Juanma Costoya

Monte Kazbek, una obsesión polaca

El Monte Kazbek alza su cumbre hasta los 5.047 metros en el lado georgiano de la frontera con Rusia. Los geólogos lo clasifican como un estratovolcán extinto, uno de tantos en esta zona del Alto Cáucaso pródiga en leyendas y lugares históricos. Su cumbre no fue hollada hasta 1868.

Fotogénica ermita de la Santa Trinidad. Capilla y campanario se alzan desde el siglo XIV sobre una colina a más de 2.200 metros. A sus espaldas el monte Kazbek yergue su inmensa mole.
Fotogénica ermita de la Santa Trinidad. Capilla y campanario se alzan desde el siglo XIV sobre una colina a más de 2.200 metros. A sus espaldas el monte Kazbek yergue su inmensa mole.

Se dice que el titán Prometeo, acusado de robar el fuego a los dioses para dárselo a la humanidad, fue encadenado por Zeus a su cumbre aunque el Elbrús, de 5.642 metros, otro estratovolcán además de techo Europa y ubicado en el lado ruso de la frontera, reclama para sí idéntica distinción mitológica. Más contrastada resulta la centenaria tradición que prohibía cazar en la falda de sus bosques al considerarlos tierra sagrada. En una de sus cuevas, a 4.000 metros de altura, se creía que estaban guarecidos el pesebre donde nació Jesús y la tienda de Abraham, entre otras reliquias. Su cumbre no fue hollada hasta 1868 por una expedición británica.

Por esta zona del Alto Cáucaso transcurrió uno de los ramales de la Ruta de la Seda. Mercaderes y acemileros primero y, siglos más tarde militares, popes y aventureros fueron abriéndose camino entre su geografía torturada, labrada por ríos caudalosos y torrentes que se escurrían de glaciares encajonados entre montañas de relieve geométrico. Las avalanchas, la nieve y el hielo cerraban el paso varios meses al año. Hasta aquí llegaban los flecos del Imperio ruso y el persa y un eco de aquellos tiempos permanece hoy en las torres de vigilancia y fortalezas como la de Ananuri que jalonan la ruta.

Carretera militar

La forma más rápida de llegar a las inmediaciones del pico Kazbek es por carretera. Desde Tiflis, capital de Georgia, se alcanza el pueblo de Kazbegi tras recorrer los 180 kilómetros de la conocida como “Carretera militar georgiana”. De esta pequeña población, hoy especializada en turismo de montaña, parten la mayor parte de expediciones que tratan de coronar su cima. La espectacularidad de esta carretera justifica que en 1914 la afamada guía de viajes Baedecker la calificara como «una de las más bellas carreteras de montaña del mundo». Se tardaba entonces en recorrerla unas catorce horas.

La fiabilidad de estas guías estaba fuera de toda duda. La Luftwaffe las utilizó con ventaja para delimitar con precisión sus objetivos de bombardeo sobre Inglaterra en la primavera de 1942, lo que más tarde se conocería como el “Baedecker blitz”. Más de un siglo después, los paisajes que circundan esta ruta siguen siendo abrumadores por hermosos aunque ahora se tarden unas tres horas en completar la ruta Tiflis-Kazbegi. En ocasiones, bastante menos. La velocidad suicida y la habilidad al volante exhibida por alguno de los taxistas que hacen la ruta semeja, para el visitante, un reto a la altura de la escalada del monte Kazbek. A pesar de la mejoría evidente de los accesos, todavía pueden vislumbrarse estampas de otro tiempo.

En un remedo mecánico de las antiguas caravanas largas filas de camiones suben asmáticos las pronunciadas pendientes. Muchos exhiben en sus matrículas la tricolor rusa, aunque buena parte de ellos son armenios. Y es que la patria del albaricoque, con sus fronteras con Turquía y Azerbaiyán cerradas, apenas tiene posibilidades terrestres de suministro ajenas a esta ruta. Cerca de Kazbegi se anuncia ya la proximidad con Osetia del Norte (Rusia) en forma de kilométricas colas de camiones aparcados en el arcén y esperando su turno para cumplimentar los farragosos trámites fronterizos.

