Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Tolerancia

Son fechas estas de mucha cercanía. Elegida o no, añorada o repelida, la cercanía con familiares, amigos, compañeros de trabajo en torno a la idea y actos de la Navidad, pone a prueba nuestra experiencia con estar cerca. Nos tenemos que organizar y para ello hablar e incluso negociar, optar, renunciar, encargarnos del bienestar de otros, permitir que lo hagan otros con el propio, etc. y todos esos movimientos hacen uso y afectan al vínculo que existe entre las personas que lo hacen.

¿Qué conclusiones alcanzo si tal o cual persona decide no juntarse durante las celebraciones navideñas? ¿Cómo me siento y cómo reacciono si me piden subrepticiamente que me encargue de lo que no quiero? Y es que lo que sucede nunca sucede según lo percibimos sino según lo interpretamos. Y a menudo, especialmente si se trata de una situación conflictiva en algún grado, lo que interpretamos individualmente nos parece lo más razonable, lo cual limita la tolerancia.

Nos pasamos mucho tiempo tratando de justificar y justificarnos nuestras posturas, tensando la cuerda al exigir posicionamientos al respecto o defendernos de la visión ajena que, solo por su existencia y expresión hacia nosotros, parece agredirnos o al menos impelernos a reaccionar en contra. E incluso cuando no hay un otro contra el que litigar puede haber un algo frente a lo que estrellar nuestras razones, incluso cuando nosotros mismos hemos percibido ya lo poco razonable de las mismas o su falta de vigencia.

Bien sea por la conciencia de su falta de pertinencia o por exceso de orgullo, dichas razones pueden inflarse hasta el paroxismo con tal de no dar el brazo a torcer o no perder el marco de referencia. Todos apelamos a la tolerancia cuando se trata de ser entendidos o que otros acepten nuestras propuestas, pero no es tan fácil concluir que las diferencias del otro tienen un valor e incluso un aporte. Y parte de esta forma de pensar reside en la actitud beligerante y excluyente ante lo diferente. Nos peleamos profusamente para intentar que el otro tolere, acepte e integre, en bloque, nuestra manera de pensar ante un tema, como si pudiéramos replicar nuestro pensamiento en la mente de otros a modo viral –de nuevo, quizá por soberbia o expansionismo espontáneo en todos nosotros–, exigiendo exclusividad, permanencia y sometimiento del otro a nuestras propuestas si queremos “ponernos de acuerdo”. Esto puede llevarnos fácilmente a la obsesión, en esa dialéctica de todo o nada, de tú o yo.

Sin embargo, estamos pasando por alto la circunstancia primordial que nos permite ponernos de acuerdo ante un problema que nos involucra a ambos: la creatividad. Las soluciones a los conflictos no se ‘encuentran’, sino que se crean. No existe una solución escondida que necesita ser hallada o descubierta, vamos a poner nuestros recursos sobre la mesa en una mezcolanza e interacción que dará pie al surgimiento de la opción más adecuada a esta necesidad, dados estos recursos y limitaciones que tenemos nosotros, los implicados en el problema y sus soluciones.

Confiar en que crearemos la solución nos permitirá estar más presentes en el proceso, escuchar y ‘jugar’ con los datos más allá de lo que se plantea como dicotómico al inicio de la disensión. Quizá para estas fechas de necesidades y deseos encontrados, la posibilidad de ceder como parte del ‘juego’ sin una mella del propio autoconcepto o la propia autoestima, y la alternancia en esas cesiones, nos dé a todos una flexibilidad no lesiva para el ego. Tolerar implica la certeza previa de que aceptar al otro como es no tiene por qué cuestionar quién soy yo.