Puede parecer surrealista a ojos occidentales, pero tanto el presidente surcoreano, con un pie en la calle y otro en la cárcel, y su ministro de Defensa, quien intentó quitarse la vida cuando estaba en prisión provisional, se suman a la larga lista de políticos destituidos y suicidados, por voluntad propia o por terceros, en la corta historia de la «democracia» de Asia Oriental.
Democracia con comillas, porque, como bien recordaba ayer en estas mismas páginas el siempre atinado Mikel Aramendi (‘Demokrazia kartsua ala dardartia?’), Corea del Sur es todo menos un modelo democrático.
Y no solo por su origen, cuando EEUU puso en el poder a un títere como Syngman Rhee, sucedido en un golpe de Estado por Park Chung-hee en 1961.
Las asonadas militares fueron una constante hasta 1987. Al punto de que, como recuerda Aramendi, Corea del Sur es, junto con Pakistán -¿y acaso Turquía- el único país con un pasado, y presente, militar tan «glorioso», y que el presidente ha intentado revivir.
Poco sabemos los mortales sobre Corea del Sur, salvo que es uno de los Tigres Asiáticos y que, además de destino atractivo, culturalmente está muy viva.
Lo que sí nos ha confirmado con la respuesta al autogolpe es que tiene una sociedad civil con una capacidad de movilización que para sí quisieran no ya en la prisión yuché-comunista de Corea del Norte sino aquí mismo, en Occidente.
Un activismo que desde la crisis de 1997-1998 denuncia el capitalismo salvaje del país (la serie ‘El juego del c alamar’ y el film ‘Parásito’ lo reflejan de forma admirable) pero que ha sido capaz de parar un 23-F en las puertas del Parlamento. Democracia con mayúsculas.