Escaladores polacos

La imagen de la capilla conocida aquí como Tsminda Sameba (de la santa Trinidad) es icónica en Georgia. Capilla y campanario se alzan desde el siglo XIV sobre una colina a más de 2.200 metros. A sus espaldas el monte Kazbek yergue su inmensa mole. En un radio de 360º las vistas impresionan por la majestuosidad de la dentada cordillera que rodea el horizonte de la capilla. Una sensación de trascendencia se apodera de buena parte de los que hasta aquí suben. Los más cómodos, en todoterreno, recorriendo los seis kilómetros del ancho camino de tierra que parte desde Kazbegi. Otros prefieren seguir el camino tradicional de peregrinación, una senda abrupta y empinada en la que no es infrecuente ver peregrinos descalzos y mujeres que ocultan sus cabellos con un velo.

En 1988 las autoridades soviéticas construyeron un teleférico que salvara los quinientos metros de desnivel entre la capilla y el pueblo. Con el derrumbe de la URSS fue desmantelado, ya que los vecinos consideraban que trivializaba la sacralidad del impresionante escenario. Junto a motorizados y peregrinos hay también un tercer grupo muy numeroso que nada tiene que ver con los anteriores, el de los escaladores polacos.

Plan de ataque

Polonia es una inmensa planicie cerrada en su frontera sur con Eslovaquia por los Altos Tatras, una cadena montañosa cuyo pico más alto, el Rysy, apenas alcanza los dos mil quinientos metros. No parecen sobre el papel condiciones suficientes para que el alpinismo cause furor entre los jóvenes. Sin embargo, los escaladores polacos se cuentan entre los más activos del planeta. Desde Kukuczka, que fue considerado por muchos como el mejor escalador de todos los tiempos, hasta Wanda Rutkiewicz, la primera mujer en auparse sobre el K2. En el camino se encuentran apellidos conocidos como el multipremiado Wielicki junto a otros, Kurtyka, Zawada, Hajzer, Berreka, Urubko, más ajenos al gran público.

Casi todos han compartido una similar pasión por las escaladas invernales sin oxígeno y la práctica ausencia de patrocinadores. Con semejantes maestros resulta más inteligible la larga nómina de discípulos que les sigue. Entre la primaria de los Tatras y la graduación del Himalaya se necesitan institutos que formen. Y ese es el papel reservado a las montañas del Cáucaso, especialmente al Kazbek y a su vecino el Elbrús.

La ascensión al Kazbek desde el cercano pueblo de Kazbegi suele culminarse en tres jornadas. En la primera y, dejando atrás la fotogénica ermita de la Santa Trinidad y a la riada de peregrinos y curiosos que convoca, se continúa hasta superar el glaciar Gargeti y alcanzar el refugio Betlemi, una antigua estación meteorológica a  3.650 metros.

En el segundo día los escaladores buscan aclimatarse a la altura y ascienden hasta una meseta enclavada a 4.500 metros. El ataque final parte desde el refugio meteorológico y la ascensión se prolonga entre seis y ocho horas. Las mismas que son necesarias para descender hasta el refugio de nuevo. Es habitual no encontrar sitio bajo su tejado y tener que vivaquear o plantar la tienda en sus inmediaciones.

Todos los años tratan de coronar su cima miles de aficionados. Tanta afluencia enmascara un poco sus dificultades. Que las tiene. Auparse hasta la cima del Kazbek no es un paseo y para culminar la aventura con éxito se requiere una combinación de forma física y aclimatación a la altura. Tampoco faltan los riesgos en forma de grietas y fisuras. Se calcula que la mitad de los que intentan la ascensión no logran coronar la cima.