«Irati»
Ha sido la película inaugural en la Semana de Cine Fantástico y de Terror en Donostia, tras triunfar en el festival de Sitges con el premio a los Mejores Efectos Especiales y el Premio del Público, sin duda el más indicativo de que “Irati” (2022) va a conquistar a las audiencias, dentro y fuera de Euskal Herria. Para verla en salas habrá que esperar al 24 de febrero del año próximo, que es la fecha de estreno programada por su distribuidora Filmax. Un plazo de espera que no va a hacer sino subir más enteros todavía la expectación acumulada, y que se justifica por la importancia de su autor Paul Urkijo, pero sobre todo por ser la primera gran producción en nuestra historia que ilustra cinematográficamente las leyendas y personajes euskaldunes de una manera tan completa, y a la vez tan exportable y universal.
Quisiera recalcar el talento de Urkijo como ilustrador de cuentos, en su condición de fabulador nato, tal como ya se puso de manifiesto en su sorprendente ópera prima “Errementari” (2018). El tratamiento narrativo y visual que aplicaba al cuento tradicional de “Patxi Errementaria” estaba más escorado, en términos genéricos, hacia el terror, fruto de su colaboración con la productora de Álex de la Iglesia Pokeepsie Film. De un modo muy personal, muy suyo, se adhería a las tendencias del “folk horror”, que beben del clásico británico de Robin Hardy “The Wicker Man” (1973), y que en la actualidad han cristalizado en el terror de autor de la compañía A24, con la aportación de Ari Aster en “Midsommar” (2019).
“Irati” (2022) se relaciona más, en cambio, con el subgénero fantástico de “espada y sortilegio”, también conocido como de “espada y brujería”. Vendría a ser el correspondiente euskaldun a lo que en la cultura anglosajona representan los clásicos de John Boorman “Excalibur” (1981) y de John Milius “Conan, el bárbaro” (1982). Todo ello es apreciable a lo largo del desarrollo del metraje, si bien la introducción bélica con la batalla de Orreaga en el año 778, conecta más con las tragedias históricas de Shakespeare, tal como en el cine las vieron Orson Welles en “Campanadas a medianoche” (1965) o Roman Polanski en “Macbeth” (1971), jugando con las circunstancias atmosféricas, tal como lo plasmaba Justin Kurzel en la niebla de su reciente versión de “Macbeth” (2015). Insisto en que esto se observa solamente en el prólogo, de mayor carga épica, y que opta por el clima lluvioso y el terreno embarrado como elementos físicos.
La sangre servirá de conexión con lo que sigue, con un poder ya más simbólico a través de pactos sellados con dicho líquido corporal. Y el rojo de la fotografía de Gorka Gómez Andreu, al igual que sucedía en “Errementari” (2018), adquirirá una dimensión infernal, especialmente en interiores de las profundidades de cuevas y simas. Mientras que en los exteriores boscosos la magia del lugar se corresponde con los rayos de luz solar filtrados a través de los árboles y la espesura de las ramas, además de con los reflejos en las aguas cristalinas del río.
La espectacularidad se la confieren a la película los asombrosos y premiados efectos especiales y, aunque no conviene desvelar mucho al respecto para quienes no la hayan visto todavía, simplemente apuntar que están concentrados todos y cada uno de nuestros mitos, con Mari al frente, sin que falten lamiak, jentilak, Sugaar, Tartalo y un sinfín de criaturas atávicas contra las que únicamente sirve de protección el eguzkilore.
El héroe Eneko en su emparejamiento con Irati materializa la unión entre la población nativa y los símbolos paganos, en medio de las luchas medievales del siglo VIII entre la cristiandad y las viejas creencias autóctonas, sin olvidar la influencia sarracena.
El reparto coral es el otro acierto crucial, con presencias poderosas de Iñaki Beraetxe, Elena Uriz, Itziar Ituño, Miren Tirapu, Nagore Aranburu o Iosu Eguskiza. La revelación es Edurne Azkarate; y Patxi Bisquert, en su breve aparición culminante del final, deja huella.