Joxerramon Bengoetxea será, desde mañana y durante los próximos 6 años, el nuevo rector de la UPV. Tras recabar el apoyo de una incontestable mayoría en las elecciones celebradas la semana pasada, marcadas por un significativo y elocuente incremento de la participación, Bengoetxea recibe un claro mensaje que deberá regir su mandato: la UPV/EHU necesita con urgencia un cambio. Una revolución.
Precarización laboral en amplios sectores del profesorado, escasez palmaria de personal técnico, de administración y de gestión, envejecimiento y deterioro progresivo de los edificios e instalaciones en las facultades, costes elevados de los estudios para los alumnos, retraso tecnológico sin precedentes, carencias evidentes en la defensa del euskara, peso insoportable de la burocracia, subcontratación de trabajos esenciales... Estas son las goteras que, día a día y desde hace años, amenazan con inundar las aulas de la universidad pública. Goteras que calan en todos los sectores y alimentan el moho del descontento, de la desesperanza y del distanciamiento con respecto a una institución esencial para el futuro de la sociedad vasca.
Pero lo que necesita la UPV no es un fontanero que vaya arreglando con mayor o menor acierto esas filtraciones, sino un arquitecto que diseñe y construya un moderno, sólido y amplio tejado bajo el que trabaje con comodidad y eficacia toda la comunidad universitaria. La UPV/EHU debe recuperar su estatus de centralidad en el ecosistema universitario vasco, reconquistar los ámbitos de influencia que se le han ido arrebatando en favor de las universidades privadas, volver a liderar las áreas de investigación de las que se ha visto deliberadamente desplazada por otros agentes.
En ese reto magnífico, y tras años de deriva e inacción, Bengoetxea cuenta con el potente motor que supone el apoyo casi unánime de la universidad. Enfrente, los sectores de siempre, los que recelan de una universidad fuerte y autónoma, los que prefieren un modelo atomizado y más fácil de controlar vía clientelismo. Saben de quién hablo, ¿verdad?