Real Madrid y Liverpool jugarán uno de las finales más aristocráticas de la historia de la Champions League. Entre ambos suman 17 entorchados de la máxima competición continental, 12 para los blancos y 5 para los reds. En Kiev, una de esas sedes escogidas para favorecer los intereses de la UEFA y dificultar los de los aficionados, el conjunto de Zinedine Zidane parte como favorito ante la escuadra de Jurgen Klopp y Mo Salah.
Sin embargo, la historia, caprichosa, nos depara un precedente, también en una final. Fue el 27 de mayo de 1981, con triunfo para el Liverpool. El equipo dirigido por Bob Paisley, el técnico más laureado en la historia de los de Anfield, se impuso por uno a cero al “Madrid de los García”. El conjunto inglés, uno de los dominadores del fútbol europeo en el periodo comprendido entre la segunda mitad de los setenta y la tragedia de Heysel, contaba con jugadores de altísimo nivel Souness, Dalglish, McDermott, Sammy Lee o el portero Ray Clemence. Apellidos que forman parte de la época dorada del equipo de Merseyside. Poco antes de jugar la final, la UEFA obligó al Liverpool a tapar el logo de la marca que llevaba Umbro, han pasado 37 años, pero parece una eternidad al contarlo actualmente.
Enfrente, un Madrid de entreguerras, que empezaba a notar el peso de no contar con una Copa de Europa en color, que había visto la reciente retirada de algunos de sus mitos como era el caso de Pirri, y trataba de reconstruir su con la incorporación de jóvenes futbolistas y estrellas extranjeras y sustentados por el modelo de la furia de Camacho, Juanito o Santillana. No fue un periodo fácil para los blancos, hasta la irrupción de la Quinta del Buitre, se vieron obligados a ver el dominio del fútbol vasco en Liga, perder una final de Copa ante el Barcelona de Maradona y sufrir sendas derrotas ante Liverpool y Aberdeen en la lucha por la orejona y la extinta Recopa. Huelga decir, que aquel equipo dirigido por Vujadin Boskov, el apellido García era preponderante. Así, la primera plantilla contaba con García Remón, García Cortés, García Navajas, García Hernández y Pérez García. Apenas un par de ellos fueron titulares ante los reds.
La final disputada en el Parque de los príncipes de París, el partido se decidió gracias a un solitario gol del defensa Alan Kennedy. Un mito en la historia del Liverpool, club que debe una gran parte de su gloria a su pierna y tobillo izquierdo. El encuentro se disputó en un contexto de máxima convulsión, tanto en el Reino Unido como en el Estado español.
Margaret Thatcher no había atendido ninguna de las demandas para mejorar las deplorables e inhumanas condiciones de vida en el Bloque H de la prisión de Long Kesh, lo que llevó a una larga y dura protesta de los presos republicanos irlandeses. La huelga de hambre marcó un antes y un después en dicho conflicto. El mes de mayo de 1981 fue especialmente doloroso, ya que comenzó con la muerte de Bobby Sands el día 5, una semana después fallecería Francis Hughes y el 21 lo haría Raymond McCreesh y Patsy O’Hara. Meses después, otros seis miembros del IRA y el INLA también morirían durante la protesta. Una lucha que fue llevada al cine en largometrajes como En el Nombre del Hijo, H3 o Hunger.
En el Estado español, en vísperas de organizar el Mundial de 1982 y con una crisis económica galopante, el viejo régimen no terminaba de morir e hipotecaba por completo el marco transicional. Así, el Golpe de Estado del 23F, el permanente ruido de sables, la dimisión de Suárez, la brutalidad e impunidad policial con casos como el de la muerte de Joxe Arregi debido a las torturas sufridas o el terrible Caso Almería, en medio de un contexto de los años del plomo en Euskal Herria o la alarma derivada por la intoxicación masiva derivada del consumo de aceite de colza tóxico.
