En este mundo en el que el nihilismo ha sustituido a los grandes ideales, los conflictos armados recientes son un imán que atrae a individuos cegados por el brillo de las armas y ansiosos por «jugar a la guerra» y por apretar el gatillo.
No faltan voluntarios con buena voluntad -valga la redundancia–, que acuden a los escenarios bélicos indignados y deseosos de ayudar a los agredidos, ahora mismo los ucranianos.
Sin pretender hacer comparación alguna, la participación de las Brigadas Internacionales en la guerra civil española fue un modelo para el mundo.
La llegada a la guerra en Siria de miles de yihadistas occidentales siguiendo el llamamiento del Estado Islámico (ISIS) es su contrapunto fascista. Para luchar contra este junto a los kurdos, acudieron voluntarios, muchas veces con más buenas intenciones que eficacia militar.
Volviendo al escenario bélico actual, miles de combatientes procedentes de 55 países acudieron a luchar en uno u otro bando en la guerra del Donbass, territorio pro-ruso que se rebeló tras a revuelta pro-occidental del EuroMaidan de 2014 en Kiev.
Los favorables a Ucrania se alistaron mayormente en divisiones ultras como el batallón Azov, en primera línea del frente. Los alineados con los rebeldes de Donetsk y Lugansk, sin olvidar a algunos antifascistas y comunistas europeos, llegaron mayormente de Rusia, movidos sobre todo por el sentimiento pan-ruso, como atestiguaba su identificación con la zarista cruz de San Jorge.
Ucrania, cuyo Ministerio de Defensa no duda en amparar a los ultraderechistas del batallón Azov, ha hecho un llamamiento a los que tengan «experiencia de combate o quieran ganarla junto a los valientes defensores ucranianos (…) en su lucha por la paz y la democracia en Europa».
Más de 20.000 extranjeros se habrían ofrecido ya a sumarse a la Legión de Defensa Territorial ucraniana y los analistas advierten que predominan ultraderechistas europeos y supremacistas blancos.
El problema, irresuelto, de qué hacer con los europeos que fueron a luchar por el ISIS, y el recuerdo de que los mujahidines árabes que fueron a luchar contra los soviéticos en Afganistán en una guerra de guerrillas financiada por EEUU fundaron Al Qaeda planea como un fantasma.
Por de pronto, Alemania ya ha decidido desarmar a sus neonazis y calcula que 13.800 estarían dispuestos a tomar las armas, donde sea, y 1.500 tienen licencia para usarlas.
En el otro bando, Rusia ha mandado a Ucrania a sus mercenarios de la compañía Wagner, que recibe el nombre del compositor alemán y que está dirigido por el supremacista blanco Dimitry Urkin, quien no tiene empacho en colgar fotos con sus tatuajes con esvásticas en el cuello y publicar vídeos con sus criminales métodos militares en África y Oriente Medio.
Tampoco Putin le ha ido a la zaga a Zelensky y el comandante en jefe del segundo (o tras China tercer) Ejército más fuerte del mundo ha anunciado que está dispuesto a acoger a 16.000 voluntarios de Oriente Medio.
El opositor Observatorio Sirio de Derechos Humanos asegura que en Siria se habrían alistado 40.000 combatientes, pertenecientes muchos de ellos a las más temibles milicias que han machacado a sangre y fuego la revuelta en Siria, sin distinguir entre civiles, rebeldes y salafo-yihadistas.
Conviene, asimismo, recordar el despliegue en Ucrania de la 46 brigada de la Guardia Nacional a las órdenes del presidente títere checheno, Ramzan Kadyrov, los temidos kadirovski.
La práctica aniquilación de su regimiento motorizado de élite 141 enviado como avanzadilla en la ofensiva a Kiev, y la muerte de su general, Mogamed Tushayev, confirma la participación de los kadirovski, una suerte de «Guardia Mora», a las órdenes de Franco en la guerra civil y que generaba un terror similar al que inspira la guardia personal del dictadorzuelo checheno.
Para completar el cuadro, y volviendo a Siria, circulan informes de que chechenos que luchan junto a Al Qaeda en Idleb contra Damasco habrían sido alistados por sectores ultras ucranianos.
Lo «mejor» de cada casa.