Bayrou quiso disfrazarse de Papa Noël. El septuagenario primer ministro dijo que tras meses de parón gubernamental es necesario avanzar y por ello prometió un gobierno antes de Navidad. Y, la verdad sea dicha, podría decirse que la palabra de bearnés vale como la del vasco. El lunes pasado ya tenía los nombres. Dos no se mueven de los puestos que ocuparon con Barnier: ni el ministro de Interior, el ultraconservador y racista Bruno Retailleau, ni la magistrada y antigua ministra de Justicia Rachida Dati, actualmente responsable de Cultura. Otros regresan, como la ex primera ministra Elisabeth Borne, ahora al parecer experta en Educación, Gérald Darmanin, que logró salir absuelto de una causa por violación y que pasa de Interior a Justicia, y un sorpresivo Manuel Valls, que tras traicionar al partido socialista, perder las últimas elecciones y exiliarse a Barcelona donde cayó con estrépito en las municipales, regresa, sin ser cargo electo, como ministro de Ultramar. Los nuevos no mejoran al resto. Véronique Louwagie, ministra de Comercio, fue condenada hace dos años a cerca de 30.000 euros por tener a una empleada de hogar sin contrato. Philippe Tabarot, ministro de Transportes, mandó a freír espárragos a los científicos que alertan sobre el cambio climático. Bayrou asegura querer avanzar, pero su gobierno claramente no es ningún regalo, es un retroceso.