«Me resulta curiosa la idea de que yo tengo una identidad y la gente blanca no la tiene»
Zadie Smith atendió a 7K en su primera visita a Euskal Herria. Acaba de ver la luz la traducción al castellano de «The Fraud». Su pasión por escribir -«lo hago impulsivamente», reconoce-, sus inicios, la quimera de lograr la conciliación laboral y familiar, su regreso a Londres... fueron algunos de los temas que abordamos en la entrevista.
Zadie Smith (Londres, 1975) no se prodiga en medios de comunicación ni en certámenes literarios. «No solía ir a festivales porque mis hijos eran pequeños. Ahora que han crecido, tengo más disponibilidad para acudir a eventos de este tipo», aclaró. No tiene redes sociales. Prefiere que sus libros hablen por ella. Aunque hizo una excepción con el festival Ja! de Bilbo, cuyos dos ejes son la literatura y el humor. Smith sabe algo de ello. También de Kafka, el protagonista de la última edición. «¡Qué decir de Kafka! Llevo veinte años hablando de él. Es difícil generalizar sobre un escritor de esta talla. Hay un chiste de Kafka que dice que ‘hay esperanza, pero no para nosotros’. Creo que es bastante divertido. Su humor es existencialista, o te ríes o lloras. Él pensaba que hacía gracia, pero gran parte del público no se reía cuando él estaba en los cafés leyendo estas historias. Es igual que cuando yo doy clases sobre Kafka. A veces los alumnos se ríen y en otras ocasiones se quedan horrorizados. A mí me parece que es divertido. Depende del punto en el que te encuentres en tu vida… Quizás yo a mis 15 años me lo tomaba demasiado en serio», dijo.
Su presencia coincidió con la publicación de “La impostura”, su primera incursión en la novela histórica. Habían pasado siete años desde que viera la luz “Swing Time” (Tiempos de swing) y un cuarto de siglo desde que Smith sorprendiera con su debut literario “White Teeth” (Dientes blancos).
Corre el año 1873. La novela está protagonizada por Eliza Touchet, prima y ama de llaves del escritor William Ainsworth. Pronto entra en juego sir Roger Tichborne, heredero de un enorme imperio y desaparecido en el mar años antes, y también Andrew Bogle, criado como esclavo en las plantaciones de azúcar de Jamaica y sirviente de la familia Tichborne durante décadas. El libro es un caleidoscopio de la sociedad de la Inglaterra victoriana, donde nada parecía lo que era. Realidad y ficción. Ambientes, personajes -muchos de ellos reales- y momentos históricos se suceden, incesantes, en sus páginas. “The Fraud” vio la luz en 2023 y ahora se traduce al español de la mano de Salamandra.
Intenta mantenerse alejada del foco mediático, por lo que le agradezco habernos concedido esta entrevista. Encantada.
La ironía es una de las características de su escritura. Ha solido decir que no le gusta la gente que se cree muy seria. Me tomo mi trabajo en serio y normalmente suele ser bastante divertido. Umm… mi hermano es monologuista [Doc Brown], siempre ha habido bastante comedia en mi familia. Algunos comediantes piensan que lo suyo es una especie de filosofía. Lo estoy pensando ahora mismo. Yo no me siento para escribir una comedia, simplemente me sale así. [«Disculpen, necesito un café o té, ¿sería posible que me sirvieran un té verde, algo con cafeína?», dice].
«The Fraud» es su primera novela histórica. El lector se retrotrae al siglo XIX, a la época victoriana. ¿Qué fue lo que le interesó de la época? Varias cosas. Es la época de la Reforma que se dio entre 1830 y 1890, cuando se pusieron los cimientos de la vida contemporánea británica. Especialmente se estableció el principio de que parte de la tierra pertenece a alguna gente. Asimismo, fue un periodo en el que había mucha igualdad económica, al contrario de lo que ocurre hoy en día. También había muchísima hipocresía, la gente no era lo que decía. Este es un tema que me interesa mucho.
