Estamos en guerra, anunció con una solemnidad hollywoodiense hace ahora cinco años un presidente de la república cuya imagen de joven sobradamente preparado comenzaba a mostrar signos de fatiga tras aquel movimiento de chalecos amarillos que se coció al fuego lento de las llamas del logo de la ultraderechista Marine Le Pen. Poco después de aquella pretendida guerra contra el COVID, Macron no nos dejó en paz, aprobando por decreto y sin el apoyo del Parlamento la ley que postergó a los 64 años el derecho a la jubilación que hasta entonces se activaba con los 62. Ahora, a pesar de que la izquierda mantiene aún vivo el debate, el primer ministro acaba de dar carpetazo a la propuesta de retrotraer la edad del retiro a los 62 años. Es necesario cotizar más para equilibrar las finanzas públicas, defiende un François Bayrou cuyos ingresos por jubilación multiplicarán al menos por varios dígitos el de cualquier joven recién empleado. Pero eso no es lo importante. Lo crucial es el aquí y ahora, es el contexto de guerra en el que nos encontramos, y por ello es necesario acumular un mayor esfuerzo en la esfera de lo militar. Un esfuerzo económico, por supuesto, pero un esfuerzo personal también, y todo en defensa de la nación. Por ello, Macron, que sigue sin dejarnos en paz, medita el regreso del servicio militar. Pues nada, si quiere, tendrá guerra.