«Egurtxiki»: de tal leña pequeña, tal astilla
Pasar desapercibido durante el franquismo le hizo parecer un hombre enigmático a la ciudadanía de Gernika. Se llamaba William Smallwood. Había formado parte de las tropas de las Fuerzas Aéreas estadounidenses durante la Guerra de Corea (1950 - 1953). El americano, muy querido en la comunidad vasca de Idaho, falleció el pasado diciembre en su hogar de Arizona.
Gracias a la ingente labor desconocida en aquel momento de William Smallwood, la villa foral cuenta en sus manos y pupilas con un libro de 129 entrevistas a supervivientes del bombardeo del 26 de abril de 1937. Las concretó y sacó adelante en la clandestinidad sin miedo a ser descubierto ante el (des)gobierno de Franco, autócrata cómplice de los nazis alemanes y fascistas italianos que con sus proyectiles incendiarios quemaron y volatilizaron la villa foral entre mentiras de los militares golpistas españoles. El hijo de ‘Egurtxiki’ –como acabó siendo conocido y hoy, por fin, reconocido–, Bill junior, habla por primera vez con un medio de comunicación vasco sobre sus estancias en los años 70 en el municipio vizcaino que Picasso pintó al mundo en blanco y negro.
Alguien dijo que “el recuerdo es el único paraíso del que no podemos ser expulsados”. El estadounidense William Smallwood vivió la Gernika de los años 70 mientras salía de los trámites de un divorcio doloroso. Fallecido el pasado diciembre, aquel entonces enigmático hombre era conocido como ‘Egurtxiki’, traducción de su apellido anglosajón literal y familiar al euskara. Es decir, “leña pequeña”. Eran días de partidos de cesta en 1972, de pantalones vaqueros campana, del aún hoy activo restaurante Arrien, de entrevistas clandestinas a supervivientes del bombardeo fascista y nazi del 26 de abril de 1937… Fueron instantes fugaces vividos en un paraíso como el vasco por parte de un padre que tuvo a su lado a su hijo Bill. Este último, hace balance ahora de aquellas primeras estancias en la localidad vizcaina. «Aquello transcurrió hace muchos años, por lo que basarme en los recuerdos puede no ser tan preciso como me gustaría. En otoño de 1971, dos meses antes de llegar, yo había cumplido 15 años», echa la vista atrás quien es astilla de aquel palo tan conocido por la comunidad vasca de Idaho.
La pérdida de su padre ha llevado a ‘William Jr.’ a escribir detalles sobre su vida, como hijo mayor, ya que estaba en una posición única, al menos, como observador. «Lo hago como detalle para la familia y los amigos, la historia sobre la experiencia vasca», califica, y se propone aportar información de primera mano.
Su primer recuerdo claro de Gernika fue «buscar a los angloparlantes». Si bien se había iniciado en nociones de castellano en una escuela de Estados Unidos, le llevó un tiempo dominarlo razonablemente. En aquellos días, la vida de los Smallwood tuvo a bien toparse con la de Juanjo Mintegi, quien había vivido en el país norteamericano e impartía inglés en Bilbo a los lugareños, por lo tanto, «para mí, podía hacer lo contrario», sonríe, y cita a renglón seguido a «Pete y Conchi Guezaraga», que habían sido dueños del Mint Bar en Hailey, Idaho. Retornaron a la villa para jubilarse y brindaban al padre e hijo un foro familiar en el que hablar en inglés y debatir temas con aquellos que habían experimentado ambas culturas. Mintegi era un caso similar. Otro sería Randy Lazenby, de Florida, el considerado primer puntista estadounidense en jugar profesionalmente en Euskal Herria, «al menos que nosotros supiéramos». Como ellos, vivía en el Hotel Arrien. Por esa razón, el joven pasaba muchas horas viendo los partidos en el frontón.
