Corridos tumbados, regional mexicano al asalto del «mainstream»
Los corridos tumbados, la renovación de la música regional mexicana, arrasan en listas y premios internacionales a pesar de un mensaje que ha sido cuestionado por su cercanía a los carteles. El fenómeno es reflejo de un país que se desangra tras 15 años de ‘guerra contra el narcotráfico’.
Septiembre de 2023. Festival Arre, uno de los conciertos al aire libre que más público han reunido en los últimos años en la Ciudad de México. Sobre un inmenso escenario se mueve un hombre bajito, barba recortada, sombrero de cowboy negro, chaqueta del mismo color y más collares de oro que un rapero neoyorkino. Es Luis R. Conriquez, quien se presenta como el ‘rey de los corridos bélicos’. A su espalda, una banda de más de 20 músicos (vientos, guitarra, contrabajo). En un momento, aparece un niño que no llegará a los seis años, aparentemente hijo del vocalista, y que se suma a una de las canciones. Ambos corean al unísono: «En una Urus me salgo a pasear, diez camionetas me siguen atrás, cuido la plaza del señor Guzmán y al Piyi traigo de anillo de seguridad».
Frente a ellos, miles de personas corean ‘Siempre pendientes’, uno de los primeros éxitos de los corridos tumbados, el subgénero que llegó a renovar la música regional mexicana y que ha supuesto un terremoto en el panorama musical del continente americano. Quizás en otro contexto, la escena en la que un niño entona una canción en la que se exalta explícitamente a Joaquín Guzmán Loera ‘El Chapo’, líder del cártel de Sinaloa y condenado a cadena perpetua tras su extradición a Estados Unidos en 2017, causaría un escándalo. Pero México está acostumbrado a estas narrativas. Aunque el éxito de los corridos tumbados va más allá.
En los últimos dos años la renovación del regional mexicano se desbordó, llegando a superar a fenómenos globales como Bad Bunny. En la calle, en el transporte público, en las taquerías. No se puede escapar a los éxitos de autores como Peso Pluma, Natanael Cano, Gabito Ballesteros, Junior H o Fuerza Regida. Del vox populi pasaron a las listas de los más escuchados (las 15 primeras canciones de Spotify están capitalizadas por los corridos tumbados), los premios Grammy o los Billboard. También, a protagonizar colaboraciones con pesos pesados del mainstream como Shakira o Bizarrap.
Hassan Emilio Kabandaje Leija, conocido como Peso Pluma, es el principal exponente del género, que lo popularizó con temas como ‘Ella baila sola’, alejado de la temática bélica. Aunque nació en Zapopan, una zona acomodada de Guadalajara, en el noroeste del país, siempre ha reivindicado sus vínculos familiares con Culiacán, en Sinaloa, como una especie de pedigrí. El municipio sinaloense es ciudad natal de algunos de los narcotraficantes más conocidos de México y ahí está enterrado Chalino Sánchez, uno de los mitos de los narcocorridos y muerto a balazos en 1992. A pesar de que Peso Pluma fue quien capitalizó el éxito, el término se atribuye a Natanael Cano, quien en 2019 publicó el álbum ‘Corridos Tumbados’. Los medios de comunicación han tratado de fomentar la rivalidad, pero esta no existe realmente. Los cantantes (todos hombres), comparten composiciones y aprovechan la popularidad para que otros colegas tengan visibilidad. De hecho, muy pocas canciones tienen un único autor. También se reconocen los liderazgos. A finales de 2023, ante 60.000 espectadores, Peso Pluma coronó a su colega como «el puto rey de los corridos tumbados».
CÓDIGOS
Cada uno tiene su estilo particular, pero les une una fusión de la música regional mexicana con estilos más actuales como el hip hop, el trap, el dembow o el reggaeton. La temática es la que genera más cuestionamientos: los corridos ‘bélicos’ relatan explícitamente y con nombres y apellidos las vicisitudes de narcotraficantes como el Chapo Guzmán o sus hijos, ‘los Chapitos’ («se le extraña demasiado al general en la capital del corrido, la capital es Culiacán y no está sola porque aquí siguen sus hijos», proclaman Luis R Conriquez y La Adictiva); reivindican valores de consumo salvaje («Dom Perignon Lady Gaga, lentes en la cara, tusi lavada», que canta Peso Pluma), superación personal en clave individualista («pacas de billetes y una mente que las puede, desde plebes sabíamos que ibamos pa este level» en palabras de Natanael Cano) y un machismo que no se esconde («aunque de morras tengo un putero, me vale verga me importa el dinero», en una canción de Oscar Maydon).
