IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

No hagamos nada

Hace unos días, cerca de mi casa, alguien había pintado en una pared un mensaje poco habitual para lo que venía siendo esa actividad en mi barrio. Decía: «Si lo oigo, lo olvido; si lo veo, lo entiendo; si lo hago, lo aprendo». Es cierto que era un mensaje escrito en pequeñito, sin mucha vocación de abarcar la vista a la primera, y sin embargo a mí me acompañó durante un rato.

Aprendemos constantemente, pero aprendemos de manera diferente en función de cómo nos acercamos a esa actividad o experiencia que metemos dentro. Hoy por hoy, en la era de la imagen, parece que podemos aprenderlo todo a través de los tutoriales en internet, y de vérselo hacer a otros: arreglar una máquina de fotos, pintar al óleo, cocinar, maquillarse, construir una bicicleta casera, y toda suerte de actividades que parecen no costar más que la inserción de la información en la cabeza a través de una buena narración visual. Y tanto es así que, cada vez más, en una ilusión de sencillez, de inmediatez y cierta soberbia, sustituimos el hacer por el mirar, a través de una pantalla. Hacer algo por nosotros mismos cada vez más se acerca a una actividad tediosa, una pérdida de tiempo poco sofisticada en una era tecnológica, del internet de las cosas. Mientras eso llega, mancharse las manos va dejando de ser una opción deseable si se puede evitar.

Contratamos toda suerte de profesionales para las reparaciones más sencillas que nuestros mayores hacían por sí mismos. Preferimos pagar a emplear en lo nuestro un tiempo que podríamos estar utilizando para relajarnos o descansar, como dicen algunos anuncios. Confiamos en el GPS la orientación de nuestros pasos, sin siquiera considerar revisar el mapa por si perdemos la cobertura. En cierto modo, es como si cada vez más estuviéramos «externalizando» nuestros recursos y capacidades y el resultado de su uso se lo entregamos a otros a través de un gasto y con el acuerdo de que esa persona o esa empresa nos haga la vida más fácil.

La memoria asociada a aspectos cotidianos es una de las capacidades que cada vez más se deposita fuera; no necesitamos recordar direcciones, rutas, números de teléfono, con un ordenador cerca que nos traiga toda la información que hay en la red. Una red que no usamos para ir a sitios desconocidos, sino que recorremos una y otra vez en busca de lo mismo.

Nuestra capacidad de concentración, de abstracción, nuestro juicio crítico también va cambiando a su vez con el avance de esta implantación. Más cómoda y más fácil después de introducir nuestros datos consciente o inconscientemente en ese enorme registro que es internet, probablemente nuestra vida diaria se abra entonces sin mucho reparo a la influencia de las imágenes seleccionadas para nosotros y de las noticias creadas según nuestro interés. Este interés lo hemos ido volcando nosotros en buscadores de internet «gratuitos» que se cobran sus servicios rentabilizando vastísimos estudios sobre nuestra conducta en ese lugar virtual y compartido, y que dicen utilizar para dar «una experiencia más satisfactoria» en el uso de sus productos.

Uno solo tiene que coger el metro para ver cuánta gente está (o estamos) recorriendo anodinamente las pantallas de un móvil. «Facilidad», «satisfacción» son peritas en dulce para la mente, que por su ancestral esencia natural y animal nunca desperdicia el placer de no tener que preocuparse por la supervivencia. Que lo hagan otros es un avance imprescindible cuando somos inmaduros o vulnerables y nuestra propia potencia no basta para descubrir el mundo y manejarse en él, pero renunciar a hacerlo a favor de esa facilidad nos convierte mentalmente no solo en más vulnerables, sino en mucho más dependientes.