Más adelante, en la primavera de 1972, otro norteamericano, Joey Cornblitt, llegó también a jugar y se hospedó en aquel hotel de referencia. «Hace solo unos años –enfatiza– supe que Joey se convirtió, según algunos, en el mejor jugador de Jai Alai de todos los tiempos. Él tenía entonces 16 años». Sin embargo, los Smallwood nunca se fiaron de él. «Mi padre no confiaba en él. Creía que la Guardia Civil lo había reclutado para espiarnos».
Bill tenía entonces un año menos, 15; ‘Egurtxiki’, 41. Los cumplió al mes siguiente de su llegada al pueblo en el que la ciudadanía apenas conoció y, sin embargo, hizo una labor encomiable al lograr publicar el libro “El día en que Gernika fue bombardeada”. Hacía referencia al 26 de abril de 1937, lunes, día de mercado. Durante aquella jornada, el municipio foral y localidades anejas fueron atacadas de forma maquiavélica por la Legión Cóndor alemana y la Aviazione Legionaria italiana. Los investigadores estiman que el 85% de los edificios de la localidad fue completamente destruido. Las víctimas fueron muchas, así como las personas heridas.
Los Smallwood valoraron que el gobierno franquista trató de borrar las pruebas del bombardeo y denunciaron que no hicieron esfuerzo alguno por recuperar los cuerpos de las víctimas mortales y registrar sus fallecimientos. El desescombro de las ruinas de Gernika no comenzó hasta febrero de 1939. A finales de 1941, los prisioneros de guerra de un destacamento penal de la cárcel bilbaina de Larrinaga fueron obligados a realizar esta tarea. En 1974, días antes de morir el dictador español Franco, estos ‘libertos’ –entre ellos el padre del literato euskaldun de Mundaka, Edorta Jiménez– tenían que acudir todavía a la Guardia Civil cada mes a firmar. Nunca les comunicaron que fueron libres del todo. Tristemente, solo aquellas familias que lo solicitaron lograron el certificado.
Aprender euskara para ser un vasco más. William Smallwood padre se empeñó en aprender euskara con el objeto de investigar lo que realmente había ocurrido en Gernika durante las razias fascistas y para ser un vasco más. Aterrizó en Euskal Herria en septiembre de 1971 y realizó un total de 60 entrevistas entre las mujeres y hombres supervivientes de aquella tragedia. Gracias al empeño de María Ángeles Basabe, su profesora de euskara, el otoño e invierno siguientes el número de entrevistas se duplicó alcanzando el número de 129. Mintegi complementó aquel equipo humano de trabajo.
«Todas las entrevistas tuvieron que ser llevadas a cabo en absoluto secreto, ya que una persona podía ser detenida, multada e incluso torturada simplemente por mencionar el raid», valoran los impulsores del libro publicado en 2013, es decir, la Fundación Museo de la Paz de Gernika, el Centro de documentación sobre el bombardeo y el Ayuntamiento local. Consultado al respecto, Bill asegura que ‘Egurtxiki’ requirió mucho trabajo para crear un clima de confianza entre las personas a las que entrevistaba sin conocer sus nombres verdaderos, «pero no tengo todos los detalles». Primero, trató de hablar euskara, y su visible esfuerzo por seguir mejorando en ello, seguramente generó confianza. «Tenía algunos vascos influyentes en su campamento en Idaho, y sospecho que algunos de ellos habrían hablado con personas clave en Francia o España. Pete Cenarrusa, probablemente con Paul Laxalt, el vasco-americano más prominente de aquella época, era un amigo cercano de la familia. Fue con Joe, el hijo de Pete, con quien mi padre había realizado su primera visita, un año antes. Sé que ganarse la confianza de Jon Beiztegi fue un paso clave, al igual que la visita a los dirigentes vascos en el exilio, ya que hicimos un viaje a París para que pudiera visitarlos durante dos días».
Beiztegi fue el comandante del Batallón Loiola e impulsor de la firma de bicicletas BH. El investigador Xabier Irujo evoca que ‘Egurtxiki’ se presentó en la tienda bilbaina del gudari hablando en euskara. Sin embargo, «el comandante le dijo con el ceño fruncido: ‘Speak to me in English! (¡Háblame en inglés!), porque era más seguro».