El uso de códigos vinculados al narcotráfico también es marca de la casa. Cuando se habla del ‘701’, la referencia es al número con el que la revista ‘Forbes’ ubicó al Chapo Guzmán en su lista de personas más ricas del mundo. Los ‘tostones’ se refieren a las armas de calibre 50, de uso exclusivo del Ejército, que utilizan los grupos criminales, mientras que los ‘monstruos’ son camionetas convertidas en blindados artesanales. Las canciones también incluyen referencias a la santería.
A pesar de todo, reducir los corridos tumbados al estereotipo y la condena moral no permite comprender un fenómeno que arrasa en México y Estados Unidos, principalmente entre las clases populares precarizadas, que son las principales víctimas (y protagonistas) de la violencia que se glorifica. Recientemente, intelectuales chilenos como Alberto Mayol, pidieron que Peso Pluma no actuase en el festival Viña del Mar de Santiago por tratarse de «apología del delito». El propio presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, afirmó en una de sus conferencias matutinas que «no nos vamos a quedar callados cuando dicen que son buenas las tachas (pastillas), que tienen un arma calibre 50 y que sus ídolos son los narcotraficantes más famosos». En el otro lado, la escritora Dahlia de la Cerda, que en su libro ‘Perras de reserva’ aborda la temática de la violencia en México, tiene otro punto de vista. «Pienso que el rechazo a los corridos es, sobre todo, una cuestión de clase. Un desprecio de clase. Lo que no soportan los amos, los dueños de los medios de producción, la clase media ilustrada y los aspiracionistas es que de pronto ‘los de abajo’ compartan de su mesa», escribió en un artículo publicado en ‘El País’ en el que terminaba citando a la escritora vasca Itziar Ziga. Hay quien considera que escuchar corridos tumbados (o raperos como Makabelico, convertido en narrador del Cártel del Noreste) incitan a los jóvenes a sumarse a las filas del crimen organizado. Quizás sería simplificar mucho el problema. En amplias zonas de Michoacán, Jalisco, Tamaulipas o Chiapas es habitual ver convoyes de hombres encapuchados y armados o tipos con uniforme con las siglas de un grupo criminal. Decenas de miles de jóvenes no necesitan la letra de una canción sobre sicarios para ver uno, ya que los tienen en la puerta de su casa. También es cierto que la relación entre cantantes y mafiosos puede ser más estrecha aún de lo que dicen las letras. Hace un año, Dámaso López Serrano, el Mini Lic, hijo de uno de los antiguos socios del Chapo, aseguró que Peso Pluma mantenía una estrecha relación con el Nini, jefe de seguridad de los Chapitos y detenido en Sinaloa a finales de 2023.
HISTORIA
Para entender hay que ponerse en contexto y conocer la historia. México es un país que vive un conflicto bélico no declarado que ahoga el país en sangre. En diciembre de 2006, el entonces presidente, Felipe Calderón, declaró la denominada ‘guerra al narcotráfico’ tras imponerse en las elecciones a Andrés Manuel López Obrador, que denunció fraude. Desde entonces, los muertos se desbordaron. Cadáveres embolsados, ahorcados en puentes, desmembrados que aparecen en fosas clandestinas. Solo en los últimos quince años se registraron más de medio millón de muertes violentas, a las que se suman los más de 100.000 desaparecidos. Si hace tres décadas la delincuencia estaba controlada por un puñado de cárteles (Sinaloa, Tijuana, Golfo, Beltrán Leyva, Jalisco Nueva Generación, La Familia Michoacana), ahora son cerca de un centenar los grupos armados que operan en el país. Además, los sucesivos gobiernos entregaron la seguridad pública al Ejército. Incluso el actual mandatario, López Obrador, convirtió a sus uniformados en su principal apoyo. La violencia, a pesar de todo, es una de las grandes asignaturas pendientes de un presidente que llegó con la promesa de una transformación histórica y que se marchará sin haber logrado bajar de 30.000 muertes al año.
