La chaqueta de paramédico de J. no está bien según A. «Gran parte del trabajo que hacemos aquí depende de las ayudas que vienen de fuera. Recibimos donaciones para seguir trabajando sobre el terreno. Somos voluntarios al 100%. No recibimos salario, sólo nuestros costes diarios están cubiertos (comida, techo y poco más)», me dice A. La habitación en la que duermen 4 de los integrantes de este grupo de voluntarios paramédicos es de lo más austera. Dos mantas por persona, un aseo que ha muchos con el estomago duro también les echaría para atrás y una pequeña calefacción para hacer frente al frío. «Creo que cuando empiece la batalla por el Oeste en la ciudad dormiremos poco, será duro. Lo tenemos asumido. Nuestra prioridad son los civiles, los militares en gran medida tienen los primeros auxilios garantizados. Los civiles no. En otras partes donde hemos estado trabajando, los heridos eran transportados en coches normales. Aquí será lo mismo», explica A. mientras mira al suelo y remueve el polvo con sus botas militares.
Enjuto y con la mirada seria, este joven canadiense de 35 años sabe la importancia de mostrar su trabajo al mundo para recibir la mayor cantidad de ayuda posible. Se acicalan para la foto y acicala a sus camaradas. «La cruz roja se tiene que ver bien, que no piense que aquí luchamos con armas. Somos paramédicos y aunque utilicemos material militar es porque para este entorno es lo más apropiado». Quita el polvo de la chaqueta de su compañero J. Los dos ríen. «Mi madre estaría orgullosa de ti A», le dice J. Los dos ríen.