Al tiempo, sucedían fenómenos que marcarían parte del imaginario colectivo y social de esa época, especialmente vinculado al espectro cultural. Así, cuatro días antes de la final de París, se produjo uno de los puntos culminantes de lo denominado como “La movida madrileña”. Alrededor de 15.000 personas acudieron a ver durante cerca de ocho horas a grupos como Fahrenheit 451, Alaska y los Pegamoides, Rubi y los Casinos, Los Secretos, o Nacha Pop entre otros en una fiesta organizada por los alumnos de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid. En la gran pantalla arrasaba el segunda cinta de Superman, recién estrenado en el Reino Unido, donde Adam and the Ants arrasaba oscilando del new punk al new wage. Y así fue toda la década en el panorama inglés.
Época de conflictividad, no solo en Irlanda, de belicosidad. Así, la propia ciudad de Liverpool vivió los gravísimos incidentes de Toxteth, en los que la policía de Merseyside reprimió las protestas de la comunidad negra. Thatcher llegó a reconocer que pensó en armar a los agentes para realizar un uso de la fuera aún más contundente. Lo sucedido que queda reflejado en la novela Stars Are Stars de Kevin Sampson, complementada con espectaculares fotografías.
El fútbol seguía siendo un icono de las clases populares, en medio del creciente problema del hooliganismo, la inseguridad en algunos estadios y la masiva ingesta de alcohol. Sin embargo, la mayoría de la gente lo seguía considerando como algo suyo y cercano. De hecho, Brian Clough, doble ganador de la Copa de Europa con el Nottingham Forest, se mostraba como una de las voces más críticas contra Thatcher.
El Liverpool era el equipo de referencia, así, los reds se llevaron también las Ligas de 1982, 1983 y 1984, las dos últimas ya con Joe Fagan en el banquillo. Los de Anfield eran el equipo a batir y en su empeño para volver a conquistar la orejona, en otoño de 1983 se tuvieron que enfrentar al Athletic de Clemente. En la ida, el planteamiento de los leones surtió su efecto logrando un interesante empate a cero. Sin embargo, en el partido de vuelta, los ingleses se llevaron el gato al agua gracias a un tanto de Ian Rush. El paso de los hinchas del Liverpool no dejó un recuerdo especialmente grato en San Mamés.
Los de Anfield volvieron a alcanzar la final de la Copa de Europa en busca de su cuarto entorchado. Su rival sería la Roma, un equipo que contaba con la enorme presión de jugar la final en el Olímpico de la capital transalpina. Un hecho que llenaba de ilusión a todo el entorno giallorossi. El Liverpool, por su parte, había ido a descargar tensión a Tel Aviv, concentrados, lejos de los tabloides ingleses y los paparazi italianos. Un tiempo para la preparación y el relax, mientras las radios pinchaban los 99 globos rojos de los alemanes Nena.
El 30 de mayo de 1984, en un estadio repleto de tifosi deseosos de ver ganar a la Roma y otros millares llegados desde Merseyside disfrutaron de una emocionante final de la Copa de Europa, una cita con más tensión que juego.
El conocido comunicador Michael Robinson formaba parte de la plantilla del Liverpool -en la que también estaba Sammy Lee, para después hacer pareja también en Osasuna- y comenzó el partido desde el banquillo. Fagan formó con Grobbelaar, Neal, Lawrenson, Hansen, Alan Kennedy, Johnston, Souness, Lee, Whelan, Rush y Dalglish. En la segunda parte, dio entrada a Nicol y al mencionado Robinson. La Roma, por su parte, contaba con los brasileños Falcao y Toninho Cerezo, además de ídolos locales como Tancredi, Di Bartolomei, Conti, Pruzzo o Grazziani bajo la dirección del sueco Nils Liedholm.
Organizados en un corrillo, el capitán Souness consultó a Joe Fagan sobre los jugadores que iban a lanzar desde los once metros. El técnico dejó la decisión en manos de los futbolistas, señalando que la mejor idea sería que chutasen aquellos que se sentían convencidos.
Neal adelantó a los reds durante el primer cuarto de hora y Pruzzo empató al borde del descanso. No hubo más goles, ni durante el tiempo reglamentario ni en la prórroga. Así, ambos equipos se encaminaron a los penaltis. En su libro “Las cosas de Robin”, Michael Robinson cuenta que aquellos fueron algunos de los peores minutos de su carrera deportiva.
