El reportero que sí contó la verdad de la guerra de Angola
De Ryszard Kapuscinski (1932, Pinsk, Polonia, actualmente Bielorrusia-2007, Varsovia) se ha dicho de todo, la mayor parte en términos de reconocimiento por su labor como corresponsal de guerra, aunque algunos, tras su muerte, le hayan cuestionado acusándolo de espía y, lo que es peor, de «maquillar» sus reportajes. El navarro Raúl de la Fuente ha podido comprobar «in situ», cuarenta años más tarde, que su relato sobre la guerra de Angola no tenía nada de falso. Y eso que él mismo ha convertido a Kapuscinski en personaje de ficción en “Un día más con vida”, la hermosa, trepidante y emocionante película que reivindica a este periodista de la vieja escuela.
Maestro de periodistas», como le llamaba Gabriel García Márquez. Un fabulador cuyos reportajes no pueden ser tomados en serio, según el antropólogo inglés John Ryle. «Un maestro del reportaje moderno. Claro, incisivo, va directo al grano con un gran instinto para elegir los asuntos. Tienen que ver con los poderosos, pero sobre todo con los más pobres, los que sufren la historia», en palabras de Manu Leguineche, otro gran reportero. Tal vez Ryszard Kapuscinski se habría encogido de hombros ante las polémicas que cíclicamente surgen en torno a su figura, no en vano que se te cuestione es algo consustancial al oficio... O tal vez no, y posiblemente se habría cabreado. Y mucho. Nunca lo sabremos, porque el autor de títulos clásicos como “Ébano”, “El Emperador” o “El Imperio” ya estaba muerto cuando se publicó “Kapuscinski non-fiction” (Galaxia Gutemberg, 2010), la biografía en la que su «alumno y amigo», el periodista también polaco Arthur Domoslawki, rompió con su mito al sacar a la luz su supuesta conexión con los servicios secretos de la entonces República Popular de Polonia, sus amoríos y, a la vez, cuestionó la raíz de su trabajo, al negar datos que aparecen en sus libros y achacarle que «intensificara la realidad». Es decir, que la «adornaba». Que se la inventaba, dicho claramente. Echada la piedra, es difícil que su efecto no aparezca saltando de vez en cuando.
«Yo lo que sí he comprobado en persona y de tú a tú es que lo que escribió Kapuscinski sobre Angola es todo cierto», responde Raúl de la Fuente. Esta afirmación tiene su trascendencia, y mucha además, ya que el cineasta navarro es director, junto con el polaco Damian Nenow, de “Un día más con vida” (1976), la película basada en el libro del mismo título en el que Kapuscinski narró su experiencia en 1975 durante la guerra de independencia de Angola, un país convertido en tablero de la Guerra Fría entre EEUU y la URSS y en la pionera de una África que estaba despertando.
“Un día más con vida”, una producción vasco-polaca, es una película innovadora, una mezcla entre documental y cómic bélico o novela gráfica de acción, todo ello metido en una coctelera de factura trepidante que agita al espectador hasta el extremo de que no lo deja indiferente. El filme, que ha llegado este fin de semana a las salas comerciales subido a la ola de premios como el del público obtenido en el pasado Zinemaldia –es la primera película vasca en obtenerlo– y el reconocimiento recibido a su paso por festivales como el de Cannes o el de Annecy, tiene también la virtualidad de que constituye una especie de «examen» y, a la vez, una reivindicación del trabajo realizado por este reportero mítico. Cuatro décadas después de los hechos que relata Kapuscinski en su libro, Raúl de la Fuente y su productora, Amaia Remírez, hicieron su mismo recorrido siguiendo sus huellas. Habla el cineasta navarro: «Lo he comprobado con Artur Queirós (periodista angoleño que acompañó a Kapuscinski en su viaje suicida a la frontera sur), con el comandante Farrusco (el jefe de la guerrilla al que buscaban) y con Luis Alberto Ferreira (periodista portugués). Y todos ellos relatan los hechos que Kapuscinski describe tal cual, como él los contó. Entonces, yo sí puedo decir que mi experiencia personal y profesional es que los testigos presenciales han corroborado al 100% lo que Kapuscinski cuenta en su libro. En ese sentido, me parece que Domoslawki busca más su propia visibilidad como biógrafo que otra cosa. Tampoco me parece muy elegante hacerlo cuando alguien muere, porque como concepto me parece cobarde. Tendría que haberlo hecho con él en vida para que pudiera defenderse».
