El hospital de campaña de los internacionalistas paramédicos está a escasos dos kilómetros de una posición del Estado Islámico. Es fácilmente alcanzable por un mortero. «Pero no disparan. De vez en cuando echan un mortero al campo pero no dan a nadie. No sé por qué lo hacen así. Es un sitio tranquilo para ser el frente. Pero si la cosa se pone fea, yo les protejo con mi arma. Aquí les queremos mucho». Explica el soldado Ali apostado en la pared.
El soldado no quita ojo a los movimientos que hacen. No se despega de la tanqueta con armas de largo alcance que tiene a su lado. «Prácticamente vivo aquí. Duermo en esta pequeña tiendecita» explica mientras señala un trozo de tela que cuelga de su vehículo armado. Las noches son frías en esta parte de Iraq, pero Alí me asegura que lo primordial es la seguridad de ellos. «No llevan armas, aunque sé que las saben manejar. El ruso me ha dicho que es buen tirador y cada vez que pasa por aquí se emociona al ver mis armas», dice sonriendo.
Su camarada que le acompaña en estos servicios de vigilancia se ríe cuando le propongo sacar una foto. «Con esas barbas parecerá uno del Estado Islámico».
Ali coge un espejo de una pequeña mochila, lo coloca en su arma. Cuelga la Kalashnikov en el tanque y empieza a afeitarse. «Si me vas a sacar una foto por lo menos que me vean guapo y no como esos del EI, que van vestidos como perros».