Javi Rivero
Cocinero
GASTROTEKA

Txikito, rubio y poteo

Os podéis creer que siendo este el artículo número 70, todavía no hayamos hablado sobre el poteo? Si es que hemos pasado un año con la cabeza en mil y una cosas y no puede ser. Se nos ha olvidado cómo se sujeta una caña, qué “rubio” es el camarero y rubia la cerveza, que el vaso de sidra es para la caña del o la pelotari. ¿Cuánto tardaremos en recuperar estas y muchas otras costumbres que giran en torno al barril? Ya sea de vino o cerveza, yo diría que en lo que tarda en servirse un zurito o un txikito estamos de vuelta.

Empecemos por el principio, después de que el big bang creara el mundo y Bilbo creara la cultura del poteo. Se inició gracias a que, en su día, en la capi de la ría, el consumo de vino y licores se daba de manera que la gente deambulaba en busca de unos caldos o vinos determinados. Muchos locales despachaban vinos, pero ricos ricos y con fundamento… habría que ver. Por eso la gente se pateaba las calles en busca de los mejores brebajes. Se identificaban los “garitos” con medios barriles en sus puertas, los cuales también marcaban si se servía un tipo de bebida u otra (vino blanco, tinto, dulces, licores, etc). Estos caprichosos caminantes dieron origen al poteo. Obviamente la historia tiene infinitos detalles que se han perdido con el paso de los años, pero la parte que queda, la de los paseos por las calles en busca del trago que por aquel entonces saciaba algo más que la sed, es cierta y así se reconoce. 

Si nos paramos a pensar, tampoco ha cambiado tanto la historia, ¿no? Hoy en día nos movemos de bar en bar cada vez de forma más caprichosa y en busca de la marca que nos gusta. La pandemia, entre otras cosas, nos ha hecho mucho más selectivos, ha generado una cultura del consumo mucho más consciente con la que gastamos “menos veces”, pero gastamos “mejor” o más a nuestro gusto. En mi entorno son varias las personas que van a determinados locales por una cierta marca de cerveza o vino, haciendo amén a lo que el cuerpo les pide. Pero que quede claro que la pandemia no ha sido la causante de este comportamiento. Este cambio ya se venía dando, lo que sí ha hecho la pandemia ha sido acelerarlo. Digamos que la dimensión social del poteo ha disminuido –un poquito– en favor de la dimensión gastro-hedonista. ¿No es cierto que terminamos juntándonos y consumiendo con la gente que tiene gustos parecidos? No digáis que no… 

El vino tinto. ¿Cuál ha sido la bebida por excelencia de los poteadores? El txikito, aquí: vino tinto. Uno de los mayores beneficiados por este cambio de paradigma hacia lo disfrutón, es el vino tinto. Ya venía este producto combatiendo contra su propia imagen, la de ser un producto pasado de moda, aburrido, casposo y viejuno. Ahora vuelve a coger fuerza y presencia, gracias en parte también al giro del sector hacia lo natural (sin sulfitos), lo ecológico y lo “moderno”. Estos son valores y atributos que el poteador joven valora y mucho. Y, cómo no, enganchar al consumidor del futuro es clave para la supervivencia de un producto como este. Hablamos de un poteo basado, en parte, en los valores de una marca (esto ya os lo he mencionado antes). Eran pocos los valientes (viticultores) que apostaban por este tipo de vinos (naturales y ecológicos) a los que deberíamos de estar agradecidos. Ellos han marcado el camino para acercar el vino a la gente joven y hacer posible un poteo “suave, fácil y poco cabezón”. Podríamos estar a las puertas de una nueva corriente y generación de txikiteros. ¿Os imagináis? Txikiteo natural ecológico con viseras y en chándal. Todo llegará amigos.

Os sirvo un txikito más de historia. Volviendo al tema de los deambuladores, muchos estaréis todavía pensando en que ese es el origen del txikito. ¡Pues no! Una cosa es el poteo y otra muy distinta el txikiteo. El txikiteo podría definirse como una forma de poteo. Ahora, ¿de dónde viene o por qué o cómo nace el txikiteo? 

Fue la reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, la que visitó Bilbo en 1929. A esta, a modo de bienvenida, se le decoró prácticamente toda la capital con velas. Adivinad cuál fue el recipiente que se empleó para tal fin. Efectivamente. El vaso que hoy conocemos como el vaso de txikito. Este recipiente ya existía anteriormente, pero fue tras la visita de la reina cuando el excedente de este se repartió por todas las tascas de la ciudad y se empleó por primera vez como vaso para el consumo del txikito. De ahí el nombre del recipiente. El origen de la cultura del txikito tiene un rastro muy pobre y es difícil sacar nada en claro pero, como véis, el txikito lo tenemos controlado.  

 Abro paréntesis. Por haceros una idea de lo que es un vaso de txikito, deciros que se trata de un recipiente curioso, relleno hasta la mitad con vidrio y un hueco en la parte superior que da cabida a 70 cl de vino aproximadamente, es decir, lo que hoy se sirve como una copa de vino. Cierro paréntesis.

Podríamos estar hablando sobre temas relacionados al poteo 1.000 páginas más, pero me gustaría ir cerrando el tema con algún dato curioso y una pequeña reflexión. El poteo, txikiteo, salir de tragos o como queramos llamarlo, es parte de nuestra identidad social. El norte de la península ibérica es la zona con mayor concentración de bares por habitante de Europa. Y donde más se concentra, donde más bares por habitante hay en toda Europa, es en Gipuzkoa y Bizkaia. Tengo un amigo futbolista que decía que era el mejor en el tercer tiempo. Y es que con estos datos tendríamos que ser los favoritos de cualquier tercer tiempo ¡juguemos donde juguemos! No he dicho en qué ganaríamos, pero seríamos, seguro, favoritos.

Os pido hacer la intentona de potear en nuevos locales que apuesten por vinos, sidras, cervezas locales y naturales. Está en nuestra mano “apropiarnos” y seguir dando sentido a una cultura que, románticamente hablando, nos ha dado casi todo. Sin el poteo probablemente no existiría el término cuadrilla. ¿O pensáis que 10-15 personas quedaban para pasear y un día se les cruzó el cable y se metieron por lo viejo del gran Bilbo a ver qué hacían? No familia, no. Los amigos se juntaban para beber y se dieron cuenta de que socializar y fraternizar más allá de los muros del caserío tenía su encanto. Que había días en los que se juntaban quince y aquello se convertía en una fiesta y se divertían. Otros días solo eran tres y se contaban lo más íntimo. De esto se trata la cuadrilla, ¿no? Como ya os he dicho antes, nos juntamos casi siempre, según los gustos, prioridades, etc. Esto hace que nuestra cultura sea de una manera o de otra. No quiero fomentar con este cierre del artículo el consumo de alcohol, ¡faltaría! Pero cuando lo hagáis o montéis un plan, espero que tras 70 artículos compartidos con vosotros, os pesen cada vez más los condicionantes de dónde, cómo y qué consumir. Puestos a organizar, que sea algo más que solo poteo, aunque para algunos, todo se resuma a un txikito más.

¡Feliz domingo!