«Pacto y furia son dos componentes y escenifican un baile continuo»
El periodista Enric Juliana, subdirector de «La Vanguardia», publica «España: el pacto y la furia», un compendio analítico sobre las últimas dos décadas en las que ha sido testigo privilegiado en Madrid, metrópoli en donde «cada día parece que el mundo se va a acabar». Este badalonés a punto de cumplir medio siglo de profesión, comparte en entrevista con 7K su experiencia de veinte años de política de sobresaltos.
El año que viene se cumplirán cinco décadas desde que Enric Juliana (Badalona, 1957), a sus 18 años, debutara como periodista en el diario “El Exprés”, en 1975, cubriendo información local. También trabajó en TVE, en la redacción de Sant Cugat, y en 1987 comenzó en “El País” para vivir en primera persona tiempos históricos para Barcelona, como fueron los Juegos Olímpicos. «Esos JJOO lograron un consenso político muy particular, fue la etapa más apaciguada de la política», recuerda. Una vez en “La Vanguardia”, ya «saturado» de los plenos municipales, cambió de objeto de estudio: vivió durante varios años en Roma como corresponsal. Al volver a la capital catalana como subdirector, se decidió que su nuevo destino sería Madrid, a donde llegó para «reaprender todo de nuevo».
Su llegada coincidía con los atentados de Atocha de 2004 y allí comenzaría una etapa de dos décadas que ha querido plasmar en “España: el pacto y la furia” (Arpa Editores, 2024). Agudo analista de la realidad política, constata sin ocultar su espanto cómo la derecha española intenta subvertir el orden social de la posguerra y va «al asalto» de lo que queda del estado de bienestar.
En un impasse entre su activa agenda de tertuliano televisivo y subdirector de un periódico, Juliana conversa con 7K y aborda el pasado en clave presente.
¿El libro es una forma de celebrar sus veinte años cubriendo política española en Madrid? Sí, esa es la idea. Ha sido una labor interpretativa de la política y me pareció que era importante hacerlo no de la manera a veces clásica, sino que necesitaba una narración añadida escrita ahora bajo los ojos del momento actual. Cuando miras atrás, los hechos los ves desde el punto en el que te hallas y lo que hice fue escribir unas veinte piezas dedicadas a cada uno de los años y en donde intento explicar lo sustantivo pero con la mirada de hoy. Ha acabado siendo un mosaico, una crónica que conforma un ciclo. Estos veinte años nos explican cómo el siglo XXI se ha desplegado en España, es un siglo de desórdenes.
En el epílogo recuerda sus comienzos, su llegada a Madrid, en esa atmósfera de conmoción que imperaba tras el 11M. ¿Cómo fue? Pues era duro, se percibía, se podía tocar. La ciudad estaba traumatizada. Una de las cosas que me ocurrió al llegar, no habiendo hecho nunca crónica política española, fue una primera sensación que tuve: me pareció que todo lo que sabía ya no me servía para nada. ‘Tengo que reaprender todo de nuevo’, pensé. Cada día parece que el mundo se va a acabar, existe una tendencia a dramatizar los conflictos políticos, más los conflictos políticos que los sociales, los sociales no se dramatizan; cuando surgen, intentan achicarlos. Es una forma de ser.
En Italia todo deriva en comedia y en España, en tragedia. La comedia es un mecanismo defensivo, la sonrisa de la gente es una forma de no ver la tensión y desarmar al adversario, y presentarlo todo como tragedia es también un mecanismo defensivo, y el miedo… el miedo paraliza. Un mes después del 11M, se seguía sosteniendo que las bombas las había puesto ETA, hacían campaña contra cualquiera que contradijese su locura. Lo que después ha sido Trump, se experimentó en España en 2004: la construcción de una realidad paralela se hizo primero en Madrid, cuando Trump todavía estaba vendiendo pisos. Esto, bajo el patrocinio de la Conferencia Episcopal Española, que ejercía como verdadera jefa de oposición. Rajoy estaba en shock y Aznar controlaba todo. El que marcaba la estrategia era el arzobispo Rouco Varela, con fuerte voluntad política, y forzaron la dimisión del jefe del “ABC”. Llegaron a pedir en público que la gente se diese de baja de la suscripción de “ABC” y no pararon hasta que cesaron a José Antonio Zarzalejos, que era un conservador decente que se negó a avalar la teoría conspirativa.
