Desde una visión sistémica global uno de los retos más importantes y urgentes de acometer es la preservación del agua si queremos preservar la especie humana. Todavía tenemos en mente las imágenes impactantes de embalses y ríos agonizantes por los bajos niveles de reservas y caudales que han alcanzado este verano y, aunque en parte dependen del comportamiento de la naturaleza, en gran medida también del comportamiento humano. La agricultura y la ganadería están sufriendo la escasez del líquido vital, en tanto que nosotros como sociedad seguimos manteniendo un alto consumo de bebidas sin valor nutricional o vitamínico (léase refrescos, zumos artificiales o aguas “exóticas”, entre otras), lo cual supone una merma impresionante de los recursos acuíferos existentes. Eso sin contar la también ingente cantidad de agua necesaria para la fabricación y el reciclado de los envases (de los que tan solo se recicla realmente un 5%).

Nos puede parecer pequeña la aportación al derroche de agua si prescindimos del consumo de refrescos, aguas embotelladas y zumos artificiales, frente a otro tipo de usos excesivos como el llenado de piscinas, mantenimiento de campos de futbol, golf, etc., pero no es así. Basta un cálculo superficial para visualizar el problema, ya que los europeos superamos los 200 l/ persona/año sin contar los de fabricación y reciclado. Lo paradójico de este tipo de consumo masivo es que, lejos de contribuir a una mejor calidad de vida en la salud humana, la perjudica seriamente, como perjudica a la salud medioambiental porque una y otra se entrelazan.

Lo triste es que la vuelta de las lluvias y la recuperación, aunque lenta, nos hará confiar que volvemos a la normalidad y que al igual que la pandemia todo pasa. Pues parece ser que no, que lo “normal” será que la disponibilidad del agua vaya mermando (lo advierten los expertos) y que tenemos que ponernos a trabajar desde los gobiernos hasta los consumidores, ya que es impensable que las empresas frenen este saqueo.