Es importante mirar atrás para saber quiénes somos y de dónde venimos. Sí, es importante, porque si no tienes que empezar de cero todo el rato, lo cual es agotador. El pasado es útil porque te da herramientas para poder gestionar el presente. ¿Cómo solucionaron este problema? ¿Cómo lo enfrentaron? Te da indicadores de hacia dónde ir para no tener que remendar la rueda constantemente. En caso contrario, no tiene sentido alguno. Personalmente, es educativo para mí.
Su padre es inglés, su madre es jamaicana. ¿Ha cambiado su visión sobre la identidad después de estar una década en EEUU? Yo nunca he utilizado la palabra ‘identidad’ en mis libros. Me resulta curiosa la idea de que yo tengo una identidad y que la gente blanca no la tiene. Toda mi literatura versa precisamente sobre mostrar lo contrario. ¿Por qué tengo yo una identidad? ¿Qué es eso de la identidad? Entiendo que la gente me diga que mi literatura es sobre identidad, pero no creo que sea así. Al escribir explico cómo es un ser humano como yo, simplemente. No voy por el mundo preguntándome sobre mi identidad, no más de lo que hacen otras personas. Trato de ser yo misma. En mis libros hablo de personajes que hablan de sus propias vidas, quizás tengan problemas de identidad, no lo sé. Creo que es una proyección de los demás. Es raro. Cuando yo era pequeña, los demás niños me preguntaban: ‘¿no es un poco de lío tener un padre inglés y una madre jamaicana?’. ‘No, lo que es confuso para otras personas es normal para mí’, pensaba yo.
En EEUU vi un discurso binario y muy agresivo entre blancos y negros. Y tuve que vivir en ese mundo. Yo no veía eso en el mundo en el que crecí.
Nació en el noroeste de Londres, en Willesden. En «White Teeth» mostró a los lectores a los habitantes de barrios periféricos, su multiculturalidad. ¿Está de acuerdo con quienes afirman que somos nuestra infancia? Quizás los escritores llevamos nuestra infancia con nosotros de una manera más intensa. Puede que sea una de las definiciones de lo que somos los escritores… Mi infancia, sin duda, está muy presente. No obstante, las personas que conozco no están pensando constantemente en cómo fueron sus primeros años. Lo olvidan.
Le he leído una frase: «Todo el mundo habla de resistencia y uno de los ejercicios para resistir ante quienes nos gobiernan es impedir que nos intenten colonizar la mente». ¿Podría profundizar en ello? No me acuerdo de haberlo dicho, pero seguro que fue así. [Risas].
Creo que fue en el marco de la pandemia... Algunos pensaban que saldríamos siendo mejores, pero no parece que sea así. Yo no pensaba salir como una persona mejor. Durante dos años y medio muchas personas estuvieron bloqueadas. Iban a su libre albedrío, dejados a su suerte, sobre todo en el caso de los niños. En mi caso, yo no pensaba que seríamos mejores. Pensé que sería una gran catástrofe a escala mundial, sobre todo pensando en los más pequeños. Los niños perdieron dos años de socialización y las consecuencias se podían ver en las escuelas. Fue algo devastador.
Bernardine Evaristo afirma que haber ganado el Premio Booker por «Girl Woman Other» la ha hecho más visible. En el caso de algunas nuevas voces es una de las vías de acceso más rápidas a la escena literaria. Bernardine y yo tuvimos el mismo editor durante una larga época. Ella escribió 8 o 9 libros sin que se le prestara tanta atención, algo que sí ocurre ahora. Ella está feliz ahora por haberlo conseguido, es comprensible. Por lo que a mí respecta, he estado bajo los focos desde mis inicios.
