Nora Franco Madariaga

Andra Mari pone la guinda a la Quincena

Die Deutsche Kammerphilharmonie Bremen. Soprano: Heidi Stober. Mezzosoprano: Rachel Frankel. Tenor: Martin Mitterrutzner. Bajo: Stefan Cerny. Andra Mari Abesbatza. Dirección: Omer Meir Wellber. Lugar y fecha: Donostia, Auditorio Kursaal. 01/09/2023.

El director Omer Meir, en plena actuación.
El director Omer Meir, en plena actuación. (QUINCENA MUSICAL)

Si el pasado martes la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen sorprendía con un sonido vehemente que anteponía versiones efectistas en busca del aplauso a versiones pulidas y detallistas, el concierto del viernes corroboraba esta sensación.

La primera sinfonía de Beethoven es una obra que, si bien está cargada de atrevidas novedades para la época, tiene un aire general tiernamente comedido y pudorosamente clásico que, sin embargo, no se alcanzó a apreciar en toda su elegancia. Apropiándose de esos clásicos sforzandi tan beethovenianos, Omer Meir Wellber los aprovechó para impulsar en dinámica y tempo a la formación de Bremen, alcanzando un volumen excesivo y un carácter precipitado en el primer movimiento. El segundo, más sereno, proporcionó una escucha mucho más agradable y musicalmente más rica, aunque forzó nuevamente –de forma totalmente innecesaria– el aplauso entre movimientos.

El tercero fue el más elaborado de los movimientos, con mayor riqueza dinámica y trabajo de texturas; pero, queriendo anticipar un final explosivo, el director israelí acumuló demasiada energía desde el inicio del movimiento sin una buena administración de la tensión musical, lo que crispó la interpretación hasta la –esta vez sí– liberación del aplauso final.

La segunda parte del concierto trajo consigo la obra esperada de la noche: la Missa “Nelson”. Wellber, fiel a su línea, ofreció una versión extrovertida, algo –en ocasiones más que algo– desbocada y en absoluto espiritual. Elaborando una lectura de la misa de carácter operístico, dirigió semioculto desde la banqueta de un fortepiano, resultando sus indicaciones insuficientes o poco claras, lo que provocó la pérdida de muchos matices en la obra que hubiesen resultado de mucha más utilidad musical que el uso de este instrumento, acústicamente prescindible dentro del volumen general.

Con el eje del arco dinámico de la obra desplazado hacia el forte, el tenor Martin Mitterrutzner también salió perjudicado, desapareciendo la voz adelantada y de timbre claro del tirolés bajo el sonido de timbales y trompetas. La mezzosoprano Rachel Frankel, de voz redonda y agradablemente oscura, entre el escaso protagonismo de su partitura y la amplitud sonora imperante, también permaneció oculta a los oídos del público hasta el inicio del Agnus Dei. Con una tesitura amplia y cómoda en ambos extremos del registro y ese bello color de mezzo, hubiese sido interesante escucharla un poco más y, sobre todo, mejor.

La partitura sí ofreció la oportunidad de apreciar con claridad tanto al bajo como a la soprano. Stefan Cerny cantó con voz grande y oscura, de graves térreos y agudos solventes, pero sin finura. De fiato reseñable, la línea de canto no estuvo, sin embargo, tan bien dibujada como hubiera sido deseable. La soprano Heidi Stober, por el contrario, cantó con un hilo bien desarrollado, direccionado y muy atento a la prosodia de los textos litúrgicos. Con voz llena, corpórea y bien proyectada, se vio forzada en algunos momentos por el nivel sonoro, cantando un poco por encima de su comodidad. No obstante, ofreció algunos de los momentos más destacados de la velada, como el Et incarnatus que, pese a todo su buen hacer y emocionante interpretación, no tuvo en la versión de Wellber el recogimiento y reverencia al que invita la religiosidad del pasaje.

El coro Andra Mari, verdadero protagonista de la obra, presentó un trabajo muy bien preparado, atento a articulaciones y texto, y especialmente cuidadoso en las partes fugadas –como es el caso de In gloria Dei Patris–, pese a las escasas indicaciones del director. Con un trabajo muy inteligente de control de energía, el coro respondió con bastante serenidad a la exigencia sonora del israelí, aunque algún pasaje terminara sonando forzado. El coro, equilibrado y con muy buen sonido –incluso en los exigentes agudos de las sopranos– fue, sin ninguna duda, lo mejor de la velada, poniendo la merecida guinda a la octogésima cuarta edición de Quincena.