Esa embestida se vio también en la ley de matrimonio igualitario de 2005. Claro, es que viene de ahí. Cuando te digo que Rouco Varela es jefe de la oposición es porque él actúa consciente de que representa los intereses generales de la Iglesia Católica ante algo que podía ser una peligrosa fisura en la visión del mundo. Ahora a la gente rica le gusta mucho ir a bodas gays porque es cool, pero ellos llenaron la Castellana de manifestantes. Luego la segunda onda de choque vendría con la nueva ley educativa que acaban pactando con los democristianos catalanes.
¿Fue el 11M un hito como el 23F? ¿Qué paralelismo se puede trazar? Sí, son dos momentos traumáticos, muy distintos, pero con muchas consecuencias políticas. El 23F fue una reconducción del proceso autonómico. Luego el PSOE ganó, pero le dibujaron unas líneas rojas que Felipe González sabía perfectamente cuáles eran. Y el 11M provocó un cambio que también tuvo consecuencias: introdujo algo que todavía está, que no ha salido de la esfera política, que es la no aceptación de la legitimidad del adversario, sobre todo por parte de la derecha, el ‘no hay que dejar que la izquierda se asiente cómodamente’. En el fondo es que no hay que dejar que la sociedad española perciba que la izquierda es una forma de gobierno natural, algo que siempre ha atormentado a Aznar, que pensaba que la dictadura le dio una prima moral a la izquierda. En el pensamiento aznariano la izquierda dispone de una prima moral que hay que amortizar y por eso hay que desprestigiarla, dando por cancelada la Guerra Civil, poniendo en primer plano el combate ideológico y no ser puros administradores. Hoy están plenamente vigentes estas claves aznarianas en 2024.
Se habla mucho de la polarización y que hay furia no hay duda. Pero también hay mucho más pacto del que comunican los medios, a la vista de un gobierno investido por ocho partidos, ¿no? Sí, claro. Destaco dos realidades en el libro: ha habido importantes pactos derecha-izquierda que no podemos ignorar, como el pacto para la reforma del artículo 135 (de estabilidad presupuestaria) y un pacto cuando abdica el rey Juan Carlos. El tercer pacto es la crisis catalana y el acuerdo para aplicar el 155. El PP podría haberlo hecho sin el PSOE, pero lo hizo con él. Pero tienes razón, no solo ha habido esos pactos, sino otros. Y pactos de la derecha con la extrema derecha. Por eso el libro se titula así, pacto y furia son dos componentes, es un baile continuo y vamos a ver cómo sigue en unas circunstancias internacionales complejas.
Usted menciona las redes sociales y el nuevo papel que tienen en el sistema. ¿Han traído más furia que solución a la convivencia? Buena pregunta... Pues han cambiado la manera de organizar la transmisión de las ideas. Uno tiene la tentación de decir que sí porque, después de los 40 años, a uno le empieza a parecer que todo tiempo pasado era mejor (sonríe). Por un lado creo que las redes permiten exhibir todo tipo de mercancía con cierta facilidad, pero también permiten que más ideas circulen con libertad. Los diarios llevaron a Europa a la Primera Guerra Mundial, ¿eh? Y sin la radio no hubiera nacido el fascismo. No me atrevo a ser tan tajante. Determinadas posibilidades de manipulación quizás no existían, pero a la vez también veo mas posibilidades de defensa, hay mayor fluidez de las ideas y eso deriva en sensación de caos y el caos nos incomoda. Hay cierta saturación por esa sensación de desorden, lo que favorece a las fuerzas que acuden al mercado político con la oferta de orden. Pero la tiranía es más difícil con las redes.
La irrupción de Podemos y el procés catalán parecen haber sido elementos traumáticos especialmente para la derecha española. ¿Lo ve así? Bueno, si se llega a producir el sorpasso en el 2016, vete a saber cómo estaría la política española hoy. Podemos fue catalizador de una fuerte sensación de malestar, llegó a tener más de 5 millones de votos, pero no superó al PSOE y hay que preguntarse por qué no lo hizo. Mi respuesta sería que en el fondo el pueblo de izquierdas no quería que eso ocurriese. Eso significaba la muerte del PSOE, y la gente quería castigar al PSOE, pero no matarlo. Eso los dirigentes de Podemos no lo acabaron de percibir y Sánchez con su ‘No es no’ contribuyó a que no lo matasen y salvó la vida del PSOE en 2016. Los notables del partido se lo agradecieron tirándolo por la ventana. El PP quería repetir elecciones, que Podemos quedara segundo y el PSOE en tercer lugar, que fuera camarero del PP. Con una izquierda más radical que nunca ganaría, y el PP sería una fuerza de orden destinada a gobernar España por veinticinco años.
