Amparo Lasheras
Amparo Lasheras
Periodista

Sobre el lodo de la historia

Ese descuido histórico en el relato despojó a la negociación unilateral de los jeltzales de cualquier responsabilidad en todo lo que después sucedió tras los muros de El Dueso.

Estos días se acaba de publicar en NAIZ un interesante reportaje titulado "El informe Auschwitz". Trata sobre el testimonio de dos judíos eslovacos que, en abril de 1944, lograron escapar de aquel infierno y descubrieron ante el mundo las atrocidades que allí estaba cometiendo el nazismo. Lo que voy a contar nada tiene que ver con la historia escrita por Koldo Landaluze, pero se tocan en un punto invisible donde la crueldad del totalitarismo fascista se convierte en protagonista único de dos terribles realidades, vividas por hombres diferentes en distintos tiempos y lugares.

Hace unos meses un amigo me trajo un ejemplar fotocopiado de un libro titulado "Sobre el mismo lodo". El original se publicó en México, en 1962. Lo escribió Francisco Turrillas Bordagaray, entonces exiliado en aquel país. Turrillas, periodista y militante de ANV en 1936, combatió contra el golpe militar de Franco en el batallón Eusko Indarra, una de las unidades del ejército vasco atrapadas en lo que algunos recuerdan como la «traición» de Santoña y que el lenguaje más moderado de la historiografía denominó el Pacto de Santoña. La historia comienza el 24 de agosto de 1937 cuando responsables de los batallones vascos, obligados por el Gobierno Vasco entonces con el PNV al frente, negociaron unilateralmente la rendición con el Ejército italiano, aliado del fascismo español. Como ya se sabe, la decisión de los jeltzales ayudó al avance de las tropas franquistas hacia Asturias y determinó la caída del frente republicano en el norte de la península. Pero no sólo eso, aquel acuerdo afectó a miles de combatientes nacionalistas, comunistas y anarquistas que fueron arrestados y llevados a la prisión de El Dueso donde una gran mayoría encontró la muerte.

Los juicios sumarísimos eran el pan de cada día y las condenas a muerte y los fusilamientos también. En uno de aquellos juicios Turrillas fue sentenciado a la pena máxima nada más llegar a prisión. Pero, por alguna razón que se escapó a la estrategia del exterminio que programaron los franquistas, el turno de fusilamiento tardó veintiséis meses en llegar y, cuando lo hizo, un audaz plan de fuga con tres compañeros le salvó la vida. Después vinieron las vicisitudes de una huida que terminaría en Portugal y de allí a México, donde vivió y murió en 1987. En su libro, al igual que hicieron los judíos eslovacos evadidos de Auswichtz, Turrillas describe la verdad del horror inimaginable que imperó en la prisión de El Dueso después de la rendición. Narra las terribles torturas infringidas por falangistas y militares franquistas a los más de 5.000 hombres que fueron hechos prisioneros. Según cuenta, a los más vulnerables, enfermos o heridos, se les negaba hasta el último aliento de dignidad y se les encerraba en el llamado «barracón de la muerte» donde hacinados, sin comida, sin agua, plagados de piojos y rodeados de sus propios excrementos, morían lentamente. Los demás fueron torturados, fusilados, ahorcados o golpeados hasta la muerte. Igual que en los campos nazis, solo unos pocos sobrevivieron para contarlo. En las versiones oficiales del PNV esta «otra cara», la más trágica y olvidada de la rendición de Santoña, se soslaya y apenas tiene una memoria relevante. Ese descuido histórico en el relato despojó a la negociación unilateral de los jeltzales de cualquier responsabilidad en todo lo que después sucedió tras los muros de El Dueso.

Con los años, México se convirtió en la segunda patria de Francisco Turrillas Bordagaray y dicen que poco después de publicarse el libro, por casualidades de la vida, un alto ejecutivo de la Paramout lo leyó y le ofreció comprar los derechos para rodar una película. No pudo ser. Para entonces, hacía años que la ONU había reconocido a la dictadura de Franco y los magnates de Hollywood, tras la Caza de Brujas, se habían olvidado de las denuncias antifascistas y preferían vender en sus filmes el gran sueño americano. Una pena.

Como afirmó Evaristo, cantante de La Polla Records, las nietas de los obreros que mató el franquismo en Santoña y en otros lugares, aún sentimos el dolor de la memoria. A las que además somos cinéfilas nos queda la gran incógnita de quién hubiera dirigido la historia de Turrillas Bordagaray y quién la hubiera protagonizado. Yo apuesto por John Huston y un joven Robert Redford.

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