ChatGPT, la máquina capaz de conversar como un humano
Open AI ha liberado su sistema de inteligencia artificial capaz de conversar con humanos, Chat GPT. El resultado es asombroso y ha despertado enormes expectativas. Sigue metiendo la pata con datos y a veces se contradice, pero está aprendiendo. Lo han liberado, de hecho, para que aprenda.
El pasado 1 de diciembre Open AI abrió su programa de inteligencia artificial ChatGPT para que lo testee cualquier persona. Se trata de un sistema artificial cargado con 175 millones de parámetros preparado para mantener conversaciones con seres humanos. ChatGPT está demostrando ser capaz de responder con una naturalidad y una lucidez extraordinarias. Es capaz también de generar pequeñas novelas, códigos de programación, letras de canciones y, aunque no es raro que se equivoque con el dato, responde con conocimientos superiores a los de una persona corriente sobre cualquier tema.
Interactuar con el programa despierta sentimientos extraños. Sorprende, divierte, fascina y enciende alarmas. Se hace incluso difícil no referirse a este programa como si se tratara de una persona. Open AI transita por unos espacios que ha popularizado más la ficción que ciencia. Remite a los dilemas clásicos que se han abierto entre el hombre y la máquina. Dicho de otro modo, usar ChatGPT evoca a ‘Ghost in the Shell’, a ‘Ex machina’, a HAL de ‘Odisea en el Espacio’ y al timón de la nave de ‘Wall-E’.
En los casos antes citados, esta superinteligencia acaba volviéndose malvada y se rebela contra sus creadores. Con ChatGPT ha sucedido al revés (hasta la fecha). Esta es la segunda vez que Open AI presenta al mundo la inteligencia artificial que está desarrollando. En esa primera ocasión, en 2020, la compañía hubo de retirar el sistema después de que comenzara a dar respuestas homófobas, machistas y xenófobas. Lo primero que salió fue el monstruo. Eva Rodríguez de Luis, de la web especializada Genbeta, afirma que esta nueva versión más pulida mantiene ciertos sesgos machistas y lagunas importantes. El testeo masivo al que se ha abierto está descubriendo fallos, como con datos históricos o no comprendiendo algunas preguntas. Sin embargo, sostiene que supone un salto «a nivel de comprensión, conextualización, naturalidad y creatividad».
Rodríguez de Luis confiesa, además, que informalmente colegas del sector de las nuevas tecnologías comentan que no se había visto un paso así desde el nacimiento de internet o la aparición de Google en los 90. «Impresiona porque es tangible. No es, como Meta, una posibilidad futura. Es algo que ya está aquí, que lo estamos probando», afirma esta experta. Humberto Bustince, catedrático de la UPNA en Computación e Inteligencia Artificial, está también entre quienes creen en el potencial de esta tecnología para cambiarlo todo. Para él, la analogía con el nacimiento de internet no está demasiado alejada de la realidad. «Va a ser una revolución. Internet es una especie de máquina que nos ha servido para conectar conocimientos, que vincula datos. Este programa te permite hablar directamente con la máquina y en tu lengua», dice el profesor.
La inteligencia artificial (IA) tiene el potencial de ayudar a la humanidad a progresar de manera considerable. La IA puede optimizar procesos complejos, como la fabricación y el diseño, aumentando la productividad y reduciendo los costos. También puede mejorar los servicios de salud, ayudando a los médicos a diagnosticar enfermedades más rápido y efectivamente. La IA también puede ayudar a mejorar la educación, permitiendo un mejor seguimiento del progreso de los estudiantes y brindando recursos para que los profesores puedan enseñar de manera más efectiva. Además, la IA también puede ayudar a la humanidad a abordar desafíos medioambientales, desarrollando soluciones innovadoras.
Ahora bien, ¿existe un momento a partir del cual se puede decir que una máquina se ha vuelto inteligente? Hay muchas respuestas a esta pregunta. El padre de la IA, Alan Turing, afirmó que para él una máquina podría considerarse inteligente cuando para su interlocutor no fuera posible distinguir si quien conversaba con él era otra persona o una máquina. Esta definición dio pie al Test de Turing.