Durante un tiempo, vivieron en otra casa. Y según un vecino del bloque, el padre solía salir por la noche, lo que levantaba sospechas entre el vecindario. No obstante, Bill no lo recuerda así. «No específicamente. Él me quería cerca de él por si necesitaba mi castellano, y ambos teníamos compromisos diarios». Según matiza, el hijo iba a una escuela «o algo parecido», que la recuerda, sobre todo, por las materias de álgebra y mecanografía. Y algunos días viajaba a Bilbo en autobús para recibir clases de castellano de manos de Mintegi. «Mi padre debía estar trabajando en la inminente edición de un libro de texto de ciencias. Esto era real, y a la vez una tapadera necesaria».
Habitación inspeccionada por los franquistas. De hecho, según continúa, la habitación era inspeccionada por la autoridad franquista cada cierto tiempo, «algo que él ya imaginaba». Por ello, se aseguraba de que pareciera que él estaba trabajando a diario en su libro de texto. «Esa es otra razón por la que ahora veo que necesitaba quitarme de en medio. Al esperar hasta el final de la tarde, o después de la cena, no solo se encargaba de nuestras labores, sino posiblemente en la de la persona que quería entrevistar», apostilla desde el otro lado del océano Atlántico.
Su pasaporte dejó acuñado que padre e hijo residieron en Gernika los cuatro primeros meses: de septiembre a diciembre de 1971. «Después nos tomamos un descanso y vivimos en Alicante». La segunda estancia fue en 1972: de abril –mes del bombardeo– hasta agosto. «Volvimos dos meses el verano siguiente y en verano de 1977 regresé dos semanas con él. Mi padre realizó más viajes que yo».
Otra creencia de pobladores de entonces tampoco es exacta. A los Smallwood se les atribuye aún que fueron los primeros en jugar al rugby en las calles de la villa, en lo que a día de hoy es una disciplina deportiva muy popular. «¡No era rugby! Probablemente teníamos un balón de fútbol americano que lanzábamos de un lado a otro. Ahora bien, recuerdo sí haberlo hecho en la playa de Alicante, pero no en Gernika».
Bill estima que, si jugaron en la localidad vizcaina, probablemente fue en la plaza, justo delante de nuestro hotel, pero «yo –sonríe– no poseía talento atlético». A él le hubiera gustado jugar al baloncesto, pero en Gernika, entonces, no había cancha para su práctica. Le fascinaba el Jai Alai, pero no podía acceder a un verdadero frontón. «Lo que sí encontré fue algo que creo se llamaba pelota vasca, que creo que se jugaba con palas de madera en una cancha de dos paredes», evoca.
Había un frontón en Muxika, al sur de Gernika, al que Bill iba andando y practicaba solo o, más felizmente se unía a partidos informales. «En Alicante encontré una cancha de baloncesto y pude compartir canastas con chicos que se apuntaban a jugar un partido. Es un deporte que gustó mucho allí. Yo, tal vez, sí fui testigo de sus inicios».
«Emocionante, aunque no muy enriquecedor». Fue testigo, asimismo, de aquel hombre a quien hoy define como «un padre emocionante y desafiante, aunque no muy enriquecedor». Y es ahí cuando rememora que William estaba saliendo de un divorcio doloroso, aunque «más tarde, todo fue bien». El hijo valora que ‘Egurtxiki’ era muy impulsivo y enérgico, alguien a quien «su nueva libertad lo aceleró como tal», estima y va más allá en su análisis: «Aunque sé que me apreciaba como hijo, actuaba como si quisiera un compañero. Me sentí como su mejor amigo, su compañero, y me resultó natural tratar de seguirle el ritmo».
