Nunca fui capaz de transmitirle a mi madre lo que sentía en un concierto. Traté de hacerlo escasos días antes de su fallecimiento porque, pocas semanas antes, me dejó viajar a Cancún para ver durante cuatro noches seguidas a una de las bandas de mi vida. Aunque intenté transmitirle lo que sentí viendo a My Morning Jacket, no me dejó hacerlo. No lo consideraba necesario. Me dijo que era algo para mí. Que me había visto crecer al ritmo de mis discos. Que siempre había entendido que en mi cuarto ocurría algo especial cuando yo atronaba el resto de la casa. Que no lo necesitaba. Que sabiendo que me hacía tan feliz, tenía que ser bueno.
Esta noche, hace unas pocas horas, creo que ama hubiese entendido lo que siento en un concierto, escuchando un disco o cantando una canción. Lo hubiese entendido porque ella hubiese sentido lo mismo. Hubiese visto el concierto de Patti Smith y se hubiese sentido orgullosa de ser mujer. De conocer a un ser como Patti. Todo fortaleza. Todo alegría. Todo energía. Me hubiese visto sonreír, me hubiese visto llorar, cantar, bailar y saltar. Hubiese sentido mi felicidad.
Seguro que también hubiese caído en la cuenta de que no escuché demasiado a Patti Smith. Y no lo hice. Me he lamentado muchas veces durante el bolo de hoy porque el concierto de una de las grandes mujeres del rock de esta noche en Mendizabala forma ya parte de la historia del Azkena Rock Festival. Si toca echar la memoria hacia atrás, sería justo volver a aquel concierto de The Who con una sonrisa de oreja a oreja. Hoy, mientras el ambiente se convertía en una especie de broma pesada con 20 grados centígrados de diferencia, Smith ha hecho felices a miles de personas siendo feliz ella misma. Riendo, llorando, corriendo y saltando por el escenario.
Con una banda sobresaliente, Smith ha repasado su repertorio, se ha emocionado, ha reivindicado la figura de Allen Ginsberg, ha versioneado a Dylan, a los Beatles y a los Stooges, ha dejado que su hijo desarrolle su amor por el rock ácido de la costa oeste estadounidense de los primeros setenta y ha rendido tributo a Fred “Sonic” Smith, padre de su hijo, y artífice de MC5 vía “Because the Night”. El final con “People Have the Power” contando con la participación de Emmylou Harris ha sido uno de los finales de concierto más emotivos de la historia de Mendizabala. Y si la jornada de ayer fue histórica, la de hoy sábado no ha dejado de serlo menos.
Los ojos de la bestia
He llegado a Mendizabala convencido de poder encontrarme frente a frente con los ojos de la bestia. Y bien, no ha sido así. Vulk lo tienen todo. El arrojo, la estética, la provocación y la propuesta rompedora. Quizá les falte la magia para redondear el conjunto, pero a día de hoy son una de nuestras mejores bandas. Difíciles de encajar por el gran público, una delicia para el resto, en el escenario tres de Mendizabala parecieron algo tensos y empeñados en evadir la intensidad. No es problema. Habrá opciones de verlos encerrados en su hábitat natural: la oscuridad de una sala humeante y sudorosa.
Con poco tiempo gracias a los solapes dolorosos y las carreras nerviosas, Emmylou Harris ha traído el country a Mendizabala gracias a su voz prodigiosa. De vuelta en el tres, Riley Walker ha navegado por su universo propio. Walker es una suerte de John Mayer o de Ryan Adams aquejado de dolencias mentales, amante del desparrame instrumental, con dos baterías y un cruce, a ratos, de free jazz y rock progresivo descacharrante. Uno de esos lujos que ofrece el ARF en cada jornada.
Tras Patti Smith el rock interdimensional de Black Mountain ha atronado desde el escenario dos dejando el exceso necesario de decibelios de Soziedad Alcoholika en un juego de niños. Suzi Quatro, arrolladora, ha brillado con luz propia en el escenario principal.
Y todavía quedaban los conciertos de Daniel Romano’s Outfit, uno de los mejores artistas actuales a nivel mundial que desde el tercer escenario de Mendizabala ha ofrecido un show exquisito de rock de raíces, y Michael Monroe, leyenda viva del rock n’ roll más salvaje que una vez más ha vuelto a triunfar en Euskal Herria.
Y la historia termina aquí. Se despide el Azkena Rock Festival 2022. Finalizan veinte años de relación en primera línea con el evento de gasteiztarra. Con el mejor sueño que nunca tuvimos. Cientos de líneas escritas con alcohol, sudor y sangre. Decenas de páginas publicadas. Más de un error. Siempre con pasión. El rock and roll seguirá tatuando la sangre de mis venas.