Xandra  Romero
Nutricionista

Neofobia alimentaria

Probablemente muchos padres y madres se han tenido que enfrentar a la pelea en la mesa con los niños. En ocasiones, la introducción de la alimentación complementaria puede volverse todo un rompecabezas, sobre todo si nos encontramos en la típica etapa del desarrollo como es ese momento en que se ‘ponen quisquillosos’ con algunos platos. A pesar de ser momentos complejos, son perfectamente normales y suelen resolverse sin mayor dificultad.

Sin embargo, seguro que muchos están pensado en que no, que hay veces que esta ‘etapa’ no se resuelve e, incluso, se puede llegar a ser un adulto con notorias dificultades para elegir o probar distintos alimentos. Efectivamente, en estos casos, hablamos de neofobia alimentaria, definida de forma sencilla como el miedo y el rechazo a probar alimentos nuevos o desconocidos pero que se manifiesta como una renuncia persistente a comer alimentos nuevos, evitando probar productos desconocidos y falta de voluntad para aceptar sabores recién introducidos o de consistencia desconocida.

El mecanismo que condiciona su aparición no se ha entendido del todo, aunque se ha indicado que puede ser determinado por la combinación de factores biológicos, psicológicos y ambientales, que incluyen diversas condiciones genéticas, predisposiciones de personalidad individuales, el nivel de familiaridad del niño con el sabor, el momento y el método de introducción de nuevos productos y la actitud de los padres hacia la comida, entendiéndose este miedo como un reflejo primitivo de protección del niño.

La neofobia alimentaria es un problema importante tanto desde el punto de vista psicológico como dietético y, de hecho, es reconocido como uno de los trastornos de la alimentación específico de la infancia y, como tal, fue incluido en la última edición del DSM-5, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. También se conoce como ‘trastorno por evitación/restricción de la ingesta de alimentos’ o ‘trastorno de la alimentación selectiva’ (ARFID o SED respectivamente por sus siglas en inglés). Sin embargo, no hay que confundirlo con otros TCA, pues los niños con esta neofobia no padecen una distorsión cognitiva en cuanto a su imagen corporal ni quieren adelgazar.

Este trastorno afecta generalmente a los niños de entre 2 a 6 años pero a veces puede prolongarse hasta la edad adulta.

Algunas especificidades de este trastorno son, por ejemplo, que el rechazo alimentario se basa en motivos sensitivos como apariencia, color, sabor, olor, textura, marca, presentación o en experiencias negativas con la comida en el pasado y también que el nivel de neofobia varía dependiendo de los individuos y puede verse afectada por aspectos culturales, económicos, edad, sexo y educación. De acuerdo al nivel de neofobia alimentaria, se reconocen tres tipos de consumidores, entre estos, los neofílicos, quienes aceptan alimentos que no les son familiares, los neofóbicos, que rechazan los alimentos no familiares y una categoría promedio entre ambas.

Dado que este trastorno aparece durante la primera infancia y que los hábitos alimentarios se forman desde ese preciso momento a través de la experiencia del contacto con los alimentos y como resultado de la observación del entorno, las consecuencias orgánicas y psicológicas de la neofobia alimentaria pueden ser muy serias y se refieren principalmente a la pérdida potencial de beneficios debido a una dieta desequilibrada y a la reducción del consumo de productos ricos en nutrientes importantes. De hecho, el DSM-5 lo define como la falta de satisfacción de las necesidades nutricionales que puede conducir a bajo peso, deficiencia nutricional, dependencia de alimentación suplementaria y/o deterioro psicosocial.

Y es que, aquellos pocos alimentos que están presentes en la lista del neofóbico alimentario, pueden limitarse a ciertos tipos de alimentos e incluso a marcas específicas. De entre los excluidos, estos pueden abarcar grupos de alimentos completos, como frutas o verduras. En preescolares, las evidencias apuntan que a mayor nivel de neofobia existe una mayor reducción de preferencias de todos los grupos de alimentos, un menor consumo de frutas, verduras y de alimentos ricos en proteínas, y también una reducción en el consumo de calorías totales. Otros estudios han encontrado que los niños con neofobia alimentaria alta consumían con mayor frecuencia alimentos ultraprocesados ricos en azúcares (snacks, galletas rellenas y sin relleno y dulces), así como alimentos ricos en proteínas (carne blanca, queso y yogur).

Si este problema no se resuelve durante la infancia, la neofobia alimentaria se asocia con una menor calidad de la dieta en adultos, factores de riesgo metabólicos y un mayor riesgo de resultado de enfermedad, concretamente, con un mayor riesgo de obesidad y enfermedades no transmisibles. Dado que la gravedad de la neofobia alimentaria determina la forma de alimentar a los niños, así como sus hábitos alimenticios para la vida futura, y teniendo en cuenta sus repercusiones, es preciso observar atentamente esta etapa y, si encontramos cualquier dificultad, acudamos al pediatra, un psicólogo o nutricionista que nos ayude y acompañe en el proceso.