De hecho, leían los mismos libros, iban a los mismos lugares, hablaban con las mismas personas, aprendían los mismos deportes. «Yo leía y releía todo lo que él escribía, y básicamente fui su editor hasta el año 2004, más o menos». Tal era el trabajo común, que mientras iba al instituto, William pagaba a su hijo para que le ayudara con los libros de texto, haciendo cosas que él detestaba, como los finales de sus capítulos, con respuestas para la edición de profesores, y los resúmenes de los capítulos. «En 1976 y 1978 escribí dos proyectos en la sombra para él; para entonces yo ya estaba en la universidad», desvela quien ahonda en un episodio de la vida de Smallwood senior que este solía evitar, si podía. «Mi padre estuvo en las Fuerzas Aéreas durante la guerra de Corea, pero nunca fue al extranjero. No hablaba mucho sobre esto, y no creo que fuera significativo para él. Sí mencionó que le hicieron entrenar a otros hombres, ya que su capacidad para la enseñanza era evidente, incluso entonces. Y detalló que era especialmente hábil en la inspección del hormigón, por ejemplo, cuando se construían las pistas de aterrizaje».
Años después, aquel hombre al que le gustaba montar a caballo en Idaho, tenía en mente escribir una novela épica histórica y estaba rodeado de vascos. El argumento por el que se decantó le exigía profundizar en la cultura y la historia vascas. De ahí, quizás, germinó en él su pasión por Euskal Herria. «Otra posibilidad fue que nuestros lazos familiares eran débiles, porque él no estaba especialmente orgulloso de sus padres, ni de ningún antepasado en sí. Quizás él contrastó esto con el evidente orgullo de la herencia vasca que veíamos en nuestros amigos vascos de Idaho. Tal vez quería que algo de esto arraigara en su propia vida», reflexiona.
Pero, ¿por qué Gernika? «Fue para él, a la vez, el centro de la cultura y la historia vasca, y la pieza central del libro que imaginaba». La primera visita de ‘Egurtxiki’ al pueblo que los bombarderos fascistas desintegraron fue como parte de un grupo organizado por la Universidad de Nevada Reno en verano de 1970 a Ipar Euskal Herria. «Él y Joe Cenarrusa lo hicieron juntos y exploraban todo lo que el tiempo les permitía». Cruzó la muga y visitó Gernika entonces, así como muchas otras ciudades vascas. A continuación, llegarían los viajes junto a su hijo en 1971, como las visitas de 1972 y 1977. «Viajó al País Vasco a la reunión de celebración de los 50 años del Batallón Loiola, probablemente en 1976» y, lo más seguro, invitado por el comandante Beiztegi.
Más adelante, regresaría con su nueva mujer e hijo Erick, durante casi un año entero en 1984-85, temporada en la que vivió en Gernika y Benidorm. «Aunque el bombardeo de Gernika fue el acontecimiento central de su libro, dedicó tanto o más tiempo a investigar la historia del Batallón Loiola, que en su mayoría eran de los alrededores de Eibar. Su principal contacto fue el recordado Juanito Beiztegi, y en esa época invernaba en Benidorm. Hay que tener en cuenta también que, con la muerte de Franco en 1975, las entrevistas pudieron realizarse ya con mayor libertad».
En aquel entonces, aún proseguía tratando de mejorar sus conocimientos de euskara. Estaba orgulloso de ello. Consideraba un logro poco común que un no vasco aprendiera a conversar tan chapurreado como él. «Yo aprendí mucho y entendía más de lo que decía, pero nunca me propuse igualarlo», matiza Bill. El padre también intentó aprender canciones y algunos bailes tradicionales: herrikoiak. «Recuerdo que en 1971 y 72 tuvo un profesor de guitarra, tanto para mejorar su técnica como para aprender canciones populares locales», añade quien durante sus estancias en Bizkaia mantuvo una estrecha relación con Mintegi, aquel profesor de castellano en Bilbo que hoy reside en Arratzu. De él conserva grandes recuerdos, admiración y curiosidades que pone en valor. «Yo me trasladaba a sus clases en Bilbao en autobús, primero uno de línea a la capital, y luego uno local para llegar a su apartamento. Para mí era una figura de hermano mayor y, aunque se suponía que estaba aprendiendo castellano, era una buena oportunidad para hablar de cosas en inglés».
