Hotel Kruger Shalati, el ‘Tren del Puente’
Antiguos vagones alineados en el antiguo puente sudafricano de Selati conforman el lujoso hotel Kruger Shalati, que ofrece un ambiente de influencia africana, habitaciones con vistas al parque Kruger y safaris que garantizan la presencia de animales que probablemente jamás hayan visto sus huéspedes.
En pleno Parque Nacional Kruger, la mayor reserva de vida animal de Sudáfrica, se localiza un tren de lujo suspendido en un puente, a unos 15 metros de altura, que cobija pasajeros, pero que, paradójicamente, nunca se mueve. Es el hotel boutique Kruger Shalati, conocido popularmente como ‘El Tren del Puente’, donde sus huéspedes disponen de un mirador dorado desde el que pueden disfrutar de una fascinante naturaleza salvaje, tanto de día como de noche.
Una pequeña plataforma agregada al puente acoge una pequeña piscina redonda donde un grupo de personas comparten charla y tragos acariciados por una agradable brisa.
Un fuerte gruñido silencia el canto de los pájaros. «Es un hipopótamo», asegura rápidamente un camarero, mientras los invitados se inclinan, curiosos, sobre la barandilla, con la esperanza de divisarlo en el fangoso río Sabie. Se sorprenden al ver dos orejas redondas que sobresalen del agua. «Adorable», susurra Karen Lane, una mujer de Johannesburgo que celebra los 30 años de matrimonio con su esposo, Rich.
«Es toda una experiencia, comenta Chichi Mudau, una comerciante tocada con un sombrero de pescador; pero no uno cualquiera, sino Gucci. «El lugar y el servicio son impecables. Es como un sueño hecho realidad. Me encanta todo».
Poco después, algunos de ellos subirán a camionetas y participarán en un safari organizado en el que, probablemente, se acercarán a animales que jamás han visto en su hábitat natural, probablemente, jirafas, elefantes, cebras, leones, rinocerontes, leopardos y búfalos.
El puente suspendido en este paisaje de ensueño, el antiguo Selati, estuvo abandonado durante décadas. En 2016 sus dueños obtuvieron el permiso para transformarlo en un alojamiento elegante al que, obviamente, solo tienen acceso unos pocos con recursos. Pero la estratégica ubicación no se eligió al azar, sino que se optó por un lugar simbólico y años atrás muy referencial.
En la década de los veinte del siglo pasado, esta vía férrea era la única vía que permitía acceder al parque Kruger y disfrutar de la experiencia de un safari. Su última locomotora se paró definitivamente en 1979, cuando se establecieron nuevas vías de conexión. Hasta entonces, se detenía habitualmente en el puente e incluso a veces los pasajeros pernorctaban en los vagones. Por ello, el convoy actual, a modo de tributo a aquel ferrocarril, es similar al original que inició sus pasos en la década de 1920.
Antiguos vagones reciclados
«Fuimos a un cementerio de trenes en busca de vagones», recuerda Gavin Ferreira, el gerente ejecutivo de operaciones. «Estaban bastante deteriorados. Algunos incluso habían sido saqueados». Hoy, aquellos vagones sudafricanos de la década de 1950, restaurados y habilitados como lujosas habitaciones, invitan a sus huéspedes «a viajar en el tiempo». Lo comenta Ferreira mientras avanza por los vagones, numerados hasta el 25. Pero, curiosamente, no son tantos, porque el Kruger Shalati respeta la vieja superstición de que el número 13 hay que evitarlo.
Cada vagón es una habitación, una amplia estancia de estilo contemporáneo con influencias africanas y con una cama de grandes dimensiones coronada con almohadas mullidas. El ambiente que se respira es aparentemente mágico. La tenue luz del sol se filtra con suavidad a través de los ventanales acristalados y acaricia la bañera. Una bata de seda cuelga cerca. Un balcón invita a asomarse, pero uno de los empleados advierte: «No olvide cerrar la puerta. Los monos aquí pueden volverse bastante agresivos y abalanzarse sobre los clientes. Cuando los pequeños primates grises suben al puente, miran a través de los cristales y observan con curiosidad a los invitados. Son lindos, pero no se dejen engañar».
Inicialmente, el Kruger Shalati tenía previsto acoger únicamente a clientes occidentales. Sin embargo, cuando se inauguró, en diciembre de 2020, la pandemia les impidió viajar, por lo que fueron los sudafricanos quienes hicieron las primeras reservas. Y las aceptaron. «Los primeros meses, estábamos completos», explica la encargada de las reservas, Ella West, quien reconoce que necesitan «huéspedes internacionales para que un lugar como este funcione como es debido».
Reconoce, aun así, que poco a poco, la situación va mejorando. Ahora el tren atrae a más estadounidenses, porque una pista de aterrizaje a solo cuatro kilómetros de distancia les facilita el viaje.
Cae la noche y el tren se balancea suavemente. E, inevitablemente, también los huéspedes. Pero no hay motivo para la alarma. «Es un movimiento natural», explica Ferreira. «Es consecuencia de la expansión y retracción del puente». El calor del día provoca la dilatación del metal, mientras que la frescura nocturna lo contrae. Y, al parecer, los huéspedes agradecen el sutil balanceo. «Nuestros clientes –confiesa orgulloso– nos felicitan, porque les recuerda a un tren en movimiento».