Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua
Elkarrizketa
Anna Freixas

«Fuimos pioneras en muchas cosas y ahora nos queda serlo en definir la vejez»

Fotografía: Remedios  Malvárez
Fotografía: Remedios Malvárez

Esta psicóloga y profesora jubilada barcelonesa, afincada en Córdoba, es una de las autoras e investigadoras feministas que más ha teorizado sobre el envejecer femenino: desde los cambios que se producen después de la mediana edad hasta el siguiente estadio, que es hacernos mayores. Ha escrito mucho, en una producción en la que sus títulos más recientes son “Sin reglas. Erótica y libertad femenina en la madurez” (Capitán Swing, 2018) –un ensayo sobre la sexualidad femenina postmenopáusica– y su último ensayo: “Yo, vieja. Apuntes de supervivencia para seres libres”, que acaba de publicar en la misma editorial. Aquí Anna Freixas hace bandera del término “vieja” y, mezclando humor, provocación y erudición, hila «un libro que parece que va en broma, pero que va completamente en serio». Y abre un melón que existe en la sociedad y sobre el que se ha escrito casi nada porque, añade, «en los relatos sobre la vejez no encontramos nada acerca de la vida y experiencia cotidiana de las mujeres que hoy tienen 70, 80 o 90 años o más y que han vivido vidas comprometidas en proyectos políticos y sociales que constituyen una población de gran interés; es decir, de nosotras ahora o dentro de unos años, si tenemos un poco de suerte». En “Yo, vieja”, Anna Freixas plantea llevar a la agenda política el debate sobre la vejez digna... y, de paso, nos recuerda, por ejemplo, que hay que peinarse la cresta que sale cuando nos hemos dormido en el sillón. “Yo, vieja” se lee de un tirón; el poso que deja es mucho más largo.

Las palabras son muy importantes. Las que usamos con los mayores –viejecita, anciana, abuela...– esconden mucho paternalismo. Vieja, por contra, se hace dura, está llena de negatividad.

Es que la cosa está ahí: es una palabra que solamente tiene connotaciones negativas cuando, en realidad, las podría tener de todo tipo. Podría querer decir: experiencia, sabiduría, buen hacer, desdramatizar, supervivientes... yo que sé, hay tantas cosas que reflejan la realidad de la vejez que lo que no entiendo que el diccionario de la Real Academia todos los sinónimos que pone son negativos. Entonces ya te indica: si realmente en la Real Academia son tan ‘apretados’, no se les ocurre que puede haber nada que refleje un estado suficientemente satisfactorio y distendido de la vejez, es normal que nos acerquemos a ella con pánico. Vamos de cabeza al deterioro, a la falta de interés, a la falta de todo, cuando en realidad no es así, porque hay muchas personas viejas que funcionan y que tienen unas vidas suficientemente interesantes. Este es el secreto de lo que tenemos que empezar a organizar.

La antropóloga Mariluz Esteban, con «Andrezaharren manifestua» (2019), también hablaba de «andrezaharra» o mujeres viejas. Cuando la entrevisté, me planteó que veía que desde el feminismo hacía falta hacer una reflexión teórica y política sobre el envejecimiento femenino. No sé si la de las viejas es la ola pendiente del movimiento feminista.

Yo llevo muchos años dándole vueltas a esto. El feminismo ha ido haciendo las cosas según vamos viendo y las cosas las hemos ido planteando a medida que nos ha ido haciendo falta: sobre la violencia, la familia o de lo que sea. En cada momento hemos ido planteando según las circunstancias en las que íbamos viviendo. Yo creo que ahora estamos en un momento en el que el tema de la vejez hay que plantearlo, porque tenemos entre todos que construir una vejez en la que nos podamos identificar y en la que podamos sentir que nuestra vida tiene sentido, y que entre todos podremos ir avanzando en un nosotras que no nos atemorice y nos permita vivir suficientemente distendidas y contentas por haber vivido tanto tiempo. ¡Es que la opción es morirse!

¿Es pura contradicción lo de querer seguir manteniéndose jóvenes?

Además, es una ruina y una depresión, porque no estamos jóvenes siempre. Si las mujeres hemos tenido que luchar contra nuestro cuerpo, pues ahora resulta que somos viejas y pobres, y encima tenemos que seguir enmascarando la edad, haciendo unas cosas muy poco satisfactorias.

Europa registra un envejecimiento total de su población, en Euskal Herria ha caído en picado la natalidad. La población está formada sobre todo por personas mayores, la mayoría mujeres y solas. Y, curiosamente, en vez de ser una parte del electorado a tener en cuenta por los políticos, son ninguneadas. ¿Igual hasta que se den cuenta de su fuerza potencial?

