Igor Fernández
Psicólogo

Reservorio

Quizá en los tiempos que estamos viviendo, en particular con las situaciones de incertidumbre global que nos vienen rodeando en los últimos años y en las que seguimos inmersos, nos venga a la cabeza una pregunta: ‘Y todo esto, ¿cuándo pasará?’. Deseamos algo más de certeza, recordamos las sensaciones, preocupaciones y prioridades de hace unos años y añoramos el regreso de aquellos escenarios en los que no todo pareciera estar en juego. Sin ir más lejos, las distintas situaciones sociales nos vuelven a traer imágenes de escasez –relativa– que nos recuerdan a otras, fruto de la reacción de pánico que nos mostraban los medios, representada en esas baldas vacías de los supermercados; por otros motivos pero la misma imagen.

Algo que hace visible el temor es la anticipación de un escenario más severo, la preparación en lo físico de lo imaginado o proyectado hacia el futuro. Hacemos acopio de lo que creemos que nos va a faltar o nos va a ser más difícil de conseguir, con la esperanza de que, si vienen mal dadas, podamos tirar de ello y mitigar las estrecheces. Más allá de entrar a discutir sobre lo adaptativo o paranoico de esta conducta de anticipación, si bajamos a los básico, estamos tratando de asegurarnos y guardar lo más valioso o esencial para tiempos peores.

Tratamos de cuidarnos, de protegernos y asegurarnos el mantenimiento y el crecimiento de aquello que nos importa ‘en caso de que’. Parte de esta conducta hoy viene dada por las experiencias previas, algunas quizá de carestía, o por las historias escuchadas, los cuentos con moraleja de la infancia, o la cercanía aún en el tiempo de momentos históricos mucho más dramáticos en los que prepararse lo cambiaba todo. Parece entonces razonable pensar en la emoción del miedo en algún grado detrás de estos comportamientos de acopio, un miedo que nos moviliza para asegurar la supervivencia y volver a la homeostasis si el entorno se trunca.

Estas escenas actuales nos sirven de ilustración para otra idea también muy relacionada con la supervivencia: ¿qué hemos ido acumulando a lo largo de los años en términos psicológicos para cuando la presión intrapsíquica aumenta? ¿De qué reservorio podemos tirar si el estrés empieza a ser insoportable? ¿Qué pilares me aseguran la estabilidad mental, el sosiego necesario para pensar si vienen mal dadas? A lo largo de la vida acumulamos heridas, creencias que nos van estrechando el camino, sí, traumas en algunos casos y complejos; pero también acumulamos certezas que nos dan seguridad, recursos con los que sabemos que contamos, relaciones que no nos dejarían caer, satisfacciones por los logros que nos sirven de espejo en el que nos gusta mirarnos cuando no nos sentimos bien.

En momentos de incertidumbre, ¿qué hay en nuestro almacén, guardado no por pánico como el papel higiénico o el aceite de girasol, sino por convicción, porque lo elegimos o creemos en ello; que nos permitirá sentirnos fuertes, seguros y serenos cuando el resto no lo esté? Si nos ponemos a buscar en el fondo de los armarios de la experiencia, probablemente nos encontremos con fortalezas acumuladas a lo largo del tiempo en las que poder confiar para afrontar lo que aún no conocemos y, reconocerlas, ‘hacer inventario’ de las mismas antes de entregarse al miedo, antes de necesitar usarlas, quizá nos dé algo de calma ante la incertidumbre. Recordar que “mientras dure esta época incierta” aún podemos disfrutarnos, compartir, confiar, ser empáticos, estar alegres, ser creativos, amar, soñar; no es una insensatez, un optimismo injustificado que nos aleja del constante intento y trabajo por estar bien, del esfuerzo que se le supone a las situaciones complicadas, sino recursos naturales que nos pertenecen como individuos y como grupos, nuestras ‘materias primas’ que nos permitirán crear futuro. Recordar lo que ya tenemos y que nadie nos puede quitar, da fuerzas ante lo difícil que esté por venir.