Pello Guerra

Una mirada gráfica al horror franquista que algunos no quieren ver

Durante diez años, Óscar Rodríguez ha documentado los homenajes y las exhumaciones de víctimas del terror franquista que han realizado la Sociedad de Ciencias Aranzadi y la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica. Un trabajo que se puede contemplar en la página web que recoge esa mirada gráfica a lo que algunos no quieren ver.

Fotografía: Óscar Rodríguez
Fotografía: Óscar Rodríguez

La página web “Reportajes fotográficos de exhumaciones y homenajes” llega a abrumar no solo por lo que muestran sus imágenes, sino también por el trabajo que emerge detrás de ella. Son 5.000 fotografías, 90 reportajes y 36 libros de visitas que recogen la exhumación de 200 personas que fueron ejecutadas por el franquismo durante la Guerra del 36.

Es un recorrido por la geografía del terror desatado por la sublevación militar en el Estado español en 1936 y que ofrece, en toda su crudeza, el resultado del mismo, que las entidades implicadas con la memoria histórica están sacando a la luz con los familiares de las víctimas del franquismo.

En las imágenes se aprecia ese trabajo concienzudo, científico, de las exhumaciones, al que acompaña una oleada de sentimientos, principalmente de aquellas personas que ven emerger de las entrañas de la tierra a sus seres queridos 80 años después de que sus vidas fueran sesgadas violentamente.

Son huesos amontonados, con nítidos orificios de bala, que cuentan un sinfín de historias de personas a las que se ejecutó por sus ideas y de una búsqueda de décadas haciendo frente al silencio impuesto.

Todo esto y mucho más es lo que se puede contemplar en el extenso trabajo desarrollado por Óscar Rodríguez, sociólogo y fotógrafo madrileño que se implicó en la ardua tarea de buscar verdad, justicia y reparación para las miles de víctimas del franquismo tras tener noticia de ese empeño a través de los medios de comunicación.

Francisco Etxeberria, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, en pleno trabajo en la fosa de Etxaguen.

No recuerda ese momento con precisión, pero apunta que fue a partir del año 2000, cuando Francisco Etxeberria, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, y Emilio Silva, actual presidente de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica, «exhumaron, con sus equipos, la fosa de Priaranza del Bierzo, en León, por primera vez en España con la aplicación de métodos científicos, ADN, etc».

A partir de ese momento, «comencé a seguir con interés en los medios noticias sobre una circunstancia de nuestra historia reciente, la de los asesinados por el franquismo en retaguardia y en lugares donde no hubo guerra. Víctimas que hicieron desaparecer en fosas comunes para prolongar el sufrimiento de las familias manteniendo la intención del olvido por imposibilidad de localización de los restos».

Un silencio que también le afectó, ya que «en mi periodo universitario, no se debatía, por ignorancia y ocultación oficial, la monstruosidad de la represión de Franco». Pero una vez jubilado, «me ofrecí a colaborar como voluntario en una faceta de la que me sentía más o menos capaz, la fotografía documental y testimonial, con la intención de dar a conocer los trabajos de exhumación, homenajes, etc., y la recogida de testimonios manuscritos a pie de fosa, en lo que denominamos libros de visitas».

Así comenzó una experiencia que ya ha sumado una década y en la que ha realizado más de 100.000 fotografías que conforman lo que Rodríguez considera «un archivo fundamental para atender las necesidades de los técnicos, arqueólogos, antropólogos, médicos forenses para sus informes, familiares de las víctimas, imprescindibles, pero también reservando un espacio mental para los medios de comunicación. No todas las fotografías y vídeos tienen una aplicación universal».

Su cámara ha recogido una ardua labor que resume como «una experiencia de un hilo infinito. Digamos que, después del estudio de la represión franquista, considerada por muchos como una muestra de intención genocida contra un sector de la población que defendió los valores republicanos, cada caso, cada familia exige una atención particular».

Ese interés personal es el que da pie al proceso de una exhumación. «Aunque posiblemente existan otras circunstancias, el proceso normal es que la puesta en marcha la inician las peticiones de las familias, aportando la documentación y testimonios de los que disponen. El siguiente paso consiste en la investigación en archivos públicos, privados, aprovechando las redes, etc».

Una tarea documental que «aún hoy no es fácil. Sería deseable un mayor apoyo institucional para esta labor, entorpecida en muchos casos por la destrucción de archivos para eliminar pruebas de los victimarios».

Se trata de un proceso que se desarrolla «siempre muy en contacto con las familias, hasta el momento de la exhumación».

Gracias al trabajo de voluntarios supervisados por expertos, en el lugar designado, la excavación va mostrando los restos de las víctimas del horror franquista. El escenario puede variar y va desde un monte, pasando por las inmediaciones de un cementerio o hasta un descampado. De la tierra van emergiendo los restos de los ejecutados, en unas ocasiones siguiendo un perverso orden, en otras amontonados. Junto a los huesos, aparecen objetos personales que aproximan a una época y a una vida truncada abruptamente.