«Era el veintitrés de junio, hablo con los más presentes, fue tomado Zacatecas, por las tropas de insurgentes. Ya tenían algunos días, que se estaban agarrando, cuando llegó Pancho Villa, a ver qué estaba pasando». Este corrido, fechado en 1914, en plena revolución mexicana, es uno de los primeros registros de un género que se convirtió en historia oral mexicana. Musicalmente, los corridos tienen una fuerte influencia europea, especialmente por el uso del acordeón y los ritmos de la polka. Narrativamente, los relatos de las hazañas de héroes y antihéroes se convertirán en uno de sus temas fundamentales, unido a las canciones de desamor regadas con tequila y donde se llora hasta caer inconsciente. Eso era antes y eso es ahora. Cambia el contexto, pero el fondo sigue siendo el mismo que hace más de un siglo.
Una de las frases con las que se ha definido a México es la de «Pobre México, tan lejos de dios y tan cerca de Estados Unidos». Compartir 3.000 kilómetros de frontera con la gran potencia no es un reto fácil. Desde hace más de un siglo, con la prohibición del alcohol a través de la Ley Seca al norte de Río Bravo, los grupos de contrabandistas crecieron en México. Y los corridos narraron sus éxitos y fracasos, convirtiéndose en una parte indispensable del género. No se trata solo de las canciones que pasaron a la historia. También las que se hacían por encargo. Muchos de los bandoleros quisieron que sus gestas quedaran inmortalizadas en canciones que corear en las fiestas de los ranchos.
NARCOCORRIDOS
Con el auge del tráfico de drogas creció también el fenómeno de los narcocorridos. Grupos míticos como Los Tigres del Norte o Los Tucanes de Tijuana ya sufrieron señalamiento y censura por algunas de sus canciones. Ya en 1974, los Tigres del Norte cantaban: «Salieron de San Isidro, procedentes de Tijuana, traían las llantas del carro, repletas de hierba mala» en su éxito ‘Contrabando y traición’. A diferencia de otras bandas del género, los decanos de los corridos no personalizaban sus temas. Más allá de ‘El Jefe de Jefes’, de la que siempre se creyó que hablaba de Miguel Ángel Félix Gallardo, líder del cártel de Guadalajara y uno de los primeros grandes capos mexicanos, los relatos de los californianos se quedan en la narrativa, sin ser explícitos. Sin decir quién hizo qué. No ocurrió así con los Tucanes, quienes, por ejemplo, dedicaron uno de sus temas a ‘El Güero’ Palma, uno de los líderes del cártel de Sinaloa antes de la denominada ‘guerra contra el narcotráfico’ iniciada por Calderón. Al final, existe un hilo conductor que une a los grupos de antaño con los renovadores del regional mexicano. Como cantan Los Tucanes de Tijuana y Fuerza Regida (pasado, presente y futuro), «y seguirán, los corridones, esto no es moda, esto es cultura, hay que tomar, ora cabrones».
Las tragedias que cuentan los corridos llegaron también a sus protagonistas. En febrero de este año ha muerto el cantante Chuy Montana, un joven de apenas 19 años que se hizo popular después de que los integrantes de la banda Fuerza Regida le firmaran un contrato tras verlo tocar en la calle. La fiscalía local aseguró que el homicidio fue producto de una pelea en una fiesta, aunque en México no conviene fiarse de lo que dicen las autoridades. Meses atrás, el propio Peso Pluma tuvo que cancelar un concierto en la misma ciudad de Tijuana después de que varias ‘narcomantas’ aparecieran con mensajes amenazantes.
Los corridos tumbados expresan un México descompuesto. El histórico descenso en el número de pobres no ha venido acompañado con una reducción de la violencia. Quienes hoy cantan las gestas de los grupos criminales eran apenas unos niños cuando se declaró la ‘guerra al narcotráfico’ que ahogó el país en sangre. La música, en este caso, es un reflejo del horror que sufre el país. También un canto a la rebeldía para miles de jóvenes a los que el Estado no ha ofrecido más que violencia y que han visto en la narcocultura una promesa de vida mejor. Obvio, esta es solo una parte del relato. Y, puestos a buscar hazañas épicas, quizás habría que esperar las canciones que relaten, por ejemplo, la vida de las madres buscadoras que rastrean desaparecidos en las fosas clandestinas.