Gino Bianchi

Diario de viaje por la Transamazónica

La selva Amazónica, los pulmones del mundo, es la mayor reserva de especies vegetales y animales, y también el refugio de los últimos pueblos indígenas vírgenes. Es tierra de nadie a conquistar por cualquier medio. La Transamazónica lo confirma

Hay muchos pueblos aislados en el corazón de la selva.
Hay muchos pueblos aislados en el corazón de la selva.

Para colonizar la selva Amazónica se necesitaba un camino de acceso, así como en el salvaje Oeste el tren transportaba colonos y mercancías. Para eso se diseñó la carretera Transamazónica: la dictadura militar brasileña la planeó como un megaproyecto que se creía sería visible desde la Luna y funcionaría como un canal que propiciaría la conquista de la selva, la última frontera y la última zona del planeta que continuaba inaccesible.

Pero la Transamazónica fue uno de los mayores fracasos del poder militar brasileño. Como todos los sueños de grandeza de la dictadura, la obra quedó inconclusa: 4.223 kilómetros de carreteras que penetran en el corazón del bosque, que se arrastran allí donde el hombre nunca antes había llegado, dejando un sueño incumplido. Este proyecto iniciado en 1964 sigue siendo en gran parte un camino de tierra y no se ha completado hasta la meta prevista. Hoy en día, la Transamazónica es una cicatriz en el corazón de la selva, un camino hecho de polvo y piedras. En sus zonas más remotas, los árboles crecen tan espesos que el camino es invisible incluso desde un avión.

Esta vía fue presentada con el lema ‘Una tierra sin hombres, para hombres sin tierra’, toda una invitación a los desposeídos del norte de Brasil, la región más pobre del país. Pero se ha convertido en el lugar donde campan aventureros de todo tipo en busca de la gloria, el olvido, una oportunidad o la soledad en el corazón de la selva, lo más lejos posible del mundo civilizado, allá donde la ley y las reglas son un peligro, una luz lejana.

Transamargura, el camino de la amargura, así la llaman los colonos y aventureros que viven en sus orillas, que viven en ciudades de expediente. Un camino solitario en el que se entrelazan historias y destinos, formando un rompecabezas a modo de novela por entregas de la vida. La mayoría de la actividad económica está de alguna manera ligada al bosque, como la venta de madera, la caza, la explotación ilegal de la reserva mineral o la quema de grandes extensiones de tierra para el cultivo de la soja y la caña de azúcar, con la finalidad de ser explotados como biocombustibles.

Como en un diario de viaje, estas fotografías recorren la Transamazónica desde sus inicios, en la costa atlántica, hasta el final en un pueblo aislado situado en el corazón de la selva, allá donde terminan los sueños y esperanzas: un cazador solitario que ha elegido vivir en el bosque, los mineros de las minas de oro ilegales, los madereros y los camioneros solitarios, un sacerdote pentecostal que busca seres humanos a los que evangelizar, novias niñas, prostitutas y vaqueros, indios desposeídos, periodistas soñadores… cada uno viaja en el camino del oeste, en busca de su particular El Dorado.