Entierro de los restos de Juana Josefa Goñi Sagardia y sus seis hijos tras ser rescatados de la sima de Gaztelu.

El proceso es seguido atentamente por los familiares, por esas personas que no han cejado en su empeño por encontrar a sus seres queridos. En su caso, como comenta Rodríguez siguiendo lo que ha visto, «el sentimiento general que experimentan es el de paz interior, de liberación de la gran losa de la incertidumbre después de buscar sin fruto durante decenios los restos de un ser querido al que asesinaron injustamente. Una de las labores de los equipos de investigación es constatar la certeza de la injusticia: ‘Lo mataron por pensar diferente’».

Con el paso de los años y hasta cierto punto, el fotógrafo se ha ido habituando a esas imágenes, a esas sensaciones, aunque todavía recuerda impactado cómo le resultó ese proceso cuando se inició en el mundo de las exhumaciones. «En las primeras en las que participé con Aranzadi y con la ARMH en 2010 y 2011, tenía que llevar a cabo un trabajo aún desconocido para mí y lo que veía era una disposición increíble de restos óseos de personas muertas violentamente, rematadas por un disparo en el cráneo. Un auténtico espanto».

Cuerpos hallados en la exhumación realizada en Urzante.

A esa impresión se han ido sumando los recuerdos vinculados a las familias. «Ellos manifiestan en grado sumo dolor y felicidad a la vez. Es difícil de explicar para alguien como yo, que no ha sufrido el asesinato de un familiar, aunque sí cárceles, campos de concentración y pérdida de derechos laborales y económicos».

Euskal Herria, modelo a imitar. En su peregrinar siguiendo la exhumaciones y los homenajes a las víctimas del franquismo, Óscar Rodríguez ha recorrido esa geografía del horror que le ha llevado hasta Euskal Herria, donde ha recogido con su cámara las exhumaciones de lugares como Gaztelu, con la terrible sima donde fueron ocultados los restos de Juana Josefa Goñi Sagardia y sus seis hijos, con edades comprendidas entre los 18 meses y los 16 años.

También ha sido testigo gráfico de las exhumaciones realizadas en Urzante, Etxaguen o en Urduña, y ha recogido el homenaje que se tributa a los represaliados en el fuerte de Ezkaba coincidiendo con el aniversario de la conocida fuga de 1938.

 

En este sentido, recuerda que «Francisco Etxeberria considera a Euskal Herria como un modelo a imitar por el Estado. En términos generales, se puede decir que están implicadas las administraciones y eso es fundamental. Las familias de las víctimas sin duda sienten el amparo institucional, saben que tienen una puerta donde va a ser atendido su caso, va a ser investigado y, si hay una mínima posibilidad técnica, van a ir a por ella. Esa percepción de la sociedad civil da mucha seguridad a los familiares de las víctimas y ayuda a cimentar una democracia más sólida».

El apoyo institucional resulta fundamental, ya que el tiempo corre en contra de los familiares de las víctimas. Han pasado ya 80 años de esos sucesos y la posibilidad de dar con sus restos cada vez se complica un poco más, ya que prácticamente no quedan testigos con posibilidades de desvelar dónde se pueden encontrar fosas hasta ahora no localizadas.

«Ese es un gran riesgo que debemos afrontar, va a ser así», reconoce Rodríguez, quien, no obstante, recuerda que «también hay avances en la desclasificación de documentos oficiales. Algunas universidades, pocas, se inclinan a considerar nuestra historia reciente, la República, la Dictadura y una visión diferente de la Transición, como materias dignas de formar parte del currículo».

Pero la posibilidad de que esa búsqueda, ese anhelo de décadas por encontrar a la persona desaparecida y con toda probabilidad ejecutada por sus ideas, no llegue a buen puerto es más que real. Por ese motivo, el fotógrafo califica de «crueldad el fallecimiento de los familiares mayores sin que hayan podido recuperar los restos de sus desaparecidos. Ellos son quienes manifiestan más extensamente la alegría por encontrar a sus allegados».

Aunque resulta más que comprensible ese empeño por encontrar a sus seres queridos y darles una sepultura digna, todavía hay voces que consideran que no deben dedicarse recursos públicos a las exhumaciones y que incluso critican que se recuerde los luctuosos sucesos cometidos al amparo de la Guerra del 36 porque supone ‘abrir viejas heridas’.

A esos críticos, Rodríguez les diría que «asistan o participen en alguna exhumación. Verán cómo ese pensamiento es simplemente ignorancia o incluso una mentira para perpetuar injustamente en miles de ciudadanos un dolor de décadas. Por recurrir a una idea muy reivindicada en estos tiempos de la Transición, en defensa de la democracia…, ellos lucharon por ella hasta la muerte». Así lo ponen en evidencia su trabajo y la página web que lo muestra.