La hipótesis es que una persona escribe en un ordenador y que en otra habitación separada por un tabique hay un ordenador y otro individuo. Turing formuló que si quien escribe no es capaz de distinguir si responde la máquina o la persona durante cinco minutos, dicha máquina podría considerarse inteligente. Este artículo contiene un pequeño test de ese estilo. No todo el artículo lo ha escrito un humano. Por primera vez en este periódico, hay partes del texto redactadas por una máquina. Más adelante se desvelará cuáles para ver si han pasado o no el filtro del lector. Antes, aprovechando la intriga de este pequeño juego, se hace preciso detallar quiénes son sus dueños.
Otra vez Musk
Open AI es una compañía fundada por Elon Musk junto con otros inversores, entre los que se están el cofundador de Microsoft, Sam Altman, y dos directivos de Y Combinator: Greg Brockman y Jessica Livingston. Su propósito –aseguran– es desarrollar tecnologías que permitan a la inteligencia artificial ser usada para el beneficio de la humanidad. Quien no está en el barco es Google.
La compañía se formula como iniciativa sin ánimo de lucro, pero eso puede cambiar mañana. En cualquier caso, no es software libre, como Linux. Tiene dueños. No se sabe hasta cuándo dejarán a los usuarios trastear libremente con él o de qué modo monetizarán toda su inversión.
Hay un gran potencial para el uso malicioso de una inteligencia artificial superavanzada. Esta tecnología podría ser empleada para fines malignos, como la manipulación de las personas o la vigilancia masiva. Esta es una de las razones por las que muchas personas consideran que la inteligencia artificial debe ser regulada para asegurar que los intereses de la humanidad sean preservados.
Rodríguez de Luis recuerda que esta tecnología se ha abierto para entrenarla. Estas primeras conversaciones suponen un test. «Ojo con los datos que se le están suministrando. Los está usando para aprender y no sabemos para qué», insiste.
Bustince pone el foco en la legislación sobre los datos. En su opinión, solo la UE se está tomando en serio la protección de dato. Esta regulación es prácticamente inexistente tanto en EEUU, que es donde ChatGPT está recabando los datos, y en China, que es el otro gran receptor de datos en la actualidad. En este sentido, el catedrático remarca que el programa no va a olvidar nada. ChatGPT es, también, Funes el Memorioso.
La IA que nutre a Chat GPT está formada por redes neuronales. Su código conecta datos emulando las neuronas del cerebro humano. Ahora está aprendiendo qué conexiones son importantes y cuáles, no. En un primer momento, este aprendizaje fue dirigido. Un humano le explicó qué importaba y qué no –le introdujo un sesgo, por eso fracasó hace dos–, pero poco a poco ha ido ganando independencia. Qué nivel de autonomía logrará es la duda que queda hoy sin resolver.
El misterio que sí tiene respuesta es el pequeño acertijo que contiene el artículo. Los párrafos que arrancan con «La inteligencia artificial (IA)...» y con «Hay un gran potencial...» los ha escrito una máquina. ¿Fueron fáciles de detectar?
Dall-E, la otra gran muestra de músculo de la inteligencia de Open AI
Open AI ha percutido el mundo de las nuevas tecnologías este año no una, sino en dos ocasiones. Antes de que dejara a todo el que se inscriba en su web a trastear con ChatGPT, presentó una herramienta capaz de generar imágenes artificiales. Se llama Dall-E y es capaz de generar imágenes con los parámetros que se le indican.
Dall-E analiza las palabras que se le han requerido y busca en internet imágenes relacionadas con ellas. A partir de ahí, crea una nueva composición, algo nuevo, inspirado en aquello que ha visto. La imagen puede simular ser una fotografía, copiar a un pintor conocido, darle un estilo de cómic... cualquier cosa que se le pida.
Con esta herramienta, hemos tratado de poner un rostro al programa informático ChatGPT. Así, hemos introducido en Dall-E: «Una foto de retrato de un experto en inteligencia artificial». Aparecieron varias propuestas, algunas con media gafa o fallos notables que delataban que no eran imágenes reales. La elegida para encabezar este reportaje fue el rostro más convincente que generó el algoritmo.
La segunda imagen, justo encima de estas líneas, es la percepción que tiene esta inteligencia artificial de las personas que va a leer hoy esta noticia. De nuevo, se escogió la más asombrosa (esta vez no la más realista) de las creaciones que planteó Dall-E, que abarcaban distintas edades. Concretamente, se generó con el siguiente texto (en inglés): «Foto de una persona vasca leyendo un periódico independentista el fin de semana».