«Cuéntame una historia», le dijo él. Y entonces ella le contó la historia de su vida. Y le habló de su infancia, de su barrio, de los días inconscientemente felices, de su entrañable e imperfecta familia, de las amigas y amigos que se fueron sin que ella se diera cuenta, de los pequeños amores que nacían y terminaban al salir de clase. Del deseo de crecer, de ser lo que se imaginaba cada noche mientras se hacía mayor. Pero un día, la magia de vivir se rompió. No sabía ni el año, ni si fue en invierno o en agosto, pero, de pronto, el mundo dejó de ser real, de estar vivo y se volvió solitario, oscuro, sin pensamiento, inquietante, desafiante, atado a una pantalla que solo le contaba el vertiginoso relato de lo brillante y divertido que es triunfar, tener, competir... Le pasó como a Antoine Roquetin, el personaje de "La náusea" (Jean Paul Sartre 1938) y comenzó a pensar que su existencia era como una nada derrotada y sin futuro. «Y entonces», le dijo, «quise morir». En Euskal Herria «6 de cada 10 jóvenes vascos ha pensado en suicidarse». «El 26,5% de los adolescentes en centros de acogida» lo ha intentado alguna vez. «El 40% son mujeres entre 18 y 35 años». Detrás de estos titulares existen vidas, historias inacabadas. Representan el gran fracaso del sistema y de la necesidad acuciante de ser feliz.