IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Únicas

Sabemos que no hay dos personas iguales. Lo sabemos como sabemos tantas otras cosas sobre el mundo, la gente en general o nosotros mismos, otra cosa es que hagamos uso de ello. Todo lo que aprendemos de nuevas, lo hacemos a través de la experiencia y a través de la emoción que genera incorporar nuevas conclusiones, por un lado mentales, en forma de creencias o frases que incorporamos como la que inicia este artículo; por otro lado, físicas, porque el cuerpo también reacciona ante nuevas ideas, abriéndose o cerrándose tensionalmente.

La sensación de estimulación, de excitación fisiológica nos ayuda a fijar (también fisiológicamente) nuevas rutas neuronales que formarán el nuevo aprendizaje, convirtiéndose así tanto en un hilo de conexiones nuevas como en un hilo de pensamiento nuevo. Hacer uso consciente de las conclusiones recién adquiridas, requiere hacerles un hueco en nuestra vorágine mental rutinaria, en nuestros automatismos. Si pensamos en que “no hay dos personas iguales”, podemos preguntarnos ‘¿cuánto permito a la gente que está junto a mí contradecirme sin juzgarlas de un plumazo?’. O ‘¿cuánto valoro mis caprichos o mis deseos en relación con mi trabajo productivo? ¿Qué espacio dedico a explorar mis sensaciones, mis cambios, mis sueños, aunque otros no lo entiendan?’.

En definitiva, el ejercicio de las grandes ideas a pie de calle conlleva implicación, a veces una implicación íntima y solitaria, de puertas para adentro, como un compromiso con uno mismo o una misma. La dificultad radica a veces en que también en nuestra mente hay una jerarquía de grandes ideas, de refranes y conclusiones, que nos hace la práctica más farragosa. Porque, siguiendo con las preguntas ejemplares anteriores, ‘¿qué sucede si creo también que “dejarse contradecir es de débiles”?¿y si he vivido en una casa en la que “los caprichos son de vagos” o “la gente no cambia”?’. Si todo esto está en juego, ‘¿qué hago entonces con el permiso a que otros sean “una persona desigual a mí”, la dedicación de mi tiempo en mis peculiaridades, o las divagaciones de mi mente hacia escenarios que aún no existen?’.

Mucha gente ante el dilema se inclina por la posición conservadora, la que es normativa y aglutina muchas voces –recordemos también que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”–, aquella que se escucha en boca de los sensatos, los exitosos o los expertos. Esa inclinación surgida de ese dilema puede durar un tiempo –a veces toda la vida– pero algo hay que hacer con aquellos rasgos que son únicos en cada cual y que los demás no valoran de igual manera. Claro que podemos coincidir en un gusto, una ideología o un temor, pero tú y yo tendremos experiencias bastante distintas de lo aparentemente confluyente si nos paramos a observar.

Puede que mi gusto y el tuyo difieran en grado, tiempo, contexto, regularidad... Incluso nuestra ideología tendrá matices o –afortunadamente– también nuestros temores serán distintos. Y quizá sea la diferencia la que nos permita hacer dos cosas importantísimas al aprender algo nuevo, al fijar una conclusión en la mente: por un lado conocer mejor la verdad de lo que pensamos –porque la vida es mayor que nuestros pensamientos sobre ella, debemos tener en cuenta una variable de desviación– y, por otro, admitir su flexibilidad, con la tranquilidad que eso implica, con la confianza en nuestra capacidad de adaptación y juicio crítico. En definitiva, todas nuestras experiencias son válidas en torno a lo que es incierto de las grandes ideas, o lo que no podemos aprehender con un solo punto de vista –no somos tan especiales–, y necesitamos nuestras diferencias para aterrizar aquello que defendemos como creencias compartidas... Por el bien de todos, de todas.