XANDRA ROMERO
OSASUNA

El peligro de los extremos

Decíamos en el artículo de la semana pasada que todos, inevitablemente y de una forma u otra, acabamos haciendo balance del año y en esta sección no íbamos a ser menos. En este caso, ya lo adelantábamos la semana pasada, toca abordar la segunda conclusión, dentro de la cual se pueden englobar prácticamente la mitad restante de los temas de este año: El peligro de los extremos, nutricionalmente hablando.

Si en el artículo anterior repasábamos todas las “formas”, estrategias formales y sanitarias que se llevan a cabo desde hace años o, incluso, algunas que se pretenden instaurar, con la finalidad de “reducir las tasas de obesidad” a nivel estatal, y lo peligroso de todas ellas, hoy nos vamos a centrar en repasar aquellos artículos de esta sección donde hemos podido poner en palabras las consecuencias que estas acarrean.

En este año hemos abordado temas tales como que la fisiología de la pérdida de peso no es ni mucho menos tan simple ni controlable como nos han vendido, ni se puede concretar en contabilizar calorías; hemos hablado también de los riesgos físicos y mentales del nuevo tratamiento antiobesidad que han puesto de moda famosos como Elon Musk; de cómo debe hacerse y no otro de los tratamientos “estrella” contra la obesidad: la cirugía bariátrica y, por último, de si puede alguien con obesidad, padecer, además, anorexia nerviosa o pasar de la primera a la segunda.

Y es que precisamente, si se sigue tratando de “controlar” la obesidad con estrategias que no tienen en cuenta la salud mental, si se sigue instigando a la restricción alimentaria y a la culpa para lograr esa maldita “fuerza de voluntad”, quizá muchas personas logren “salir” de la obesidad, pero para entrar de lleno en un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA).

Porque la obesidad y los TCA no están lejos, y estudios recientes apoyan que ambas condiciones presentan factores de riesgo ambientales, neurobiológicos y neurocognitivos similares. Por ejemplo, la cultura de dieta en la que vivimos, sin duda es uno de ellos y es la misma que provoca alteración de la imagen corporal en personas de cualquier talla y condición, la que hace creer que el hambre es una sensación negativa con la que tenemos que combatir etc. Pero además, TCA y obesidad presentan ciertas correlaciones que están relacionadas con las vías de recompensa y los circuitos neuronales relacionados con la comida.

De modo que sí, la realidad actual es que tan negativas son las estrategias sanitarias actuales para tratar la obesidad, que cada vez es más frecuente entre adolescentes y adultos la existencia de ambas condiciones, obesidad y un TCA, incluida la anorexia nerviosa.

Como es igualmente frecuente la cantidad de personas que son intervenidas de cirugía bariátrica para tratar la obesidad y acaban padeciendo un TCA, también incluida la anorexia nerviosa. Porque nadie tiene en cuenta con estos pacientes las experiencias de estigma de peso e historial de peso, los pensamientos sobre la comida y patrones de alimentación desordenados, los temores intensos de aumentar de peso, las cogniciones negativas sobre uno mismo y la presencia y costumbre a los comportamientos alimentarios restrictivos.

Y para ejemplificarlo, un estudio sobre este tema observó que aproximadamente el 16% de los que se intervenían de cirugía de la obesidad, cumplían con los criterios de para el trastorno por atracón. Asimismo, las tasas de bulimia nerviosa observadas en la muestra fueron del 8%. Por último, la conducta compensatoria más utilizada fue el ayuno (20,4%), seguido del ejercicio excesivo (11,7%), uso de laxantes (5,6%) y vómitos (1,8%).

Y es que moverse en los extremos siempre ha sido peligroso y se está cometiendo el error fatal de intentar reducir la obesidad recomendando aquello que constituyen síntomas en otra patología, los TCA.