A por estaño, por un puñado de rupias
Las islas de Bangka y Belitung, en Indonesia, son las mayores productoras de estaño, un material utilizado en la producción de móviles. Cientos de sus habitantes se sumergen en el Índico y arriesgan sus vidas. Es una actividad ilegal y peligrosa y, además, perjudicial para el medio ambiente.
En 1710, Bangka ya era uno de los principales centros de producción de estaño del planeta. Tres siglos después, con la comercialización masiva de los soportes tecnológicos, se amplió el abanico de utilidades de este material al pasar a formar parte de smartphones y tabletas. Esto le ha supuesto figurar en la lista de los denominados «minerales de conflicto» junto al oro, la columbita-tantalita –más conocida como coltán–, la casiterita y el wolframio y sus derivados, básicamente tántalo, tungsteno y estaño.
La mayoría de estos materiales proceden de una decena de países africanos, con especial protagonismo de la República Democrática del Congo, aunque una tercera parte del estaño que se utiliza a nivel mundial se encuentra en el océano Índico, en la zona de Indonesia, donde a base de remover el lodo los habitantes de las islas de Bangka y Belitung recolectan este metal maleable y de estructura cristalina. Es una actividad ilegal y perjudicial para el medio ambiente, pero a estos mineros les permite sacar algunas rupias al día.
Ese archipiélago al este de Sumatra, formado por playas paradisíacas de aguas azul turquesa, es el eslabón más bajo de la cadena que surte a los gigantes de la electrónica como Apple, Samsung, Microsoft y Sonny de ese preciado metal blanco grisáceo por el que cientos de personas se juegan la vida sumergiéndose en el océano sin medidas de protección.
Equipadas con unas gafas de submarinismo y un tubo de plástico para poder respirar mientras remueven el fondo marino, afrontan un trabajo muy peligroso en el que el riesgo de sufrir un accidente o de morir ahogadas es considerable. De hecho, el grupo de trabajo sobre el estaño en Indonesia –un colectivo formado por compañías especializadas en la electrónica y el estaño y por defensores del medio ambiente– alerta de que esta actividad causa al menos un muerto por semana.
Más arriesgada, pero más rentable
Bangka-Belitung es el principal productor de Indonesia. Su población vive de la pesca o de su trabajo en las minas de estaño, las granjas de pimienta y las plantaciones de caucho y palma de aceite, pero económicamente conseguir este material, usado para las soldaduras de aparatos electrónicos, resulta más rentable para pescadores y particulares que las actividades legales.
Así lo admite Paci, mientras explica que una expedición de cuatro personas en un barco pesquero equipado con un sistema de dragado puede llegar a recoger hasta 30 kilos de estaño, lo que se traduciría en 14 euros diarios, una cantidad nada desdeñable en este rincón del sudeste asiático donde casi el 40% de su población, compuesta por malayos y chinos, vive con menos de dos euros al día.
En 2015, la extracción a pequeña escala que practican los habitantes de Pulau Bangka representó alrededor del 75% del estaño recogido en Indonesia, según los datos facilitados por la ONG estadounidense Pact. Aparte del coste humano, la actividad es demoledora para el medio ambiente y para los pescadores, porque, en opinión de la ONG Walhi, remover ingentes cantidades de litros de cieno destruye los ecosistemas.
Hay que tener en cuenta que el producto pasa por muchas manos antes de llegar a los talleres de fundición, de donde lo exportarán refinado para terminar en los aparatos electrónicos que inundan nuestras vidas. Hacen falta dos gramos de estaño para la fabricación de un teléfono inteligente. Varias compañías estadounidenses que se abastecen en el Congo están obligadas por ley a precisar el origen del estaño, algo que no ocurre en Indonesia, donde todavía no existe una legislación al respecto.
El grupo de trabajo sobre el estaño en Indonesia, del que forman parte también grandes compañías como Apple, Samsung, Microsoft y Sony, prometió aprovisionarse en Bangka solo del producto proveniente de actividades legales. Pero a la hora de la verdad, según reconoce Evert Hassink desde la ONG Amigos de la Tierra, la mayoría de estas multinacionales ha hecho más bien poco para asegurarse de que el estaño empleado no perjudicase a los habitantes de esta isla. «Algunas firmas ni siquiera saben lo que compran», dice mientras añade que otras empresas tecnológicas son reticentes a la idea de adoptar un proyecto de certificación sobre la procedencia.
Por su parte, Jabin Sufianto, presidente de la asociación indonesia de exportadores, considera que es «imposible una trazabilidad» o, lo que es lo mismo, seguir el proceso de evolución de un producto en cada una de sus etapas, porque además hacerlo conllevaría «una subida del coste del estaño extraído en Bangka».
Proyectos pilotos
El colectivo sobre el estaño ha prometido poner en marcha dos proyectos pilotos para mejorar la seguridad de los trabajadores e intentar recuperar los terrenos dañados. Pero la ONG Walhi no ve ningún progreso, en particular en el distrito de Sungai Liat, donde los árboles cortados y los pozos gigantes son un ejemplo del daño causado. «Hasta hoy no ha habido casi ningún esfuerzo por restaurar nada», lamenta Retno Budi, miembro de Walhi, mientras recuerda un cráter donde dos buscadores de estaño murieron por un corrimiento de tierra. Un riesgo que otras personas no están dispuestas a correr. Ganan bastante menos buscando estaño con un recipiente sobre el agua, al estilo de los buscadores de oro estadounidenses, una tarea dura que además les provoca dolores de espalda, pero al menos no se exponen a la muerte.
«Otros no piensan en la seguridad. Lo único que cuenta es el estaño, estaño, estaño», aseguran los que continúan con los métodos tradicionales menos productivos pero igualmente menos arriesgados, alejados de las explosiones de arena y piedras.