Javi Rivero
Cocinero
GASTROTEKA

¿Y si nos comemos un huevo frito?

Vivimos ahora mismo la magia del mes más especial de todo el año. Se avistan bancos de anchoas y verdeles, asoman guisantes y habitas, gozamos de las mejores alcachofas del año pero, ¿y si solo nos apetecen unas simples pechugas de pollo? ¿Y si optamos por no complicarnos la vida y solucionamos la papeleta friendo un par de huevos que tenemos en la nevera?

La vida va más allá de Instagram en lo que al comer se refiere y no lleva filtros ni tampoco se consume dándole un “like” al plato que tenemos delante. Muchas veces, hacemos incluso lo imposible por lucir una lata de atún en redes: «simple y rico», siendo la realidad otra muy distinta; «no tengo nada más y tengo hambre». A ver, que hay días en los que las fuerzas no acompañan y la nevera se convierte en la entrada al laberinto del fauno o simplemente nuestras reservas escasean. Frente a esta situación en la que buscar un tuper con las lentejas del día anterior se convierte en una odisea interminable, lo mejor es tener un plato comodín. Os hablo de tener siempre algo a mano con lo que alimentarnos y disfrutar sin rompernos los cuernos ni dejarnos el bolsillo por el camino. Al fin y al cabo, no podemos dejar que cocinar se torne en una experiencia negativa. Por lo tanto, ya sea por pereza, disfrute o necesidad, conviene tener siempre una estrategia.

Mi estrategia reside en la búsqueda del equilibrio entre la facilidad, la sencillez y el no complicarse. En mi caso, este equilibrio reside en un diente de ajo, una punta de cayena y un huevo frito. En solo dos minutos me siento en la mesa y hablo con Dios. Porque el mejor ingrediente del mundo, no se merece menos. También podríamos preparar unos huevos revueltos, en tortilla, cocidos o escalfados y después añadir estos dos ingredientes extra, pero lo que eleva la experiencia a otro nivel es el huevo frito, que también es la versión menos complicada y para mí, la más placentera. Mi felicidad vale un huevo. Literal.

No complicarse puede ser igual de delicioso que complicarse durante horas en la cocina, pero para esos momentos en los que no tenemos tiempo o no nos apetece esforzarnos mentalmente, conviene tener una alternativa o, mejor dicho, una estrategia. Una especie de plato comodín para cuando el cuerpo no da más y, aun así, sentimos que nos merecemos un poco de alegría. Porque ser feliz es un derecho de todos. Y comer bien y rico también debería serlo. Lo que os estoy abriendo es la puerta a estos valores, a esta manera de entender la cocina.

Una manera de defender estos ideales. En mi caso, con un huevo soy feliz, la cayena y el ajo los considero ya lujuriosos lujos gastronómicos (exagero). Pensando solo unos minutos detectaréis algún ingrediente que nunca falta en vuestra nevera y del que disfrutáis. Venga, pensadlo solo un ratito que seguro que antes de terminar este párrafo ya lo tenéis. Un consejo, mejor algo que aguante y se conserve bien. Mínimo una semana o dos. Tiene que ser un plato elaborado con ingredientes de los que no tengamos que preocuparnos demasiado si los conservamos bien. Por supuesto pueden ser conservas o ingredientes frescos, lo que abre la posibilidad de combinarlos. Os regalo algunas sugerencias; puede ser una combinación de conservas o botes: atún con cebollita picada y pimientos; una tortilla de espárragos de bote o el atún de antes; o simplemente un tuper congelado con algo ya preparado que solo hay que descongelar. Podéis preparar un buen guiso y congelarlo por raciones para que solo tengáis que descongelarlo. A mí, en estos casos, las albóndigas de mi suegra no solo me sacan de apuros y prisas, sino que convierten cinco minutos de comida exprés en cinco minutos de gloria elevada al cubo. Dios querría sentarse a la mesa a comerse esas albóndigas.

Y, ¿si nos venimos arriba? Hay veces que el hecho de arrancarse a cocinar es suficiente para motivarse y seguir cocinando hasta llegar a preparar un banquete. Ejemplos de esto pueden ser acompañar los huevos fritos con pechugas de pollo, guacamole recién hecho, piquillos confitados, y/o ensalada. Seguro que ya os ha pasado. Pero, si por el contrario, ¿nos falla el plan A? Obvio, pues plan B. Siempre tengo en la nevera embutido o una conserva ahumada. Aguantan bien y con un poco de pan puede ser la solución. No me complico. Salmón ahumado, fiambre de pavo o jamón cocido son las opciones que más veréis si os pasáis por mi nevera. Algún día os hablaré de esto mismo: qué hay en mi nevera, pero esto, ya otro día.

Ideas con poco esfuerzo. Si todavía no se os ha ocurrido nada, sabed que una de las claves es comprar ingredientes que necesiten poca elaboración y sean disfrutables a más no poder con poco esfuerzo. Os voy a dejar algunos ejemplos más para seguir calentándoos la cabeza: rallar queso a una tortilla francesa recién hecha, un aguacate aliñado lo podéis acompañar con unos mejillones en escabeche, unos espárragos de lata marcados a la plancha con una yema de huevo encima y unas avellanas, unos cogollos aliñados con unas anchoíllas, mayonesa y huevo duro. Os hablo de estos ejemplos, de tener esta mentalidad en la cocina. Os repito que no hace falta complicarse para disfrutar cocinando y, por supuesto, comiendo.

Entiendo que llegar a este punto no es fácil, pero a lo que voy es a que pecamos demasiado y nos engañamos diciendo que no tenemos tiempo cuando en realidad es cuestión de a qué le damos preferencia. La cocina no es un abismo al que asomarnos cuando estamos estresados o solo tenemos hambre. La cocina ha sido, es y será el espacio de la casa en el que la gente conecta, se solucionan los problemas y se discuten los retos venideros. La cocina puede ser la solución al malestar físico y mental, un entretenimiento con el que dejar por unos minutos el estrés a un lado, una manera de conocer mejor el entorno en el que estamos (para esto conviene empezar por visitar el mercado) y, por lo tanto, saber mejor quiénes somos. Es, sin duda, un tema con el que conectar entre personas y crear cultura. La cocina nos hace ser persona y, si no queremos caer en automatismos alimentarios, mejor empezar a cuidar, aunque solo sean cinco minutos de nuestro día para comer lo mejor posible.

Ya sabéis, si no os ha dado tiempo a prepararos un guiso para congelar, mañana freíros unos huevos con ajitos y cayena, que ya veréis cómo el disfrute os lleva de vuelta a la cocina y el primer bocado os levanta el culo de la mesa.

On egin!