Mucha «confuçao» en Luanda. Año 1975, miles de cajas abandonadas, conteniendo las pertenencias que los colonos portugueses tienen que dejar atrás en su huida masiva rumbo a Lisboa decoran, desperdigadas de cualquier manera, el puerto de Luanda, la capital angoleña. Es la imagen que podría ilustrar la confuçao que reina en este momento histórico y esa es también la palabra que más se escucha en esta colonia portuguesa, rica en petróleo y diamantes y a punto de independizarse, convertida en el último campo de batalla de la Guerra Fría.
Allí llega Ryzard Kapuscinski, corresponsal en el extranjero de la Agencia Polaca de Noticias (PAP) desde 1964. Licenciado en historia, llevaba el reporterismo en la sangre. Ricardo, como le conocían en Angola y América Latina, durante dos décadas cubrió la información de cincuenta países, viajó a lo largo del mundo en vías de desarrollo durante las etapas finales del colonialismo y fue testigo de 27 revoluciones y golpes de Estado. Pero la guerra de Angola puede decirse que fue un punto de inflexión, tanto personal como profesional, ya que “Un día más con vida” supuso que se convirtiera en escritor.
El comandante y la guerrillera. Últimos meses antes de la declaración de la independencia y las distintas facciones del movimiento de liberación están enzarzadas en decidir quién mandará en la república que estaba al caer. El Ejército sudafricano ataca por el sur y la Cuba de Fidel es la única que apoya con tropas a los insurgentes. En esta situación de masacre y lucha, Kapuscinski decide viajar a la última línea del frente a la búsqueda del comandante Farrusco, un personaje fascinante que ahora redescubrimos vivo, convertido en general del Ejército angoleño. Farrusco es «el Che Guevara africano-portugués», en palabras del navarro: «Representa el gran valor, para un joven de 23 años, ir a Angola a hacer el servicio militar como las tropas especiales; es decir, a reprimir a todo un pueblo, y darse cuenta de que lo que está haciendo no encaja con la forma que él ve y vive el mundo. Decide entonces cambiar de bando e irse a la guerrilla del MPLA. Él si es personaje legendario. A nivel cinematográfico está inspirado en Kurtz (“Apocalipsis Now”) y es un milagro que siga vivo, porque fue disparado, hecho prisionero por el Ejército sudafricano, y se escapó para volver a liderar destacamentos y entrenar a la población angolana».
En ese viaje hay otros protagonistas, entre los que destaca Carlota, la joven guerrillera que murió en un enfrentamiento durante el viaje. Una joven idealista que revive en pantalla –«creo que es muy bonito resucitar de forma cinematográfica un sueño tan limpio»– o el periodista angoleño Artur Queirós: «En su libro, Kapuscinski decía: ‘Artur Queirós siempre está bien informado’. Eso nos hizo pensar: ‘Vamos a buscarle’. Le encontramos trabajando en su periódico y le avisamos de que estábamos haciendo la película sobre Kapuscinski y se ilusionó. Creo que se sintió mucha curiosidad porque unos vascos, entonces bastante jóvenes, ahora menos, estuvieran interesados en hechos que sucedieron hace cuarenta años, en un reportero polaco que pasó por allí y en una guerra de la que nadie se acuerda». A esa Angola de la actualidad viajó el equipo, un país en el que la guerra, al contrario, no acabó con la independencia, en una aventura en la que se nos hacen redescubrir los valores de un hombre honesto. «Kapuscinski tomó partido, ocultó una información clave, que era la presencia en el último momento de las tropas cubanas enviadas por Fidel con el objetivo de salvar vidas. Para él que EEUU y las tropas sudafricanas tomaran el control de Angola suponía el fin de un sueño y de la lucha de un pueblo, creía también obviamente que eso iba a suponer la expansión del apartheid. El tenía una causa por la que luchó y obviamente quebrantó el código deontológico de un periodista en un conflicto, que es tomar partido. Esa fue su apuesta personal y cuarenta años más tarde hay una película que lo cuenta y mucha gente que la quiere ver. Supongo que yo, en su lugar, habría actuado de forma similar», añade De la Fuente.