Mikel Insausti
Crítico cinematográfico
CINE

«Crock of Gold: A Few Rounds with S. M.»

Tras un par de retrasos, el documental musical de Julien Temple sobre el cantante y compositor irlandés Shane MacGowan se estrenará definitivamente el 16 de abril, según confirma su distribuidora Sherlock Films. Desde que “Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan” (2020) ganó en el SSIFF 68 el Premio Especial del Jurado, la expectación por verla ha ido creciendo, bien por la aureola mítica que rodea al protagonista, bien por tratarse de un trabajo más de Temple, que convierte en oro todo lo que toca dentro de un género del que es, sin ningún tipo de dudas, el número uno. Y se vuelve a poner de manifiesto, porque no hace falta ser un admirador del líder de los Pogues, o del grupo en sí, para rendirse ante otro magistral “rockumental” del autor de “The Great Rock ‘n’ Roll Swindle” (1980). De tal modo que el nombre de McGowan se viene a sumar a la larga lista de artistas de la escena musical a los que este cineasta único ha engrandecido e inmortalizado, como puedan ser Sex Pistols, Mick Jagger, Keith Richards, The Rolling Stones, David Bowie, Tom Petty & The Hearthbreakers, Joe Strummer, The Clash, Paul McCartney, Wilko Johnson, Dr. Feelgood, Dave Davies, The Kinks y tantos otros, entre los que también figura un Marvin Gaye al que va a dedicar su próximo proyecto “Sexual Healing” (2021).

La ventaja de Julien Temple a la hora de acercarse a las figuras que retrata es que a la mayoría de ellas las conoce muy bien, tanto en lo personal como en lo musical. Esto le convierte en el intermediario ideal entre el público y el solista o el grupo sobre el cual sus seguidores quieren saber más cosas, a la vez que disfrutan de su arte. Dicha cercanía se hace todavía más imprescindible en el caso de MacGowan, por ser un alcohólico de carácter difícil, que no se deja tratar por cualquiera, y al que hay que saber llevar si se le quiere colocar delante de una cámara y de un micrófono. Baste decir que en un concierto ochentero en un pub de Candem Town, en el que actuaba Wilko Johnson, tuve la mala suerte de coincidir con él, y me arrojó una copa de vino blanco encima, sin mediar palabra y sin venir a cuento. Así que sé de lo que hablo.

Sin embargo, Temple, con la colaboración de Johnny Depp, que también es seguidor y amigo de MacGowan, consigue el milagro de provocar momentos de auténtica ternura, en los que el protagonista evoca su niñez y su Irlanda natal, conectando con el lado más sensible y poético de sus canciones. Son instantes mágicos, llenos de pura nostalgia etílica, y que sobrevienen a nada que el cantante encuentre una conexión con la literatura o la política irlandesas, como cuando se ablanda ante la presencia de Gerry Adams, quien le demuestra un cariño muy especial y le habla como a un camarada del Sinn Féin.

Toda esa corriente afectiva estalla sobre el escenario del National Concert Hall de Dublin, con motivo de la celebración del 60 cumpleaños del artista. Una cita a la que acuden personas importantes en su vida o en su carrera profesional, con tributos por parte de Bono (U-2), Nick Cave, Sinead O’Connor, Bobby Gillespie (Primal Scream), Johnny Depp, Carl Barat (Dirty Pretty Things), Glen Matlock (Sex Pistols) o Cerys Matthews (Catatonia).

Es el punto álgido y culminante al que se llega gracias a que Temple, contrariamente a las corrientes en boga, sigue un estricto orden cronológico de la narración que evoluciona como una fábula o leyenda en torno a un emigrante irlandés. A lo que ayudan las imágenes de archivo y de los noticieros que dan cobertura al trasfondo sociológico e histórico que contextualiza al personaje.

El otro arma infalible que maneja como nadie en el documental musical Temple es el montaje, con una edición, obra de Caroline Richards, que exprime al máximo las más de dos horas de duración, sin que el interés decaiga jamás. Los dibujos del ilustrador Ralph Steadman completan un puzzle vital en el que todas y cada una de las piezas encajan.