Al recuerdo de aprender a lavarse con él «bien el pelo», hay que añadir que Mintegi tuvo repercusión en la forma que el joven acabaría viendo el mundo. «Mintegi –recalca– fue objetor de conciencia de la guerra de Vietnam. Él fue la persona que me abrió los ojos al concepto de que la política de Estados Unidos en ese país podría estar equivocada. Ahora sé que Juanjo estaba involucrado en la tarea clandestina de sacar notas de investigación fuera del Estado español, pero yo no lo sabía en ese momento».
Tal fue el cariño que le tomó que, aunque su padre tuvo que ir a un viaje, él se quedó en Gernika en 1972 porque Mintegi se iba a casar. «Yo quería estar allí, pero mi padre tenía que marcharse antes. Así que me quedé solo y asistí a la boda. Juanjo me llevó a la frontera y tomé el tren a París o Luxemburgo, para reunirme con mi padre antes de nuestro vuelo de regreso a los Estados Unidos», manifiesta quien salía a correr a Lumo para mejorar su condición física.
El trabajo conjunto de padre e hijo ha continuado en el tiempo hasta el fallecimiento del padre en diciembre de 2021. De hecho, fue su hijo quien dio el último visto bueno al manuscrito del libro “El día en que bombardearon Gernika”. «Sí, revisé el manuscrito antes de entregarlo, centrándome sobre todo en la introducción y el epílogo».
Marisco «exótico». A día de hoy, sabemos que a Smallwood le gustaba de Euskal Herria su «combinación de gentes y tradiciones, sobre todo, la comida y los caseríos». Al hijo, por su parte, le llamaban la atención los pueblos de la costa. «Idaho no tiene mar, así que me encantaba cuando salíamos de Gernika hacia el norte, ya sea a Bermeo o a Lekeitio. La economía pesquera que veía, y el marisco que comíamos, era exótico y muy apreciado para mí».
Con 15 y 16 años, a Bill le encantaba comer. Es «esa edad en la que los adolescentes nunca comen lo suficiente». A su juicio, poder alimentarse a diario en el Hotel Arrien fue «una bendición». Y, de entonces, trae a la actualidad lo que él califica como «un exceso a mencionar» y señala que «había un pequeño cítrico de color naranja fácilmente disponible, algo así como una mandarina. Creo que así lo llamábamos: mandarina».
Aquel joven norteamericano compraba bolsas de mandarinas y se las comía en el frontón. Comía tantas, que le provocó un problema de salud que aún recuerda. «Un cálculo de calcio creció tanto que llegó a bloquear uno de mis conductos salivales. Al oler la comida, una glándula salival se me hinchaba en el cuello hasta tal punto de que me dolía. Recuerdo que, a la hora de las comidas, mi padre hacía nuestro pedido mientras yo esperaba fuera del restaurante. Me llamaba para que entrara, que la comida estaba servida y yo comía rápidamente y salía del restaurante, tratando de escapar de mi propio conducto salival bloqueado. La piedra finalmente salió una noche mientras me limpiaba los dientes».
Si el primer recuerdo de Bill Smallwood fue «buscar a los angloparlantes de Gernika», el último le sirvió como tarjeta de visita de un lugar que para él fue y es especial y del que ya nada o nadie puede expulsarle porque es parte de su trayectoria vital. Su padre le encomendó que fotografiara todas las calles de Gernika, desde múltiples perspectivas. «Las quería para poder reconstruir mejor las historias en torno a los bombardeos de los que escribió», arranca en su respuesta y acelera desde su memoria. «Obviamente, gran parte de lo que fotografiaba era nueva construcción. Pero, aun así, allí estaba yo, día tras día, recorriendo cada calle y sacando fotos. ¡Como un buen turista!», en aquel paraíso gernikarra, recuerdo del que, como dijo el sabio, “no podemos ser expulsados”.