De Washington a Iowa, un «road trip» por unos Estados desunidos
América se asoma al abismo: empleos que antes eran estables se han convertido en precarios, la unidad de los medios de comunicación ha saltado en pedazos y la población, antiguamente unida, ha sido transformada por la diversidad étnica. Al final de un viaje de cerca de 3.000 kilómetros a través de EEUU, un equipo de reporteros de la agencia AFP ha certificado la desunión en un país que afronta en unos meses las elecciones presidenciales.
Viajar desde la capital de Washington a Iowa, en el Midwest (Medio Oeste) y atravesar la América rural y periurbana supone descubrir a familias políticamente divididas y a electores que ya no se reconocen en los que fueron sus partidos, pero permite también caer, como por casualidad, en escenarios llenos de bondad y optimismo.
El condado de Washington, en Pennsylvania, está a cientos de kilómetros de la capital federal, del mismo nombre en honor al primer presidente de EEUU, y que ha focalizado el procedimiento de impeachment contra el actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump.
En el restaurante My Girls, de Charleroi, los tenedores rebañan los platos, las tazas de café humean y las camareras se afanan en mantenerlas llenas hasta el borde. Aquí tampoco Trump deja a nadie indiferente, pero divide bastante más que en Washington D.F., ciudad demócrata al 90%.
Floyd Macheska, minero jubilado, asegura que siempre ha sido demócrata, pero deplora que el partido no represente ya a los trabajadores. «Las cosas han cambiado mucho estos últimos años. En el oeste de Pennsylvania tildaban a la gente de clase obrera como rednecks (palurdos)», recuerda este hijo y nieto de mineros.
«Mucha gente se sintió vejada y decidió votar conservador», explica con voz ronca. Floyd Macheska sufre antracosis, una grave enfermedad pulmonar provocada por años y años de exposición al polvo con alto contenido en carbón.
«Trump es un racista». Este nieto de un inmigrante checoslovaco critica la importancia que el Partido Demócrata da al desarrollo de energías renovables y es de los que pone en duda el calentamiento climático, pese a que tenga un casi total consenso científico. En 2016 Pennsylvania, corazón industrial en declive del este del país, votó por Donald Trump, un candidato republicano, por primera vez desde 1988. El otrora showman de televisión hizo campaña defendiendo la vuelta del carbón.
Una vez en la Casa Blanca, Trump derogó una a una las medidas medioambientales de su predecesor demócrata, Barack Obama, y anunció la retirada de EEUU del Acuerdo de París sobre el clima. «Yo soy demócrata pero ese ya no es mi partido», coincide Tim, de 72 años, sentado en el mismo diner (snack-bar) que sirve desayunos todo el día.
También jubilado, Tim reconoce que no le gusta la retórica de Trump, pero asegura que el presidente estadounidense ha cumplido «mucho» de lo que prometió, y cita los acuerdos comerciales, en referencia al alcanzado con Canadá y México y que reemplaza al ALENA (Acuerdo de Libre Comercio en América del Norte, por sus siglas en inglés). «Y además ha ayudado a los negros», añade sin dar otra explicación.
Sentado en el otro extremo del restaurante My Girls, Alvin Ross, propietario de un garaje de vehículos de ocasión en Charleroi, reconoce que el 45º presidente de EEUU le provoca sarpullidos. «Pienso que es un racista», asegura este afroamericano que luce en su cabeza una gorra de los Steelers, equipo de fútbol americano de Pittsburgh, la ciudad más cercana.
«Este lugar nunca ha estado, que yo recuerde, más focalizado en las razas», denuncia este hombre de 56 años, que asegura que alucina al oír a la gente utilizar epítetos racistas desde la elección de Trump.
Alvin Ross señala igualmente su estupefacción ante el hecho de ver a gente que se pliega a los recortes de la Administración Trump en los food stamps –tickets para subsidios en alimentación– y que luego se ponen delante de una pancarta con el lema “Make America Great Again”.
«Cuando la gente de color ve esas pancartas dicen, ‘he ahí un racista’. No hay ningún motivo para votar a Trump cuando uno es pobre», sentencia. El único punto ligeramente positivo en la gestión del presidente, admite sin embargo, reside en haber mostrado los dientes contra las prácticas comerciales de China, que coincide en juzgar como desleales.
«Amazon nos está matando». En Ashtabula, Ohio, Mary Wilson regenta un comercio de venta de uniformes sanitarios. Sus dos perros reciben con alegría y levantando la cola a sus clientes. Incapaz de continuar por problemas físicos con su empleo de asistenta en ergoterapia, Wilson, de 62 años, no podía permitirse la jubilación.
Las ofertas de empleo no faltan en Ashtabula, localidad ubicada en la ribera del lago Erie, pero son muy precarias y concentradas mayoritariamente en los restaurantes y en el turismo veraniego.
En Ohio, la automatización ha diezmado los empleos en las fábricas, denuncia esta mujer, que añade que las compras on line están literalmente calcinando su tienda a fuego lento.
