Xandra  Romero
Nutricionista

La fisiología de la pérdida de peso: ni simple ni controlable

Aunque se hayan escrito cientos de artículos en esta sección sobre este tema, el hecho de que siga existiendo un nutrido número de personas que todavía creen a pies juntillas aquello de que contando calorías tienen su peso y su salud controladas o los que creen que comer bien es una cuestión de fuerza de voluntad, hacen que siga siendo necesario escribir sobre ello.

Por el tema me refiero a la idea de que somos seres omnipotentes que podemos controlar el funcionamiento de nuestro cuerpo y nuestra fisiología con un simple y simplista cálculo matemático como es el balance energético. La realidad es que no, no podemos.

1. El efecto de la restricción, más allá de la ansiada pérdida de algunos kilos, genera cambios en la composición corporal y en las funciones fisiológicas asociadas, lo que finalmente altera las respuestas psicológicas y las conductas. Es decir, que la ‘simple’ restricción genera cambios psicológicos y de conducta que uno no puede ‘controlar’. Además, los cambios compensatorios en la fisiología y el comportamiento (psicológico) son más pronunciados en respuesta a balances de energía negativos (déficit calórico) que positivos y el impacto fisiológico y psicológico de la pérdida de peso, aunque empiecen siendo modestos y difíciles de detectar, acaban siendo cuantitativamente significativos con el tiempo. A medida que avanza la pérdida de peso, estos cambios se vuelven más marcados y, por ejemplo, los recursos psicológicos disminuyen y se centran cada vez más en aliviar el aumento del hambre y el comportamiento de búsqueda de alimentos. Todo esto como una respuesta natural de nuestro organismo, sobre la que nosotros no tenemos ningún control.

2. El efecto del trauma o carga alostática. Sabemos que existe un fuerte vínculo entre las experiencias de estigma del peso y los comportamientos relacionados con el peso y la salud. Este nexo apunta al estigma del peso como un contribuyente psicosocial de la obesidad. Así, las investigaciones disponibles muestran que el estigma del peso se asocia constantemente con la falta de adherencia a los medicamentos, la salud mental, la ansiedad, el estrés percibido, el comportamiento antisocial, el uso de sustancias, las estrategias de afrontamiento y el apoyo social.

Tras sentir estrés de forma crónica (mediante el estigma de peso y todo lo que genera), algunos sistemas del organismo (sistema nervioso simpático, inmune, metabólico, cardiovascular e hipotálamo) alteran su actividad como respuesta a esos factores. De modo que tanto el cerebro como el resto del organismo pagan un precio por la adaptación, y esto es lo que se conoce como carga alostática. Estas adaptaciones en el organismo se asocian con más peso, masa de grasa corporal total, porcentaje de grasa corporal y circunferencia de la cintura. Por lo que da igual que una persona cuente calorías si lleva toda la vida soportando este tipo de estrés, pues su organismo se adaptará favoreciendo un aumento o mantenimiento del peso sin que tampoco pueda controlar nada de esto.

3. Una buena ‘dieta’ como es el concepto Dieta Mediterránea, buenos hábitos, incluso aquellos que pueden mantenerse de por vida, algo que no se puede decir del simplista ‘calorías dentro-calorías fuera’, ni siquiera funciona igual en unos y otros, dependiendo, por ejemplo, de algo que no podemos controlar: las bacterias de nuestro intestino. Esto es lo que concluye un estudio reciente, publicado en ‘Nature Medicine’, en el que han observado que el grado de protección de esta dieta frente a enfermedades cardiovasculares depende de los microorganismos que habitan el intestino.

4. ¿Cómo es el efecto de la dieta en la salud mental y la interacción de los dos con el estrés? La dieta y la obesidad pueden afectar el estado de ánimo a través de efectos directos, o los trastornos mentales relacionados con el estrés pueden conducir a cambios en los hábitos alimentarios que afectan el peso. Los aspectos específicos de la dieta pueden provocar cambios agudos en el estado de ánimo, así como también es probable que existan relaciones bidireccionales entre estos diferentes factores. Finalmente, de nuevo los microorganismos que habitan en nuestro intestino tienen también una influencia en la función cerebral y probablemente en el estado de ánimo y el comportamiento, introduciendo otra forma en que la dieta puede influir en la salud y los trastornos mentales y sobre la que tampoco tenemos control.

La alimentación es algo social y mental y nosotros somos un ser biopsicosocial, lo que significa que los factores biológicos, psicológicos, conductas, factores sociales y culturales están íntimamente interrelacionados cuando hablamos de la salud, así como cuando se produce una enfermedad o situación patológica.