¿Ha pensado alguna vez cómo se hubiese desarrollado su carrera si el éxito no llamara a su puerta con su primera obra, «White Teeth»? Tenía 24 años... ¡Cómo lo voy a saber! Es mi vida. Lo hice lo mejor que pude para hacer bien mi trabajo. Por ejemplo, una autora como Sally Rooney ni siquiera sale de gira de promoción, se queda en su casa escribiendo sus libros. Es lo que tienes que hacer para sobrevivir. ¡Es fantástico por su parte!
En 2006 los libros publicados por autores africanos y asiáticos eran solo el 1%. Fue precisamente Bernardine Evaristo quien realizó un estudio sobre ello. ¿Diría que las cosas están avanzando? No tengo las estadísticas, pero es evidente que está cambiando. El tiempo pasa, 2006 está muy lejos. Se están publicando obras de africanos occidentales, autores del Sudeste Asiático… Ha habido un auténtico boom de escritores de África Occidental. La situación ha cambiado claramente.
¿Sigue la literatura creada por las generaciones más jóvenes? Sí, absolutamente. Me encanta la literatura, leo constantemente todo lo que puedo.
¿Qué presencia tiene la escritura en su día a día? Depende, cuando mis hijos eran pequeños, escribir estaba en lo último de la lista. Me sorprende cuánto he escrito, porque me parece que no tengo tiempo para escribir. Hay autores que tras escribir un libro se van dos años de gira de promoción, es como un segundo trabajo. Escribir no forma parte de mi rutina diaria. Antes tenía un trabajo aparte a jornada completa, dos hijos, una casa que llevar… escribo cuando puedo.
¿El objetivo del arte es tender puentes? Puede. No lo sé, es una pregunta compleja. Yo escribo de manera compulsiva. Escribo los libros, pero no pienso en cuál es mi objetivo a nivel íntimo. Para mí escribir es establecer relaciones con otras personas, me aporta diversión y placer. Y para muchos lectores leer es una alegría. Es uno de los pocos lugares en los que puedes ser lo que puedes ser cuando nadie te está vigilando o mirando, nadie espera nada de ti. No quieren cambiar tu mentalidad, no te instan a comprar algo… es que alguien te hable al oído, algo placentero.
¿Qué le aporta Nueva York a su literatura? ¿Y Londres? Son tan distintas… Londres quizás lo puedes comparar con París, Barcelona o Berlín. Nueva York es otro universo distinto. No lo puedes comparar con nada. Mi vida allí fue totalmente distinta con respecto a la de Londres. Fue estupendo, porque hasta entonces no había salido del barrio donde nací y crecí. No había viajado nunca. Quería ver otras partes del mundo y Nueva York es mucho. Encuentras muchos escritores, músicos, artistas y actores. Fue genial formar parte de todo eso. Pero ahora he vuelto a Willesden.
Y se encuentra en la calle con sus compañeros de colegio y amigos de infancia. Es una zona gentrificada, por lo que muchos se han tenido que ir, aunque sus padres continúan viviendo en el barrio. Mi madre sigue allí, mis hermanos también. Es una experiencia completamente diferente si lo comparamos con Nueva York. Allí no tenía raíces y, sin embargo, en Londres estoy rodeada de gente que conozco.
Optó por volver a casa pensando en sus hijos. Sí, ese fue el propósito. Si fuese por mí seguiría en Nueva York [risas].
¿Qué es lo que echa más de menos? ¡Todo!
Usted estudió en la Universidad de Cambridge gracias a una beca. Salió de su barrio y se le abrió un nuevo mundo. ¿Cómo recuerda aquella época? ¡Sí, sin duda! Precisamente ayer un amigo encontró fotos de Cambridge. Hacía 25 años que no las veía. Me resultó muy raro verlas. Fue una época de alegría. Los estudios eran gratis, no necesitaba ayuda. Lo que sí me dieron fue una beca para el alojamiento. Además, los responsables de la Universidad, al ver que a veces no tenía dinero para comer, me daban dinero. 300 euros para que pudiera comer hasta final de mes… Así que, como te puedes imaginar, tengo una enorme gratitud hacia la institución que se hizo cargo de mí. Fue increíblemente interesante. Fue maravilloso. Eso sí, los inicios fueron complicados, y extraños. ¡El primer año creo que había ocho personas negras en Cambridge! Era distinto. Lo único que me importaba era conseguir una educación, es lo que quería.
