No hay Pascua para los conejos
Feliz domingo familia; y es que para mí, ya lo sois. Sabéis más sobre mis gustos, ideas, creencias y rarezas que mucha gente cercana. Hoy, domingo de Pascua, es domingo de familia y, aunque sabéis u os imagináis que no abogo por lo eclesiástico o lo celestial, tengo que admitir que, del día de hoy, también vive la gastronomía.
Empecemos por dejar las cosas claras, la Pascua celebra el renacer de “vuestro” (del que quiera) Señor Jesús. Mi Jesús, es mi padre. Literal. Mi abuelo se llamaba José y mi padre se llama Jesús. Os podríais imaginar un belén en casa de mis abuelos de no ser porque mi abuela se llamaba Saturnina. Gran cocinera y mejor persona. Había burros, burras, gallinas, cerdos y conejos. Todos convivían y servían de alimento en algún momento y de las recetas y los platos de aquel entonces, aunque poco, algo queda.
Todo hay que decirlo, las costumbres cambian, los tiempos avanzan y cada vez se practican menos las restricciones que se imponían en su día para estas fechas. Todos hemos oído hablar sobre la “prohibición” de comer carne roja en Viernes Santo. Lo que pocos saben es que siglos atrás, la prohibición no se ceñía solo a la carne roja, también se restringían los lácteos o los huevos. Y, por si fuera poco, no se limitaba al Viernes Santo, las “restricciones” continuaban hasta el Sábado Santo. Sabiendo esto, es fácil entender dónde nace la costumbre de regalar huevos el domingo de Pascua. El domingo era el día en el que dejaba de estar prohibido su consumo, por lo que se convirtió en tradición regalarlos para recordar la resurrección de Jesús.
Me acabo de dar cuenta de la cantidad de veces que celebro yo el renacer de este señor. A veces acompaño el ritual con patatas, otras veces con callos y unas pocas con ajitos fritos. No es fácil huir de la Iglesia amigos. Por lo que ya sabéis: “si no puedes con el enemigo, únete a él”. Así que confesaos y freíos una bandeja de huevos para comer hoy. Y bien de pan, para mojar ¡hasta el infinito y más allá! Considerados bendecidos. Dicho esto, ¿ver a Karlos Arguiñano freír un huevo se considera “misa”?
Para mí, lo es. La última cena hubiera sido otra cosa de haber estado Karlos por ahí. Un par de chistes, unos buenos huevos fritos y Judas aparecería en la obra de esta cena bailando jotas sobre la mesa. Dejemos las misas a un lado y centrémonos en lo que se come. Existen algunos platos, ingredientes o costumbres culinarias estrictamente ligadas a estas fechas. Entre ellas, una que me ha llamado siempre la atención ha sido la de regalar conejos de chocolate. Suena a coña, pero es que ahí están. En todos los escaparates habidos y por haber.
Indagando en el tema, lo primero que me he topado ha sido el simbolismo de este animal para las fechas en las que estamos. Adivinad… ¡fertilidad! Además, el final del invierno también marca la temporada de cría de los conejos (y liebres). Pero, de ahí a regalar conejos de chocolate que vienen cargados con cestas de huevos, hay un cacho. La teoría que mejor sustenta el origen de esta tradición es la que marca que fue en Alemania en el siglo XIX dónde y cuándo se empiezan a elaborar estos conejos de chocolate.
Ya venía siendo tradición elaborar recetas de diversos tipos dándoles forma de conejo. Todo, vuelvo a repetir, para simbolizar el cambio de estación y la fertilidad que representan. Tras la migración de europeos a América, se extendió también por ese continente. Y fue aquí donde aparecieron los primeros conejos de chocolate “huecos”. Seguro que nadie se había parado a pensar en el motivo por el que estas figuras están huecas por dentro. Os podrá parecer una chorrada, pero tiene su explicación. Tras la Segunda Guerra Mundial el chocolate no era una prioridad, por lo que para mantener la tradición, junto con la ilusión que suponía regalar y recibir un regalo, se quiso ahorrar en costes y se “vaciaron” los conejos para conseguir así que estos fueran más económicos.
Asado, en salsa, frito... Yo quiero romper con esta tradición tal como está. Me parece perfecto el regalar una figurita de un conejo y que sea de chocolate, pero con la falta que nos hace hoy reunirnos, juntarnos y sentir el compartir de la mesa, propongo regalar conejos de verdad. Conejos listos para cocinar, junto con una receta típica de la familia, por ejemplo. ¿No os parece una buena idea? A mí me llama bastante más la atención y me llena bastante más la barriga un buen conejo asado, en salsa o frito que una figurita de chocolate. Pensad que lo que hagamos hoy, puede ser tradición mañana. Y yo, qué queréis que os diga. Prefiero que me regalen una cazuela de conejo en salsa al que, si queréis, podéis añadirle una pizca de chocolate.
Hemos perdido la costumbre de consumir conejo. Es un animal soso, manso, que tiene poca gracia. ¡Pero es que ahí está el reto! Hace poco tuve la suerte de probar un conejo asado que tenía el sabor y la potencia de un buen cabrito. ¡Qué locura! Esto quiere decir que, si se trabaja la pieza, da juego. Y, como bien dice mi suegro, si al animal se le da de comer lo que se le tiene que dar, en boca, se nota. ¡Y ostras si se nota!
Receta de conejo
No os prometo conejos como cabritos, pero os voy a despedir con una receta simple como la vida misma, para fomentar el consumo de esta carne que la Pascua permite. La tenemos aquí, a mano, es sostenible, fácil y su consumo, hoy domingo de Pascua, convalida catequesis.
Amigos, delantal y a cocinar.
Elaboración:
• Poner en una sartén abundante aceite, aproximadamente unos tres dedos de hondo.
• Añadir a este aceite la piel de un limón, 10 ramas de romero, otras 10 de tomillo y 7-8 dientes de ajo chafados con la piel y todo.
• Calentar el aceite a fuego medio alto y dejar que los ajos se empiecen a dorar.
• Sacar del aceite todos los elementos y mantenerlo caliente.
• Trocear un conejo entero y sazonarlo con sal y pimienta. Si queréis podéis marinarlo una noche con zumo de limón, vinagre y jengibre. Lo embadurnáis y lo dejáis en la nevera una noche.
• Enharinar el conejo y freír hasta que dore bien por fuera el animal.
• Retirar a papel absorbente y dejar reposar un par de minutos.
• Triturar, retirando la piel, los ajos fritos junto con un chorro de zumo de limón y algunas de las hojas “fritas” del tomillo y el romero. Si queréis que quede una crema, añadid un chorrito de aceite de oliva y obtendréis un “alioli” bastante curioso.
• Para terminar, hornear el conejo 15 minutos a 100° para que se termine de cocinar.
• Dejar atemperar y listo.
• Coméoslo con las manos. Y después, chupaos los dedos.
On egin!