Al día siguiente de entrevistar por chiripa a Zoudenko, la ONG italiana COOPI nos dejó acompañarles a una zona de las afueras de Bambari donde repartían harina para hacer pan. Concretamente a Bouka a unos 20 kilometros por pistas.
En el camino y por otra jugada del destino, Ricard y yo nos encontramos con un batallón de Antibalakas. Se suponía que no podían estar ahí (según nos contaron los del ejército francés) pero lo cierto es que lo estaban.
Después de los primeros cruces de miradas entre incredulidad y amenaza, decidí ser yo quien fuera con una sonrisa y estrechara la mano a tan variopinto grupo de milicianos. Una mezcla de dibujo animado colorido y película de terror. Y como siempre que uno utiliza en momentos que nadie sabe definir bien qué son una sonrisa y gestos amigables, el milagro hace acto de presencia y esas primeras miradas amenazadoras se convierten en sonrisas. Demostración de que una mueca bien hecha (y de vez en cuando un paquete de tabaco) es el mejor de los pasaportes.
El chico en cuestión se llamaba Jeremiah (en la foto) y guardaba como un tesoro la escopeta de postas que le hizo su padre. Lo utilizó durante semanas para defenderse de los antibalaka, y "de vez en cuando para cazar".
Mientras hablábamos otros miembros del batallón se fueron acercando. Cada uno quería contar su historia y todos querían salir en la foto. En uno de estas Hyppolite hizo acto de presencia y el milagro se confirmó una vez más. Hyppolite era el líder local, líder Antibalaka y uno de los hombres que estuvo negociando el alto el fuego en Bangui. En aquel momento insistió en que todavía no sabían qué era lo que hacían los franceses. Volví a contactar a principios de este mes. Después de casi 5 llamadas dándome tono Hyppolite cogió el teléfono y me hizo unas declaraciones que me dejaron de piedra. Os lo cuento mañana, en plan Sálvame Deluxe. Ahí os dejo con la intriga.