Y el procés tiene su complejidad, no se hubiera producido si Convergència no hubiera dado paso a un discurso independentista y lo hicieron porque el 15M tuvo fuerza en Catalunya, se expresó de manera distinta y vieron que las crisis se los podía llevar por delante. Ahora están deshaciendo el camino.
¿Sánchez es la reacción del PSOE que quiere sobrevivir a Podemos? Parece un gran pragmático, según Ayuso y otros, un peronista. El problema que tengo yo es que el peronismo lo conozco en líneas generales y no quiero cometer errores (sonríe). A Sánchez no se le puede acusar de incoherente con sus postulados ideológicos, él ganó las primarias presentándose como un social liberal, era el candidato de la derecha socialista en 2014. Madina era una cierta corrección a la izquierda apadrinada por Rubalcaba, que era consciente del relevo generacional, pero a partir de 2016 llegó a la conclusión de que el problema del PSOE era que había perdido a los jóvenes, vio que había que recuperar eso y entró en una dinámica de la cual no se ha despegado nunca. En 2019 cometió un error con la repetición electoral. Tampoco es el balón de oro que pelota que toca pelota que entra.
¿Cree que el fin de la actividad de ETA abre inevitablemente otra fase en el Estado en relación a Euskal Herria? ¿Le abocará a hacer algún tipo de «oferta» a un país en el que más del 70% reivindica el derecho a decidir, o cree que va a seguir igual? Creo que hay una fase nueva en el sentido de que España, desde la desaparición de ETA, está viviendo su etapa más pacífica, no la más silenciosa, pero sí la más pacífica. Esto es importantísimo y la ley de amnistía introduce otro elemento a eso, es decir, todos dentro, que nadie esté con un pie fuera. Puigdemont va a volver y recibe visitas. (Esta entrevista fue a imprenta unos días antes de que Puigdemont apareciera en Barcelona). No hay nadie fuera. Bildu se equivoca un día, pero al día siguiente su candidato pide perdón y, si no estuviera dentro, no lo haría. Esto es una nueva fase para la política española, nadie muere por política. Respecto a Euskadi, no veo, tal como están las cosas y el cuadro europeo, grandes cambios en los próximos años en cuanto al tipo de relación con el Estado.
«Plurinacionalidad» es el término de moda en esta legislatura pero, ¿qué contenido le da el Gobierno? ¿Hasta dónde quiere y puede llegar? Creo que se podrían hacer distintas iniciativas, por ejemplo una ley de lenguas, que aquello que reconoce la Constitución por primera vez se reconozca en una ley de lenguas, referida al estatus, rango y visibilidad y obligaciones del Estado respecto a las lenguas oficiales. Pero en la dinámica que está el país, el PSOE no creo que quiera avanzar en eso, tendrá dificultades objetivas. La dinámica europea en estos momentos está hablando de otras cosas, prepararse para una posible guerra y ganar competitividad como sea.
Hace poco en una tertulia televisiva usted se indignó con unas declaraciones del presidente de la CEOE sobre los impuestos y los trabajadores, y dijo que hay un intento de la derecha española de subvertir el orden social de la posguerra. Sí, es así, más claro que el agua. La Constitución dice que España es un Estado social, es decir, con vocación de procurar la equidad social a través de un Estado de bienestar, lo que implica cierto grado de solidaridad fiscal y servicios públicos. Esto está siendo cuestionado. La batalla es eso y van al asalto. Son sectores ideológicos que han decidido ir a por lo que queda del Estado social europeo y te diré que Argentina les sirve de estímulo vitamínico. Lo que dice Garamendi, lo dice porque se lo deben haber dicho. Seguro que se dio cuenta de que metió la pata. La mejor manera de perseguir ese objetivo no es empezar a declararlo de manera tan visible, sino sembrar la cizaña de la última línea defensiva de la clase trabajadora que cobra poco, que se rebele contra el sistema fiscal. Quieren conseguir que el discurso anti impuestos cuaje, junto al desapego de la gente al Estado social. Reaccioné así en televisión porque lo vi como un rayón... estos van con todo. A partir de los 80 empieza a ser cuestionado el orden social de la posguerra y ahora viene la segunda fase. La derecha española hasta ahora no lo había cuestionado nunca.