Revisar la ruptura
Cualquier ruptura es un momento traumático. Existe una violencia en abandonar un camino para emprender otro, una demostración de rechazo con lo anterior y esperanza depositada en lo que está por llegar. Muchos de los cambios de nuestro tiempo vienen precedidos de interferencias que en un momento concreto son capaces de reconducir el avance de nuestra sociedad. En este sentido, la cultura ha sido siempre capaz de componer un relato que desde espacios simbólicos da fuerza e identidad a todo aquello que sucede. No como una narración posterior o al menos no únicamente, sino como una manera de entender, acompañar y provocar la entrada de aire fresco en el devenir de los acontecimientos. La historia del arte es capaz de trazar un mapa en el que los hitos más relevantes de nuestra transformación están condicionados por revoluciones en diferentes aspectos de la cultura plástica y visual. En este sentido, el siglo XX esta marcado por la existencia de las vanguardias artísticas y la sucesión de diferentes movimientos que fueron conformándolas.
Las vanguardias suponían un nuevo paso en la evolución del arte y la sociedad y estaban caracterizadas por el rechazo de cualquier estructura previa. El discurso del arte en ocasiones las simplifica y nos da a entender que la ruptura vanguardística era algo que solo sucedía en el plano formal o artístico. Cuestiones que antes se representaban de una manera llegan mediante procesos de evolución a ser narradas desde otro punto de vista. Esto nos ayuda a saber de carrerilla características básicas como que en el impresionismo el protagonista es el uso de la luz, en el fauvismo el color y en el surrealismo el mundo de los sueños.
Pero dando un paso más de estos titulares que nos son válidos para un primer entendimiento, debemos tener en cuenta que los movimientos de vanguardia eran apuestas por rupturas radicales con la forma de ver, representar y entender el mundo. Más allá de estilos pictóricos o temáticas concretas hablamos de auténticas militancias cuya motivación está más relacionada con procesos revolucionarios que meramente técnicos o estéticos. Los ejemplos más claros de esto quizá pueden encontrarse en el dadaísmo o el futurismo cuya implicación política llevó a posiciones extremas a aquellos artistas que formaron parte de ellas. Incluso después de la Segunda Guerra mundial tras el año 1945, lo que se denominaron las segundas vanguardias comenzaron a trazar caminos que aún hoy colean, tales como la relación con el consumo, la importancia del concepto o la reconsideración de los espacios expositivos y museísticos.
Desde este punto de partida se presentó en el Museo Guggenheim de Bilbo en febrero la exposición titulada “Del Fauvismo al Surrealismo: Obras maestras del Musée d`art Moderne de París”. Hasta el 22 de mayo podremos asomarnos a una colección de unos 70 trabajos que dan cuenta de la evolución vanguardística que tomó la capital del Estado francés como epicentro. París fue el escenario en el que se dieron cita muchos de los momentos clave de este periodo como serían Zúrich en Suiza con el Dadá o más adelante Nueva York al otro lado del océano. La colaboración entre ambas instituciones sirve para asomarnos a una importante colección enfocada en el fauvismo, el cubismo y el surrealismo.
Desde piezas de Delaunay o Henri Mattisse pasando por Juan Gris o Picasso hasta De Chirico o Claude Cahún y su visión sobre el género y la disolución de las barreras masculino/femenino. En definitiva, una oportunidad para asomarnos a aquellas señales de periodos cambiantes, de futuros prometedores y quizás de proyectos de vida que fracasaron. Aun y todo, los discursos de las vanguardias calaron profundamente en la manera de entender y concebir la cultura en occidente. Detrás de cada obra de esta exposición hay una idea de cambio que pertenece a su momento y a la lectura que nosotras que hoy hacemos de ella.