El primero en mostrar su disposición fue Steve Nicol y después lo hizo Alan Kennedy, el héroe de la citada final de 1981. Para Robinson, “Souness dijo que no, que no era serio, porque la verdad es que Alan Kennedy era algo torpe, muy rápido, bueno en el choque, pero no demasiado hábil.
El capitán y el lateral izquierdo continuaron con su tira y afloja mientras no se apreciaba demasiado arrojo entre el resto de jugadores. Únicamente el delantero galés Ian Rush mostró su predisposición y el propio Robinson, atenazado por el miedo, se ofreció a lanzar otro. Sin embargo, el escocés Souness le espetó que necesitaban un delantero para chutar en caso de quedar empate y llegar a la muerte súbita. Por tanto, Robinson lanzaría el sexto, quedaba uno por dirimir, mientras Kennedy insistía. Souness le preguntó sobre si “estaba seguro”, a lo que el defensa respondió que sí. La tensión era creciente y finalmente el lateral sería el encargado del quinto, “mira, tira tú el quinto y recemos que no haya que llegar a ese punto” le dijo el capitán.
Y sí, vaya que si alcanzaron ese punto. No comenzó bien la cosa para el Liverpool, Steve Nicol, también escocés, falló el primer lanzamiento. Di Bartolomei marcó para los italianos y Neal convirtió para los reds. La tensión era creciente, en el corrillo de los futbolistas del equipo de Fagan, Alan Hansen -otro escocés- tiró de flema al señalar que “al menos tendremos un compañero con quien sentarnos a la vuelta, lo peor es que únicamente falle uno”. La tanda vio un vuelvo cuando Bruno Conti, campeón del mundo en 1982, marraba su lanzamiento después de asistir al estrambótico comportamiento de Bruce Grobbelaar. Souness, Righetti y Rush anotaron sus respectivos disparos, era el turno de Renato Pruzzo. Frente a él, el mencionado Grobbelaar, moviendo las piernas de forma extraña, ridícula incluso, pero logró desconcentrar al delantero, tanto que falló su penalti. Había llegado el momento, era el turno de Alan Kennedy.
Seguro, confiando, camino del punto fatídico hizo un gesto de confianza a sus compañeros. Se plantó en los once metros, lanzó y engañó por completo a Tancredi, el Liverpool ganaba su cuarta Copa de Europa, la segunda lograda gracias a la pierna izquierda de Alan Kennedy. Los reds estallaban de júbilo, los futbolistas corrían a abrazar a su último chutados, algunos aliviados como Robinson por no tener que tirar su penalti, mientras que Kennedy “reía y reía, mientras dejaba escapar que le había dado con el tobillo”. Es la historia de un héroe en medio de una constelación de estrellas, del grupo gran momento del mejor Liverpool de la historia. El partido sumió a la Roma en una crisis identitaria y a su capitán Di Bartolomei acabó suicidándose, inmerso en una profunda depresión, justo el día en el que se cumplían 10 años de la final.
Fue la última gran hazaña del mejor Liverpool de todos los tiempos, después llegarían las tragedias de Heysel o Hillsborough o la Liga que perdieron en el último minuto frente al Arsenal. Un fútbol y una sociedad de otro tiempo. En 1984, coincidiendo con el título de Liverpool en Roma, Thatcher reprimía las protestas de los Mineros que habían ido a la huelga en marzo -escenificadas en Billy Elliott o Pride-, después llegaría la estigmatización de fútbol.
Al Liverpool le costaría levantarse, hasta 2005, en Estambul, con Gerrard o Xabi Alonso en plantilla, logró remontar de forma inverosímil un tres a cero frente al Milan. De nuevo, en los penaltis, Jerzy Dudek imitó alguno de los movimientos de Grobbelaar y los reds se llevaron su quinta orejona. En Kiev, tienen la oportunidad de volver a tocar el cielo, se busca nuevo héroe para un equipo mítico con una mística especial.
Beñat Zarrabeitia