¿Ha escrito desde pequeña? ¿Soñó con ser escritora o ha surgido de manera natural? De pequeña siempre leía, pero escribía muy poco. Una vez hablando con Michael Sharpe comentamos que hacíamos lo mismo. Teníamos máquina de escribir y escribíamos historias escritas por otras personas, como Agatha Christie. Es un hábito bastante común entre los novelistas. Tengo entendido que Joan Didion también lo hacía. Si escribes a máquina las frases de otros es como si las hicieras tuyas. Al final acabas teniendo la impresión de que las has escrito tú. Sí que gané un concurso de escritura con 10 años en mi barrio. Me presenté por diversión. Cogí el libro “Funny Bounds” y casi lo copié. Luego, cuando tenía 15 años, escribí la mitad de una novela. El personaje principal se llamaba Keanu, para que te hagas idea de cómo era. Estaba muy centrada en leer.
No fue una decisión, sino una consecuencia. De pequeña quería ser cantante o bailarina, no sé cuándo cambié de idea. Tendría unos 15 años cuando me di cuenta de que era buena escribiendo. No lo soy en matemáticas ni ciencias. En Inglaterra puedes elegir y dedicarte solo a Humanidades. Podía dedicarme a escribir ensayos... Y luego en la Universidad también participé en concursos. Escribí una historia, la aceptaron y la publicaron en el periódico de la Universidad. Fue la primera vez que vi mi nombre escrito de esa manera. Me encantó. Pero no pensaba en ello como un trabajo.
Ya no trabaja impartiendo clases de Literatura, ¿verdad? No, lo dejé en pandemia. Marca una gran diferencia. Estuve trabajando desde que tenía veintitantos años. Me enfrenté a demasiado trabajo durante 25 años, estaba en constante estado de locura. ¡Como muchas mujeres de mi edad ya no quiero trabajar más, he hecho todo lo que tenía que hacer! Yo lo que quiero es escribir mis libros y morirme, no tengo más ambiciones. No quiero hacer nada más en este punto de mi vida.
¿Está satisfecha de su carrera literaria? Sí, lo estoy. «Sean buenos o malos, los he escrito yo y he sido totalmente sincera con lo que yo podía hacer», escuché decir recientemente a Sally Rooney. Y estoy completamente de acuerdo con ello. Yo nunca he escrito por dinero, ni he pensado que algo era lo suficientemente bueno. Yo di lo mejor de mí, es lo mejor que podía hacer.
¿Se siente privilegiada por haber visto el mundo a través de las gafas del feminismo en casa gracias a su madre? No he conocido otra manera de vivir. Me educaron en el feminismo. Es la base de mi idea de lo que es una mujer. Más que la filosofía formal, creo que he tenido la suerte de ser la hija de una mujer que no sé cómo decirlo, era neurótica. Hay una tendencia entre las mujeres, o la había, de no permitirse cosas. Mi madre cogía la comida de mi plato para comérselo ella. Esto tenía sus desventajas, obviamente, pero por lo menos no vi por su parte esa eterna demostración de sacrificio. No era una mujer que no quería comer ni tenía deseos. No crecí en un entorno así.
¿El turbante que suele llevar en la cabeza, aunque no hoy, es en honor a ella? Mi madre lleva rastas. A veces me pongo turbante, pero voy cambiando el pelo todo el tiempo. Está muy bien el turbante porque es un lifting inmediato en la cara. Pero bueno, hay que hacerse mayor, no quiero terminar pareciéndome a Gloria Swanson, a esas personas que tienen la cara estirada. [Risas]