El mal camino

Escenario habitual de sagaces investigaciones o sórdidos crímenes, la novela negra sin embargo también puede ser el reflejo cotidiano del hecho delictivo, aquel que remite a historias carentes de épica donde el pillaje más mundano o simples menudeos se erigen en protagonistas. Un desclasado territorio que, sin embargo, alberga, como sucede en el debut en formato largo -tras trabajar con éxito el relato corto- de este autor canadiense pero afincado en Irlanda, un ejemplar y hondo despliegue de personalidades.
Sin renunciar a la tensión que aportará gradualmente el paso de las páginas al relato delictivo, por otra parte sostenido en un habitual ajuste de cuentas entre rufianes, la materia prima codiciada del libro se esconde en el sobresaliente retrato que proyecta de los individuos que en él moran, especialmente aquellos que sustentan su contenido, como el hierático y amoral personaje principal, el arrogante joven convertido en moneda de cambio -y su novia inmersa colateralmente en el mundo del hampa- o su displicente hermano mayor. Rasgos aparentemente convencionales pero confeccionados con los suficientes pliegues como para derrumbar cualquier atisbo de falta de sagacidad imaginativa.
Si conceptualmente, que no estilísticamente, dicha actitud “humanista” recoge la manera de afrontar el género de Fred Vargas, y su mirada casi metafísica, las cercanías más evidentes hay que buscarlas en los afilados paisajes costumbristas tutelados por la firma de Edward Bunker, George V. Higgins o Gene Kerrigan. Voces expertas en transformar sus rústicos y rutinarios diálogos en tratados de absoluta profundidad.
En el peregrinaje entre las existencias de este muestrario de truhanes, de mayor o menor estofa, no vamos a encontrar sentencias de culpabilidad, al contrario, acercarnos a la biografía de esos perfiles extraviados, y por extensión a capítulos pretéritos referidos a traumas infantiles, desórdenes en el núcleo familiar o simplemente la necesidad de escapar del abismo de la soledad, significa tender un emotivo lazo empático.
Hay decisiones, y su derivación en otros tantos modos de afrontar la vida, que se toman por error, otras, por el contrario, son el inevitable resultado de toda una serie de condicionantes que dirigen hacia ellas. La aparente caligrafía brusca de Colin Barrett, como el ánima de sus seres, arropa un estremecedor y delicado trato, haciendo que en cada uno de sus renglones copado de destinos descarriados emerja la misma pregunta: ¿Han tenido la oportunidad de ser otra cosa?



