MIKEL INSAUSTI
CINE

«The Whale»

Una de las principales características del cineasta Darren Aronofsky es su asombrosa capacidad de reacción, porque cada vez que tiene un tropiezo en su filmografía con una película que no responde a lo que crítica y público esperan de él, de inmediato se las ingenia para dar un nuevo giro y recuperar el terreno y prestigio perdidos momentáneamente. Tras los éxitos iniciales de “Pi” (1998) y “Réquiem por un sueño” (2000), su temprana consagración pudo peligrar con la contrariedad que supuso su siguiente “La fuente de la vida” (2006), y de cuyo fracaso se rehizo gracias a “El luchador” (2008) y “Cisne negro” (2010), que le encumbraron en Hollywood, donde es difícil mantenerse, y menos aún con un par de obras fallidas consecutivas a continuación. Con “Noé” (2014) y “Madre!” (2017) volvían otra vez a instalarse las dudas, disipadas de manera oportuna e incontestable por “The Whale” (2022), muy bien recibida en la Mostra de Venecia.

Lo único inquietante es que por primera vez en su carrera el cineasta neoyorquino repite recurso para salir de apuros, ya que la jugada de “The Whale” (2022) es la misma que le salió tan bien con “El luchador” (2008). Consistía en buscar un actor caído en desgracia para encarnar a un personaje derrotado por la vida en busca de redención, con lo que el éxito de la estrella resucitada para la ocasión se identificaba así con el renacimiento del elemento ficcional en la pantalla. Mickey Rourke se encontraba muy deteriorado físicamente, tras someterse a varias operaciones de estética mal resueltas, por lo que su teléfono había dejado de sonar. El León de Oro obtenido en Venecia le permitió ser nominado y ganar el Globo de Oro, gracias a un papel hecho a su medida y circunstancias vitales.

Si el sacrificio humano que Rourke encarnaba tenía que ver con los golpes recibidos sobre el ring, el de Brendan Fraser en “The Whale” (2022) es también físico, pero en este caso autodestructivo, e igualmente tiene que ver con sus propios problemas de salud. Porque el protagonista de “La momia” (1999) ya no contaba para el cine comercial, una vez alejado de su imagen juvenil más pletórica. Su tendencia a engordar es la que le ha pasado factura para la pérdida de popularidad, un defecto explotado y reconvertido poco menos que en una virtud dentro de su cometido de regreso.

Claro que la obesidad que representa en la ficción está muy exagerada y es mórbida, motivo por el que hubo de someterse a un maquillaje protésico hasta parecer una de esas personas de más de 250 kilos que aparecen en los realitys televisivos sobre pacientes que tienen dificultades para levantarse de la cama y salir de su casa. Aronofsky potencia dicha gordura extrema utilizando un formato cuadrado, con planos que a menudo ni logran enmarcar al orondo Charlie. La sensación de claustrofobia aumenta considerablemente al ocupar una habitación y un apartamento reducidos, con lo que la ambientación se convierte en una especie de trampa mortal para el voluminoso sujeto sometido a observación.

La dramaturgia procede de la obra teatral de Samuel D. Hunter, quien se ha encargado asimismo de escribir el guion cinematográfico, en el que Charlie es un profesor de escritura obligado por falta de movilidad a dar sus clases “on line” tapando el objetivo de la cámara. Aunque alguna vez debió de ser un tipo optimista, su situación precaria le empuja al fatalismo, menospreciado por las personas de su entorno, y abocado en consecuencia a la soledad.

El arco temporal abarca apenas cinco días de su limitada existencia, en los que contacta con los pocos personajes de procedencia teatral en el escenario único de su encierro. Hong Chau en el papel de su amiga Liz es la que le visita a diario, haciendo las veces de enfermera, mientras que la relación con su hija Ellie, a la que personifica Sadie Sink, es más difícil, lo mismo que con su exmujer Mary, interpretada por Samantha Morton.