Eso también te indica el coeficiente intelectual de la clase política, porque es decir, de hecho, hay modistos y tal que ya utilizan modelos viejas con canas y arrugas: es evidente que somos un mercado muy amplio y es tontería pensar que no valemos para nada. Aparte de todo, somos un mercado muy amplio para lo bueno y para lo malo, ¡porque como se pongan tontos y decidamos nosotros plantarles cara…! Lo que pasa es que las viejas y viejos no hemos tenido capacidad de organización como grupo de presión, pero el día que esto cambie verás cómo no somos tan poco interesantes de repente.

Habla en su libro de eso, tan de la Edad Media, que tenemos asumido: que cuando seamos viejos «el futuro ya proveerá», cuando ahora las redes familiares no son como las de nuestros antepasados: los cuidados ya no son de la «tribu», muchas no tenemos hijos… ¿Tendríamos que ponernos a pensar ya en nuestra vejez, en cómo queremos vivirla?

Eso de no pensar en la vejez, como si la vejez no existiera, es algo que no nos favorece a nadie, sobre todo a las personas que no tienen hijos, pero es que hoy en día los hijos no son tampoco una garantía de cuidado ni de nada. El que tengas un hijo tampoco significa que te vaya a cuidar, entre otras cosas porque los hijos viven en lugares muy alejados de los padres, u otros no han cuidado ni piensan cuidarlos. Es algo muy complejo todo esto y este es un debate nacional de largo alcance. Esto no se va a resolver en tres días, es algo que tenemos que pensar: qué vejez, qué tipo de vejez queremos vivir; con qué imagen de vejez nos identificamos… hay muchos aspectos que están pendientes para debatirlos.

¿Tendría que entrar en la agenda política?

Totalmente. Eso es imprescindible, necesario… todas las palabras que se te ocurren están ahí.

La pandemia ha sacado a la luz los problemas asociados a la vejez, por ejemplo las residencias, que tal y como están planteadas ahora no son buenos lugares para envejecer.

Y era un problema que no veíamos o no queríamos ver… Podría terminar por ser lo único bueno de la pandemia si se modificara algo, que tampoco estoy segura, porque no veo que ahora se esté hablando en todas partes de unos nuevos planteamientos para la vejez o las residencias. Se dicen algunas cosas pequeñas como, por ejemplo, que el 65% de la habitaciones de las residencias tendrán que ser individuales… vale, está bien, pero ese no es todo el problema.

Sé que es una pregunta genérica, pero ¿qué es para usted una vejez digna?

Una vejez en la que, por ejemplo, las mujeres tuviéramos una pensión digna, que nos permitiera vivir sin estar haciendo milagros con el dinero, como hemos hecho toda la vida. Hablo de la población en general, porque hay personas que hemos tenido un poco de suertecilla, pero la verdad es que para mucha gente la vejez es un mal trago porque no hay dinero. Lo primero, por la salud y por el dinero, y luego, claro, por ser agente de tu propia vida, por no hacer dejación no solamente de tus derechos sino de tu vida, como a veces tendemos a hacer, porque de repente estamos muy contentas de que nuestros hijos, que nunca nos han hecho caso, nos quieren muchísimo y decimos: ‘Mi hijo no me deja tal cosa’. ¿Tú te estás escuchando? Y lo dicen muy contentas: ‘Mi hija me ha prohibido que haga tal cosa o la otra’. Yo por lo que más contenta estoy del libro es por el planteamiento que está suponiendo para tantas cosas que damos por hechas y que realmente no lo están. En este sentido, eso es lo mejor de este libro, esa necesidad de seguir haciendo un camino. Nosotras hemos sido pioneras en muchas cosas y ahora nos queda ser pioneras de la definición e implementación de una vejez en la que nos sintamos bien.

El libro está teniendo muchas reediciones, parecía que había ganas. Hay pocos de este estilo.

Yo creo que había ganas y necesidad. Yo no tenía ni idea de que había esta necesidad, la primera sorprendida he sido yo, pero había necesidad de plantear una serie de temas que la sociedad necesitaba o quería que se hablase. Justo la pandemia dio la voz de alarma, porque ¿qué va a pasar con todas nosotras cuando nos hagamos viejas? Y nadie lo va a hacer por nosotras, no vamos a esperar a que el Espíritu Santo venga o a que cualquier jovencito o jovencita diga: ‘Vamos a resolver la vida a los viejos’. Eso no va ser así; ojalá la fuera, pero no. Entonces cualquier solución va a tener que pasar por nosotros, por un planteamiento colectivo, en el que haya respuestas a situaciones que en este momento no están nada claras para nadie.