También me violaron. Me amenazaron con quien era mi pareja y me recordaron lo que le pasó a Gurutze Iantzi, que si no declaraba lo que querían podía terminar como ella. Solo le dije al juez que quería ir a prisión cuanto antes, no soportaba la presencia masculina», ha declarado.
También fue la Guardia Civil, el cuerpo sobre el que más casos de tortura pesan, quien arrestó a Leire Gallastegi en 2001. Al principio fue trasladada a Intxaurrondo y después a Madrid. «Kristina y yo nos conocemos de la calle y conocía su caso. También me amenazaban con terminar como Gurutze Iantzi. Como decía Kristina, yo no era dueña de mi cuerpo. Yo no estaba ahí y creo que por eso pude hacer frente a la situación», ha expresado. «Poco a poco aprendes a vivir con ello, pasé ocho meses en prisión y salí con fuerza para hacerle frente a esto. El apoyo entre nosotras ha sido crucial», ha apostillado.
Llevan años denunciando lo padecido y seguirán haciéndolo, aseguran, hasta conseguir que se reconozca lo que la tortura hizo con ellas y miles de ciudadanos vascos. El rastro de la tortura seguirá en ellas, seguir haciéndole frente requerirá de su fuerza y del apoyo social.