«Tengo que ajustar todo hasta el último centavo. Amazon me está matando. No paga impuestos pero utiliza las escuelas, las carreteras y hasta a la Policía para extender su negocio», denuncia. Demócrata fiel, Wilson apoya los planes de su partido para extender la cobertura sanitaria, uno de los ejes de la actual campaña electoral.
Un debate político «laid» (impostado). En Defiance, una localidad de 38.000 habitantes a cientos de kilómetros al oeste de Ashtabula, Donna Baldwin, de 59 años, cuenta que acudió recientemente al primer mitin de Donald Trump de su vida. ¿Por qué?
«Creo que muchos medios son sesgados y se escoran a uno u otro lado. Desde que fui al mitin, he entendido los entresijos de la información. Y sostengo que no se ajustan a lo que dijo, lo sacan de contexto».
Desde Pennsylvania a Ohio, esa desconfianza hacia los medios se extiende y se oye alto y fuerte en una América desunida. ¿Cuál es la cadena de televisión más honesta? «Yo diría que Fox News es la cadena más rigurosa, la menos sesgada», responde sin dudar ella, que añade que se informa también bastante a través de las redes sociales.
Donald Trump, asiduo espectador de Fox News, opina regularmente sobre sus emisiones en su cuenta de Twitter. En las mismas redes sociales se evidencian las divisiones familiares. La hija de Donna, Jocelyn Evans, que votó a Donald Trump en 2016, se muerde los dedos de arrepentimiento y no duda en avisarle a su madre de su «error».
«Me está inundando en Facebook», se queja su madre. «Por lo menos hablamos sobre nuestro desacuerdo», asegura Donna Baldwin, agente inmobiliaria, lo que hace reír a su hija.
Pero en Ashtabula, Toni Carlisle, que regenta una tienda en una calle revitalizada del centro de la localidad, lamenta que el debate político se haya vuelto «bronco, sesgado y a la defensiva».
Mientras degusta unos tacos bien merecidos tras haber conducido 25 kilómetros al no haber un restaurante mexicano en su localidad de Wilton, en Iowa, Mike Collins explica que ha perdido amigos en Facebook por la política. «He dejado de seguir a algunas personas porque eran descaradamente parciales», señala este demócrata, obrero de 69 años que ya está jubilado.
«A mi edad, nunca había visto a la gente hablar de política en la forma en que lo hace hoy en día», añade, para denunciar «la retórica que sale de la Casa Blanca» como el origen de esa atmósfera asfixiante.
«Mi voto cuenta». Esas divisiones, esas tensiones, son particularmente sentidas y sufridas por las minorías. El magnate Donald Trump emergió en la escena política hace cuatro años asegurando que Barack Obama, el primer presidente negro de EEUU, nació en África y, en plena campaña electoral, tildó a los inmigrantes mexicanos de «violadores».
Roselia Ocampo, de 28 años, no se implicó políticamente en 2016. En West Liberty, primera localidad de Iowa de mayoría latina en un Estado rural mayoritariamente blanco, gestiona el restaurante mexicano de la familia. Ocampo quedó completamente noqueada cuando vio cómo su tía, madre de tres hijos, era detenida y obligada a llevar un brazalete electrónico en el tobillo antes de ser expulsada a México. «Entonces empecé a pensar que, después de todo, mi voto podía contar para algo», señala.
En un liceo de Ginebra, en Ohio, Kelly Bullock Daugherty acompaña a sus hijos a una competición de atletismo. Este profesor negro cuenta que su hijo mayor fue interpelado por la Policía cuando iba puerta a puerta con sus compañeros de equipo recaudando fondos. Alguien había llamado a los agentes.
«Desde las elecciones, desde nuestra condición de minorías, hemos tenido que poner el acento en las relaciones entre razas para educar a nuestros hijos. Desgraciadamente, tienes que saber cómo responder ante ciertas situaciones», constata.
El bowling pule las disputas. Kelly Bullock Daugherty, como la mayoría de las decenas de personas entrevistadas en el transcurso de este viaje de miles de kilómetros, acepta hablar de su vida, incluso accede a contar cosas muy personales. Todos los que han declinado hacerlo lo han hecho manteniendo en todo momento la cortesía.
En Aliquippa, en Pennsylvania, localidad que nunca se ha recuperado del cierre en 1984 de la acería local, amigos y familias se encuentran en el bowling, en un ambiente de camaradería pese a los latentes y profundos desacuerdos políticos.
Los propietarios, Richard D´Agostino y su mujer Jeannie, han instaurado un ambiente agradable y fidelizado a la clientela con ofertas especiales y han montado en el sótano un local con un eslogan evocador: «Vodka, viagra y libros traviesos».
Por su profesión de comerciante, Rick se niega normalmente a tomar partido pero se divierte jugando a abogado del diablo con Donald Trump. «Yo no estoy particularmente en contra de sus políticas económicas, pero creo sin embargo que su personalidad, su tono abrasivo y ciertas cosas que hace llevan a que la gente le deteste», asegura. «Felizmente, la gente no llega a las manos», añade con una sonrisa. «Hay personas que se insultan pero finalmente se impone el buen ambiente».