Ibai Gandiaga
Arquitecto
ARQUITECTURA

La batuta del maestro

Durante una charla, hace como un millón de años, un joven arquitecto llamado Alejandro Zaera-Polo presentó en la Escuela de Arquitectura unas infografías, hechas de manera rudimentaria, en la que mostraba una casa llamada Virtual House –casa virtual–. Las imágenes estaban creadas por ordenador, de manera rudimentaria, en un final de milenio cuando se empezó a abaratar el uso de ordenadores personales en los estudios, sustituyendo rápidamente a las reglas, paralex, acuarelas y otros elementos de la tradición de las Beaux Arts.

La casa en cuestión mostrada por Zaera-Polo eran dos pliegues, o bucles, que giraban sobre sí mismos, como si de una tarta contessa se tratara. Eran pliegues muy finos, que primero conformaban el suelo, giraban sobre sí mismos y se convertían en el techo, en una continuidad como si fuera una cinta de Moebius. Aquellas imágenes, claramente realizadas para provocar, lograron su propósito y levantaron un pequeño revuelo en una Escuela de Arquitectura donde, en muchos cursos, la primera cuestión que se enseñaba es dónde se colocaban los pilares.

Tal vez por eso no me extrañara que un estudiante levantara la mano y preguntara: «Pero esto, ¿cómo se construye?». Aunque Zaera había estudiado en Madrid, y su formación técnica era completa, la pregunta evidentemente le pilló con el pie cambiado. Saliendo por la tangente, habló de ejercicio teórico, de provocación, de virtualidades, soltando de por medio bastante término pseudocientífico, a la manera de los posmodernos de principio de milenio. Huelga decir que la pregunta no obtuvo respuesta.

Aquello sucedió casi a finales de milenio. La anécdota me ha venido a la mente al saber de la muerte de Justo García Rubio (1978-2021), arquitecto extremeño, que realmente sí que supo cómo se construía aquello. Y tanto que lo sabía. Su obra más famosa, la estación de autobuses del Casar, Cáceres, narra el fin de un tipo de arquitectura, o más bien de una manera de hacer las cosas, y para llevarla a cabo tuvo que estar dos noches en vela, vertiendo el hormigón “a la fresca”, evitando los 40 y pico grados del agosto extremeño, colocando puntales a medida que la masa de hormigón amenazaba con quebrar el encofrado, y probablemente encomendándose a Nuestra Señora de Belén, patrona de los arquitectos, cuando se quitaron los puntales y el pueblo entero contuvo el aliento hasta ver que aquello que se había construido, milagrosamente para algunos, por leyes de la estática para otros, se tenía en pie.

La melodía del hormigón. En la Virtual House, las nuevas tecnologías de diseño habían permitido realizar una modelización de una casa que nunca se construiría; aunque esto siempre se había hecho, antes con preciosas láminas en acuarelas que mostraban al gran público cómo sería el complejo de viviendas donde vivirían, y más tarde con infografías 3D que se pueden ver en los carteles de muchas promociones inmobiliarias, en ese año 2000 los arquitectos habían empezado, por primera vez, a dibujar de modo generalizado con el ordenador, y a explorar las posibilidades que esa tecnología les daba.

Pero he aquí que nos encontramos con un arquitecto cacereño que convence al Ministerio de Obras Públicas para que aumente el pequeño presupuesto de un apeadero en Casar hasta llegar a los 60 millones de pesetas. Lo que se promete a cambio se muestra con una maqueta, en la que se ve una especie de tela con dos pliegues, uno grande, por donde entrarán los autobuses, y otro pequeño, donde se colocaría la cafetería y la zona de pasajeros.

La obra supone un ejemplo de arquitectura periférica, fuera de los circuitos habituales y centrípetos de Madrid, aunque el propio autor estudiara allí, bajo la tutela de Sáenz de Oiza. García Rubio era un arquitecto pegado a la tierra, que estuvo 20 años realizando encargos de todo tipo, sobre todo relacionados con la rehabilitación, llegando incluso a rehabilitar la catedral de Cáceres y que en un momento dado tuvo la oportunidad de crear una arquitectura singular y funcional.

Su obra no fue prolífica, pero deja edificios muy interesantes, y dos en particular que probablemente quedarán dentro de la historia de la arquitectura del estado; la propia estación, y el depósito de agua de Ribera de Fresno. Su muerte convierte a la figura, anecdótica, periférica, en central, porque pone de relevancia un fin de época donde los planos de obra eran intrincadas obras de arte, partituras si se quiere, que necesitan del concurso de una mano directora, batuta en mano. La batuta de García Rubio ya no se moverá más, solo nos queda escuchar atentamente la melodía de su hormigón curvado.