IBAI GANDIAGA
ARQUITECTURA

Un jardín de bolsillo en una «casa túnel»

Existen pocos edificios de más de cien años en Vietnam. Esta falta de construcciones históricas no está causada únicamente por los conflictos internos o las injerencias bélicas de países como Estados Unidos, Japón, Estado francés o sus vecinos Camboya y Laos. Resulta que los vietnamitas no veneran los edificios, por lo que, cuando una edificación está lo suficientemente deteriorada, puede tirarse o repararse. Cuando se dice que un edificio es “viejo”, seguramente se estarán refiriendo que en ese lugar en concreto lleva habiendo, por ejemplo, un teatro durante muchos años, aunque los inmuebles que cumplan esa función hayan cambiado.

Aunque las razones de este desapego las desconocemos, sí que sabemos una cosa: en 1985, Vietnam se encontraba entre los cinco países más pobres del mundo. Un año más tarde, los dirigentes del país decidieron emprender un camino desde una economía socialista planificada hacia el libre mercado capitalista, siguiendo la estela de China. Bajo el nombre de “Dio moi”, se inició lo que el propio Partido Comunista de Vietnam denominó «la economía de mercado orientada al socialismo». Tal vez sea que su punto de arranque fuera muy bajo, pero lo cierto es que la renta per cápita se ha quintuplicado durante los últimos quince años, siendo una economía con un crecimiento anual que supera el 6%.

Sin embargo, parece que el abrazo del capitalismo ha sido demasiado poderoso: existe una enorme inflación y los pisos de Hanoi son prácticamente tan caros como los de Londres o Nueva York. Aunque la tasa general de pobreza extrema ha disminuido drásticamente, las diferencias entre ricos y pobres se agudizan.

La arquitectura no pasa de puntillas por esta tremenda aceleración y, tal vez por ese motivo, no es la primera vez que comentamos un edificio de Vietnam en estas páginas. En esta ocasión, hablamos del estudio AHL Architects and Associates, que presentan la casa Hopper (en traducción libre, “la tobera”).

Hablar de este edificio es pertinente ya que los autores han querido dotarlo con ciertos elementos de la arquitectura tradicional vietnamita para humanizar su espacio. Los propios arquitectos cuentan cómo los vecinos de Quàng An, ciudad turística a orillas del Mar de la China, se mostraban indiferentes al inicio de la obra, al ver cómo iba levantándose lo que parecía iba a ser uno de tantos bloques del tipo “casa túnel”, llamadas así en referencia a la estrechez de los solares urbanos. Sin embargo, esos mismos vecinos, a medida que avanzaba la obra, empezaron a vislumbrar pequeños detalles que rememoraban la arquitectura vernácula del país.

El inmueble es una vivienda unifamiliar, concebida como casa en alquiler, que presenta una fachada principal a la calle de modo hermético, como si de una empalizada se tratara. La manera de aproximarse a la calle en el sureste asiático sigue patrones similares al mundo árabe, que no ofrece, al contrario de la manera occidental, su mejor fachada al exterior, sino que reserva todos sus encantos para el interior de la parcela, en la parte familiar.

Si la fachada exterior es monolítica, aquella que vuelca hacia el patio interior es todo lo contrario. En el patio interior, un pequeño porche de madera recibe al visitante a la manera de las casas tradicionales del lugar, colocando un pórtico de madera y un tejado de teja cerámica, con la que recubre el volumen principal. El porche, elevado ligeramente para diferenciar dónde empieza la casa y dónde la calle, nos guía hacia un espacio intermedio, en el que nos encontramos con todo el dramatismo de una cubierta invertida, que los arquitectos han bautizado como “tobera” con un lucernario interior que recoge toda la luz hacia un pequeño “jardín de bolsillo”. Este es un espacio de tránsito entre la calle y el interior y, de alguna manera, de lo tradicional a lo moderno. Tras ese zaguán, aparece un doble espacio donde un volumen interior de madera vuelve a sugerirnos a la arquitectura vernácula.

En los pisos altos encontramos las habitaciones, y en dos de ellas aparecen losas de hormigón que hacen las veces de balcones. Uno de ellos se coloca directamente encima de la “tobera”, creando la escenografía perfecta.

El proyecto es reflejo de un momento particular de la arquitectura vietnamita, de mano de un estudio local joven (la mayoría de sus componentes no llegan a los 40 años) que representa la primera generación en muchas décadas que no ha conocido los horrores de la guerra, y que vive en la permanente esquizofrenia de los países que, aunque en teoría comunistas, viven un peligroso romance con la burbuja inmobiliaria del capitalismo feroz.