La distancia de la memoria
Se dice que para poder analizar una situación hace falta espacio. La excesiva implicación puede provocar que no seamos capaces de ver las cosas con claridad y que la subjetividad prime sobre la realidad de los hechos. Esta necesidad de distancia responde también a la conveniencia de que el tiempo pase para poder echar la vista atrás. Las consecuencias de lo que nos está sucediendo ahora vendrán mucho más adelante y es entonces cuando podremos valorar todo en su conjunto. Con el arte pasa lo mismo. Si bien el que pertenece a nuestro momento histórico tiene la fuerza que le da la implicación con su presente, es ahora cuando nos damos cuenta de muchas de las cuestiones que sucedieron antes, así como de su relevancia posterior. Es por eso que siempre afirmamos que una de las potencias del arte es que se antepone al olvido. Una misma pieza puede tener gran relevancia tanto hoy como dentro de muchos años. Serán las miradas con las que se encuentre las que le doten de sentido y la salpiquen de nuevos matices. Pues la fuerza de la memoria está precisamente en su resistencia a desaparecer.
Desde que Chillida Leku reabriera sus puertas bajo el mando del nuevo equipo gestor, varias son las novedades que el espacio dedicado al artista donostiarra ha ido sumando a su programación. En esta ocasión, el pasado mes de junio se inició una nueva línea expositiva en la que varias figuras que se relacionan de una u otra manera con el escultor, pasarán como artistas invitados por el terreno del caserío Zabalaga. Para ello, y como pistoletazo de salida, el artista catalán Antoni Tápies (Barcelona 1923-2012), habitará el piso superior de la casona hasta enero del próximo año. La relación de Tápies y Chillida se remonta a intereses comunes y a planteamientos teóricos afines en la formalización escultórica. Ambos son de los nombres más relevantes del arte del pasado siglo XX y, a pesar de pertenecer a líneas diferentes, los dos trabajaron la experimentación de la materia y la capacidad simbólica de lo plástico. Un total de 17 piezas inician un diálogo con un entorno tan específicamente pensado y diseñado para el legado del escultor vasco. Sin embargo, esta nueva visita propone nuevos recorridos y vivencias, dialogando desde otros lugares. “Tápies en Zabalaga” nos invita a un encuentro íntimo. Las esculturas de la sala parecen ser parte de las vigas del edificio y de las piedras de las paredes. Un gran mural formado por diferentes placas y la característica gestualidad del pintor gobierna la estancia. Por su parte, la atmósfera del lugar envuelve y arropa las obras para dejar paso libre a toda la potencia inherente a la creación de Tápies.
El Museo Guggenheim de Bilbao inauguró el pasado 7 de mayo una exposición colectiva titulada “Los locos años veinte”. Esta muestra supone una de las apuestas del verano por parte del centro bilbaino, pues podrá visitarse hasta el 19 de septiembre. Todo lo sucedido el año anterior en relación a la situación sanitaria y todo aquello que aún estamos viviendo hace que inevitablemente creemos una relación con el título y la era actual. Sin embargo, la exposición nos lleva a meternos de lleno en una época cargada de cambios en múltiples aspectos de la cultura y que, un siglo después, pueden servir de inspiración para la construcción de nuestro futuro. Berlín, París, Viena y Zurich son las cuatro ciudades protagonistas. Para ello las comisarias Cathérine Hug y Petra Joos se han servido de piezas tanto anteriores como actuales. Movimientos como el Dadaísmo o el surgimiento de la Bauhaus, entran en relación en este recorrido que atravesamos a través de varias salas. Cada una de ellas responde a una temática concreta. La moda, la nueva concepción del cuerpo, la arquitectura o el deseo son algunos de los frentes desde los que se desarrolla el proyecto.