Javi Rivero
Cocinero
gastroteka

Potitos, el origen de la gastronomía

"Como con cuchara, luego existo”. Este es el artículo número 50 que comparto con vosotros aquí, en 7K. Soy malísimo acordándome de aniversarios, fechas de cumpleaños y/o compromisos con cercanos, pero hoy, si es que os habéis leído todos y cada uno de los 50 artículos publicados hasta ahora, es vuestro día y me he acordado de vosotros. Si realmente es así y me habéis escuchado/leído todo este tiempo, zorionak y eskerrik asko. Espero que todo este tiempo os haya servido, igual que a mí, para profundizar acerca de lo que se come y lo que lo rodea. No el plástico, ni el embalaje, me refiero a la historia, cultura y demás.

Desde el momento en el que existimos, comemos. Puestos a pedir, una vez nos hartamos de leche, ¿qué pedimos? Sí señor, más leche, ¿Pero cómo? ¿Qué nos dan? Potitos o purés. Ojalá fuéramos conscientes a esa edad y pudiéramos recordar lo que supuso la primera cucharada de nuestras vidas. Seguro que entonces éramos menos reacios a probar cosas nuevas. No haber probado nunca nada es la ventaja que tiene, que no hay experiencia negativa previa. Y somos tan jóvenes que no nos enteramos. Perdemos la virginidad gastronómica de manera totalmente inconsciente. A partir de ahí la cuchara se convierte también en herramienta de disciplina. Si nos gusta mucho, amenazan con no darnos de eso que nos gusta. Y si es que no, a cada lloro, cucharazo “pa espabilar”. Y así, hasta que la motricidad y el criterio propio nos permiten utilizar el tenedor y el cuchillo de manera independiente. En este momento la cuchara pasa a nuestras manos, otorgándonos todo el poder que lleva consigo. Tal es este poder que, a día de hoy, ya siendo mayor, sigo prefiriendo la cuchara.

Vamos al porqué de la cuchara, a la función que desempeña en ese momento en el que, por primera vez, probamos los purés o los potitos. Se trata del ritual de iniciación a la gastronomía por excelencia. Es ese momento en el que empezamos a comparar dos alimentos. El sabor de ese primer potito lo comparamos de manera inconsciente con el de la leche, que es el único sabor que hasta el momento conocemos. Lloramos, a ver, ¿por qué leñe nos tienen que dar algo que no es lo de todos los días? Menos mal que nos hacemos mayores y lo entendemos después. A mí me gusta pensar que, si no, no hubiéramos llegado a probar nunca unas lentejas. Vamos, que es un sacrificio o esfuerzo más que justificado. Pero lo dicho, salimos de la zona de confort en favor de la gastronomía.

Con el tiempo nos damos cuenta de que los potitos no son solo cosa de bebés. No sé si os pasa lo que a mí, que cada vez que oigo: “potito” me viene a la mente la cara de un pequeño humano con el morro hecho un asco, que pega golpes con la cuchara en la mesa a la vez que se ríe (cuánto daño a hecho Youtube). De lo que estamos hablando es de un puré con base de verduras al que se le añaden legumbres, carnes y pescados. Esto se hace así para que el cuerpo de un bebé que todavía no ha consumido carne, pescado o legumbres en su vida, poco a poco empiece a hacerlo. A algún adulto le vendría de perlas la técnica del potito para aprender a comer como se merece… Y es que el potito ha demostrado que de todo se puede hacer un puré. Que por intentarlo no quede: potitos de pollo, merluza, salmón, garbanzos, ternera...

Estos ingredientes mencionados se encuentran en los potitos “modernos”, pero ¿sabríais decir dónde, cuándo o por qué se crea el potito?, ¿de dónde viene? No existe una respuesta universal. Son varias las realidades que aportan grandes verdades acerca de su origen. Una teoría dice que uno de los primeros alimentos reconocidos se dio al remojar cereales y crear una “papilla” con la que se “estandarizó” la alimentación y permitió a la evolución seguir su curso. Otra teoría, la que más me gusta, dice así: en diferentes tribus no occidentales se ha estudiado el comportamiento de las madres y el cuidado de sus hijos, en las que se ha visto que las papillas con las que se alimentan los mayores también se las dan a los más pequeños. Incluso en algunos casos, las madres mastican el alimento para después dárselo a sus hijos e hijas de boca a boca. Se rumorea que el origen del beso puede estar relacionado con esta conducta, a modo de símbolo de amor y unión maternal. No me digáis que no se os ponen los pelos de punta.

Por cerrar y dejar clara la importancia de los potitos en nuestras vidas, cierro el artículo con una reflexión personal en la que los potitos reflejan perfectamente cómo veo yo parte de “el cocinar” de hoy día. Los potitos son la paradoja que refleja la tendencia de la gastronomía y la cocina actual. “El simio evolucionando a humano que vuelve a involucionar en simio”. Esto es lo que está ocurriendo con el cocinar. Cada vez se cocina menos en casa y se consume más precocinado que nunca. Al paso que vamos, nos va a dar pereza hasta masticar, y esto va a provocar que lo más natural del mercado y equilibrado que encontremos, a nivel nutricional, van a terminar siendo los potitos. Además, ahora vienen con boca ancha para que la cuchara nos quepa sin problemas, por lo que ensuciarnos fuera de casa baja de riesgo. Esto, también, en beneficio de los que comen con ansia, para que a los que mojan con pan, les quepa bien el barquito.

Para los fans del potito, os dejo una propuesta de potito con la que, aparte de alimentaros, gozaréis comiendo.

 

Potito de guisante y hierbabuena

Se trata de un potito verde y súper fresco con el que podéis alimentaros de manera saludable y rica.

Ingredientes:

• Medio kilo de guisantes congelados

• 100 g de hierbabuena

• 50 g de cebolleta

• ½ diente de ajo

• Una lima

• Sal

• Aceite de oliva virgen extra

Para hacer el potito, lo que tenemos que hacer es colocar todos los ingredientes, menos la hierbabuena, en un vaso triturador y con una túrmix o un robot de cocina, triturar todo hasta que nos quede una crema fina, añadiendo un pelín de agua para aligerar lo necesario.

En una cazuela, poner agua a hervir e introducir la hierbabuena 30 segundos. Enfriar en agua fría la hierbabuena e introducir a la “papilla” que tenemos en el vaso. Triturar la hierbabuena en la papilla añadiendo una cucharada de aceite de oliva y poner a punto de sal. Si queréis, podéis colar el resultado para quitar la piel del guisante, pero os recomiendo no hacerlo.

Que no se os olvide servirlo en un bote o tarro de cristal. On egin!