IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Sentirse escuchado

Hay expresiones que de tan manidas parecen perder el sentido y, sin duda, una de ellas es esta de «sentirse escuchado». Y es que ser escuchado o escuchada es distinto a ser oído o a que nos den la razón. Intuitivamente la escucha va más allá de las palabras, de la información o el contenido de lo que queremos decir; una persona que nos presta mucha atención puede recordar todos los datos que damos, pero no necesariamente eso tiene un efecto de conexión en nosotros.

La escucha descrita de esta manera conlleva conexión y, por tanto, relación, la cual tiene mucho que ver con el intercambio de información relevante, pero no exclusivamente. Entonces, ¿qué queremos decir con «escuchar»? Habitualmente con ese verbo, en su forma pasiva, describimos la sensación (casi física) y la conclusión (eminentemente mental) de que nuestro mundo interno tiene una importancia para la otra persona, lo valora y lo tiene en cuenta; se alía con nosotros en lo que a contar la historia se refiere y eventualmente participa con sus devoluciones.

En resumen, nuestra historia ejerce un impacto en la otra persona y nos lo comunica de algún modo. Al comienzo de este artículo decíamos que no era lo mismo que ser «oídos», porque esta manera de tener en cuenta al otro, o de que nos tengan en cuenta, conlleva acción, intención e interés por parte de quien lo hace, lo cual ejerce también una curiosa influencia.

A menudo, cuando necesitamos que nos escuchen, estamos necesitando ventilar, digerir o analizar una experiencia o un proceso mental que nos remueve de algún modo. Puede que esté dándole vueltas a un cambio importante que no me atrevo a llevar a cabo, puede que atraviese una decepción inesperada o que haya logrado algo extremadamente difícil. En cualquiera de estos ejemplos hay algo en nosotros que nos impele a compartir la experiencia, puede que en busca de consejo pero sobre todo en busca de esa respuesta que nos «ayude». A menudo no tiene tanto que ver con el contenido de la respuesta –que sea un buen análisis o un buen consejo– sino con apaciguar las emociones que nos perturban o nos desbordan, o hacerlas crecer, cuando nos estimulan y excitan.

Un famoso antropólogo y psicólogo evolutivo, Robin Dunbar, comprobó que los chimpancés empleaban mucho tiempo en acicalarse, básicamente quitarse los piojos. Esta función iba más allá del contenido (la cantidad de parásitos eliminados), iba dirigida al vínculo social. Nosotros, los humanos, como primos lejanos, hacemos algo similar cuando compartimos nuestras historias; de hecho, según Dunbar, empleamos dos tercios del tiempo de una conversación hablando de «nosotros» y solo un tercio en resolver problemas. Si pensamos en la sensación de sentirse escuchados, la conexión también parece lo más relevante. En particular porque gran parte de las veces que necesitamos que nos escuchen la situación nos supera y necesitamos sentir la compañía. A partir de entonces, la búsqueda de soluciones se pone en marcha de manera más consciente y se expresan opiniones y puntos de vista, que entonces sí se recogen.

Sin embargo, a menudo cuando otros emplean la mayoría del tiempo en buscar soluciones a nuestros problemas pero descuidan la conexión, sentimos que pueden habernos ayudado, pero es fácil notar también la soledad o la desintonía. Sintonizar con el ritmo, la necesidad y con la emoción concreta de quien nos cuenta sus cosas antes de decirle qué hacer, a veces es suficiente para ayudarle a liberar un bloqueo que impide pensar o disipar el miedo, de modo que los propios recursos de esa persona vuelven a cobrar fuerza y el pensamiento funciona con autonomía. Entonces, acompañar y escuchar a ese nivel ayuda a ser más libres.