IBAI GANDIAGA
ARQUITECTURA

Trece pisos en Osaka

Aquellos sufridores que acompañan en sus paseos urbanos a los arquitectos se percatarán de que de tanto en cuanto, su acompañante hará gala de una especie de sexto sentido que le permitirá señalar una fachada y discernir si tal o cual ventana corresponde a un baño, al hueco de la escalera, a la habitación principal o al tendedero. En líneas generales, cualquiera que se fije un poco llega a hacer esa lectura, pero los arquitectos tienden a obsesionarse con cómo se “lee” una casa por fuera.

Un arquitecto muy famoso obsesionado con esta relación entre el dentro y el afuera fue el austríaco Adolf Loos. Loos cosechó pocos éxitos profesionales, pero causó gran controversia en esa Viena de los años 20, lo cual era notable considerando que por ahí pululaban intelectuales y artistas como Sigmund Freud, Tristan Tzara o Gustav Klimt. Básicamente, Loos pedía eliminar la ornamentación de las fachadas y arquitecturas públicas, acercándose estilísticamente a lo que hoy llamamos “arquitectura moderna”. Sus diseños se vaciaban de decoraciones, capiteles, volutas y frisos, muy en boga en los primeros años del siglo XX, y buscaba un espacio más puro.

En esa pureza, el austríaco hacía una cosa casi inédita: lo que pasaba dentro, se podía ver fuera. Se rompía así un paradigma de la arquitectura europea, que desde el Renacimiento imponía al espacio interior unos huecos de fachada para que el edificio se viera “bonito” y regular por fuera, llegando al caso extremo de los palacios barrocos, donde para asomarse a una ventana en muchas ocasiones debían colocar unas escaleritas junto a esta, ya que para respetar la modulación de fachada las ventanas podían estar colocadas a, por ejemplo, dos metros del suelo.

Según ciertos autores, esa querencia por la falta de decoración bien podría tener que ver con el romance que la intelectualidad europea vivió durante los años 20 y 30 con el “Lejano Oriente” y, más en concreto, con la arquitectura japonesa.

Si en Europa nos habíamos empeñado en sectorizar los espacios, convirtiendo la casa en una sucesión de habitaciones que se conectaban unas a otras, en Japón el espacio fluía de modo natural, derribando tabiques y muros. Donde nosotros teníamos puertas, ellos colocaban tamices deslizantes. Donde nosotros teníamos muros, ellos colocaban pilares. Loos y otros maestros como Frank Lloyd Wright, aplicaron esa lección haciendo fluir el espacio tanto en horizontal como en vertical.

Yo Shimada, director del estudio de arquitectura Tato Architects, tiene un currículo de viviendas unifamiliares que lleva al extremo este modo fluido de diseñar las viviendas. Su última obra, una casa en Miyamoto, Osaka, parece casi una obra hecha para mostrarnos la posibilidad que nos dan los espacios. El propio Loos no lo habría hecho mejor.

El encargo de la vivienda partía de una familia japonesa que quería sentir la presencia los unos de los otros. Aunque la vivienda era pequeña, 50 metros cuadrados, el equipo de Shimada partió de la base de lograr un espacio fluido en altura, creando una serie de plataformas, difícilmente denominables como “pisos”, que se separaban 70 cm entre sí, posibilitando que la plataforma superior se usará como mesa o repisa del piso inferior.

La conexión entre los trece pisos que se crean se realiza mediante unos peldaños móviles de acero y madera, planteados más como un mueble que como una escalera. Los arquitectos buscaban que una vez se cambiarán las dinámicas familiares (porque los hijos o hijas crecen, o bien por que se van de casa…) las escaleras se pudieran cambiar de lugar fácilmente creando nuevas vinculaciones internas a voluntad. El efecto es ciertamente demoledor: la pequeña casa multiplica su espacio “percibido” y real, sacando el máximo partido a la división entre pisos. En sus fachadas, las ventanas se disponen para dar servicio a los niveles interiores, consiguiendo que el edificio sea difícilmente “legible”, y creando una relación entre el dentro y el afuera.

El edificio no ha estado exento de cierta polémica en medios especializados, al mostrar en sus fotos de fin de obra un ambiente frío y nada amable, llegando incluso a no incluir barandillas de protección entre pisos. La familia propietaria de la vivienda se mudó poco a poco, al tener su residencia habitual cerca y paulatinamente se han visto fotografías del espacio “colonizado” por los enseres de la familia, demostrando la calidez, sencillez y humildad de lo proyectado.