El velcro de las plantas
De niños ya conocíamos la bardana (Arctium lappa). Sabíamos de sus bellas flores azules y pinchosas, y de sus frutos: una bolitas con ganchos difíciles de desprender de jerséis, perros lanudos y corderos y también de nuestro pelo si lo llevábamos largo.
En 1955, esta propiedad de engancharse llamó la atención del ingeniero suizo Georges Mestral después de un día de caza con sus perros llenos de bolitas de bardana. Estudió las bolitas y probó con tiras que reproducían los ganchitos de agarre de la bardana. Ese mismo año patentó el invento con el nombre velcro, derivado del francés velours (terciopelo) y crochet (gancho). Su uso es tan común entre nosotros que no necesita presentación.
La bardana es una herbácea bienal de más de un metro de altura con hojas grandes y rugosas. Las flores se agrupan en corimbos de un precioso color azul púrpura intenso; las brácteas terminan en pinchos y el fruto es una bolita con muchos ganchos terminales que tienen como finalidad engancharse a la piel de los animales para facilitar su difusión.
Le gusta el suelo arcilloso calcáreo de los terrenos baldíos, los bordes de caminos, siempre cerca de zonas habitadas. Las semillas se siembran en primavera en tiempo sin heladas, con humedad y con 45 centímetros de separación; comenzarán a germinar en dos semanas. También se puede cultivar en tiesto, primero para disfrutar del azul de sus flores y luego para cocinar sus raíces pivotantes que tienen aspecto de zanahorias marrones.
La bardana se conoce desde la antigüedad. Carlomagno la incluye en su “Capitulaire”, donde ordena su cultivo a los campesinos junto con otras hierbas de propiedades medicinales. En la Edad Media, sus raíces eran muy apreciadas. Actualmente se vende en tiendas ecológicas por su alto contenido en fibra dietética, calcio, potasio y aminoácidos. En el Japón actual entra en sus platos culinarios con el nombre de gobo; se utilizan sus raíces muy delgadas que pueden crecer hasta un metro de largo.
Tiene propiedades medicinales como antiséptico, diurético y depurativo; contra enfermedades de la piel como acné y eczemas. En otras épocas, se le llamó la “hierba de los tiñosos”. Ayuda en las crisis reumáticas y en el campo se utiliza para aliviar picaduras de avispas y hasta mordeduras de culebras.